Sarah Rasines desnuda de nostalgia la casete y la viste de academicismo. La creadora burgalesa defiende la cinta como el soporte que democratizó las prácticas sonoras en los ochenta, reivindica la vuelta a la practicidad y recorre la historia de este objeto hasta llegar a lo que ella ha denominado su prehistoria. Un rastreo por archivos, de conversaciones y de descubrimientos que empezó hace doce años, vivió un momento álgido el pasado diciembre con la presentación de su tesis doctoral, Historia e importancia de la cassette en nuestro territorio. Cassettes As Artwork As Foodstuff, en la Facultad de Bellas Artes de Leioa de la Universidad del País Vasco, y continuará por vías que entroncan su estudio con la propia historia de su familia, sobre todo de su tatarabuela Dolores, maestra en San Pedro de la Hoz.
¿Por qué dedicar una tesis a este objeto cotidiano? Rasines confiesa que cambió su idea inicial porque todo a su alrededor la encaminaba hacia este soporte. Ella había puesto en marcha su sello de edición de casetes, Crystal Mine, pensando que era un bicho raro, pero no, pronto empezó a ver que eran muchos. «Me contaban que había una historia un tanto oculta en los años 80, que estaba muy vinculada a prácticas de arte sonoro y sobre todo música industrial, en la que se utilizó como medio de experimentación y de difusión de músicas más arriesgadas». Cada paso que daba la llevaba a ello. Y se acabó de convencer tras descubrir su prehistoria, «que en los años 60 y 70 había gente haciendo cosas muy interesantes, que venía de la tradición del Tratado de los objetos musicales, de Pierre Schaeffer (1966), unos ejercicios en relación a la fijación del sonido y la música en concreto en una época en la que no estaba desarrollado internet».
«La frescura de no conocer, de no saber qué te vas a encontrar, pero tener la certeza de que hay algo es un motor que no puedes parar», destaca esta artista e investigadora que reivindica tiempo para la reflexión y espacios para conectar con el conocimiento, por eso vive y cita en el entorno de Las Huelgas, y aboga por la vuelta de una cultura material. «Es muy importante poder tocar y tener un objeto en la mano con el que puedes trabajar. La casete te ayuda a reconectar con el ser. El sistema quiere que vayamos deprisa, pero se puede andar despacio», señala como conclusión de los talleres que realiza con público familiar y que le han llevado a poner su mirada en la dimensión pedagógica. Quiere ahondar en los métodos de enseñanza de los maestros de la posguerra, anteriores a la invención de la casete, que se produjo en 1964 por Lou Ottens y supuso una pequeña gran revolución.
Y es que el fácil acceso en todos los sentidos a este soporte supuso la universalización de la acción sonora. Era económico, y permitía su presencia en todas las casas por lo que más gente empezó a trabajar con sonido, y manejable, con la posibilidad de un intercambio por correo postal que daba lugar a la creación de una red internacional de trabajo y colaboración. Todo esto, en palabras de Rasines, la convierte en «una herramienta muy potente de transmisión de ideas» a la que quiere seguir estudiando.