Memoria de la primera matanza indiscriminada de ETA

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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Este verano se cumplen 50 años del atentado de la cafetería Rolando de Madrid, que se cobró trece víctimas mortales y más de 70 heridos. Entre los fallecidos, la joven burgalesa de 20 años María Ángeles Rey. Otros tres burgaleses se vieron afectados

Los bomberos tuvieron que emplearse para sacar del establecimiento hostelero los cuerpos de las víctimas. - Foto: DB

Verano de 1974. Al dictador Francisco Franco le queda poco más de un año de vida, pero el régimen se obstina en eternizarse, y eso que el hombre llamado a suceder al Generalísimo y a quien éste había designado presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, ha sido asesinado unos meses antes por la banda terrorista ETA, que a esas alturas ha segado la vida ya de trece personas desde que en 1969 cometiera su primer asesinato, el de José Pardines, guardia civil. Había sido precisamente durante la gestación de la 'Operación Ogro' (nombre clave del atentado que costó la vida a Carrero Blanco, a su escolta, Juan Antonio Bueno, y al chófer del vehículo en el que viajaba el delfín de Franco,José Luis Pérez) cuando dos integrantes de la banda terrorista se habían apercibido de que en una cafetería llamada Rolando, ubicada en el número 4 de la calle Correo, a escasos metros de la Dirección General de Seguridad, sita en la Puerta del Sol, solían reunirse numerosos policías nacionales. De este hecho informaron Domingo Iturbe Abásolo, alias Txomin, José Manuel Pagoaga, alias Peixoto, y José Ignacio Mujika, alias Ezkerra, a la cúpula de ETA, que dio el visto bueno para la colocación de explosivos en el local.

El día elegido para el atentado fue el 13 de septiembre. Ese día, del que se van a cumplir ahora 50 años, cinco estudiantes burgalesas (todas pertenecientes a las Escuelas Profesionales Femeninas de la Barriada Yagüe) se hallaban en Madrid para presentarse a unos exámenes de Comercio. Ese día de hace ya medio siglo, cerca de las dos de la tarde, María Ángeles Rey, de 20 años; Sara Renedo, de 21; Yolanda Bustos, de 17; María Jesús Arandilla, de 20; y Rosario San Miguel, de 20, habían decidido comer juntas en el restaurante Tobogán, contiguo a la cafetería Rolando, donde a esa hora dos etarras (Beñat Oyarzábal Bidegorri y María Lourdes Cristóbal Elhorga) habían depositado bajo una de las mesas del local una maleta con unos 30 kilos de dinamita y metralla. María Ángeles, como contaría horas después su amiga Sara, se había separado por unos instantes de sus compañeros para coger una bandeja -el restaurante era de autoservicio- cuando el explosivo detonó. Murió en el acto mientras que sus compañeras resultaron ilesas salvo Sara, natural de Sandoval de la Reina, que resultó herida leve.

Hubo otros dos burgaleses afectados por la explosión: Lorenzo García Pozo, de 69 años, funcionario jubilado de Hacienda natural de Solarana; y Lázaro Carrancho, de 45 años y natural de Santa Cruz de Juarros, que era administrativo en una empresa de gas y se encontraba almorzando en el establecimiento hostelero atacado por los terroristas. Días después de la infame masacre, la burgalesa Sara Renedo contó a este mismo periódico lo que recordaba de la explosión: «Fue horrible, indescriptible. Me encontré cubierta de escombros. Gracias a Dios no perdí el conocimiento y luchando como pude traté de apartar los escombros y logré salir por la puerta de la cafetería contigua. Gritaba horrorizada pidiendo auxilio...».

La brutal explosión llenó de escombros la céntrica calle Correo.La brutal explosión llenó de escombros la céntrica calle Correo. - Foto: DB

El atentado de la cafetería Rolando, también conocido como atentado de la calle Correo, fue la primera matanza indiscriminada de la banda terrorista ETA. Además de la joven burgalesa, fallecieron en la masacre otras once personas. Ninguna de ellas era policía. Meses más tarde sí falleció a causa de las heridas provocadas el inspector Félix Ayuso.Setenta personas resultaron heridas en la salvaje acción, que conmocionó profundamente la sociedad española. 

La escisión de ETA. El atentado no salió como la dirección de ETA esperaba y agudizó la crisis interna en que estaba inmersa la banda. «La cúpula, dividida por las consecuencias del ataque y por la conveniencia de reconocer la autoría del crimen, no se responsabilizó públicamente de lo ocurrido. Al final, la banda terrorista dijo que la explosión de la cafetería Rolando no había sido cosa suya.El enfrentamiento interno provocó la escisión de una nueva organización que, a la larga, sería la que perduraría hasta su disolución: ETA Militar. La organización tardó más de 40 años en reconocer su responsabilidad en el atentado. Lo hizo en su último boletín interno, Zutabe, que hizo público antes de su disolución en 2018», escriben Florencio Domínguez y María Jiménez Ramos en su libro Sin justicia. Más de 300 asesinatos de ETA sin resolver (Espasa).

El atentado de la calle Correo fue, tras el cometido por la misma banda criminal en Hipercor en 1987, el más sangriento de la historia de ETA. «La explosión dejó un reguero de familias destrozadas por el dolor que supuso la pérdida de sus seres queridos. A pesar de la magnitud de la masacre los nombres de las víctimas se perdieron rápidamente en el tiempo y aquellos hechos fueron perdonados por la amnistía de 1977», recoge el primer volumen de la monumental obra Historia y memoria del terrorismo en el País Vasco (Editorial Confluencias). Miles de personas asistieron el funeral de María Ángeles Rey, celebrado tres días después del atentado en la iglesia de San Pedro y San Felices.

En la obra antes citada, se recoge el testimonio del padre de la malograda joven: «Aquellas navidades fueron muy tristes, muy tristes. Veías a la gente contenta, en la calle, haciendo compras, llena de alegría y tú con tu tristeza y tu pena. Era muy triste para toda la familia. Mi hijo pequeño, que tenía siete años cuando murió su hermana, parece que se dio menos cuenta, pero las otras dos hijas, que tenían dieciséis y catorce, sí que lo sintieron mucho. María Ángeles era su hermana mayor y estaban muy unidas a ella. Les costó mucho superarlo». No sólo sus familiares y amigos sintieron la cruel e injusta desaparición de María Ángeles Rey: también lo harían, en adelante, muchos seres humanos que nunca la conocieron físicamente, pero que recibieron de ella empatía y consuelo: era voluntaria en el Teléfono de la Esperanza.