Hoy se cumplen veinte años de una fecha histórica para los yacimientos arqueológicos y paleontológicos de la sierra de Atapuerca. Este mismo día de 2000, los yacimientos fueron incluidos por la Unesco entre los bienes que conforman el Patrimonio de la Humanidad. El tiempo transcurre con celeridad y nuestras preocupaciones cotidianas nos hacen olvidar acontecimientos trascendentales. Es por ello que nos esforzamos en rememorar los eventos con un significado importante para nuestro devenir como sociedad.
El Camino de Santiago asciende por la ladera Este de la Sierra de Atapuerca y desde su cima ya puede contemplarse la majestuosidad de la Catedral de Santa María de Burgos. Quizá es casualidad, o tal vez no. Pero lo cierto es que Camino, catedral y yacimientos están unidos para siempre como tesoros que la humanidad ha de preservar para generaciones futuras. Así lo han reconocido quienes examinan con detenimiento lo más significativo de cada rincón del planeta. Y así hemos de recordarlo cada año, para que los burgaleses sientan el legítimo orgullo de unos bienes aportados al conjunto de la cultura de nuestra especie.
Hace ahora 44 años prendió la chispa de una hoguera, que permanecerá encendida para siempre. El hallazgo de los primeros restos humanos fósiles en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la Cueva Mayor representó el inicio de una aventura científica extraordinaria. En 1976, nuestro país apenas había destacado en el ámbito de la evolución y aún menos en el de la evolución humana. Hoy en día podemos afirmar con orgullo que somos uno de los puntales en el estudio de nuestros orígenes. Un país de referencia en el conocimiento del Cuaternario, con centros de investigación destacados y equipos de trabajo reconocidos y respetados en todo el mundo ¿Cómo ha sido posible lograr esta proeza en tan pocas décadas? Los tesoros científicos que encierran las cavidades de la Sierra de Atapuerca han alimentado una gesta protagonizada por cientos de personas, cuya identidad no caerá en el anonimato. Sus nombres figuran en varios miles de documentos, que conforman el legado de un proceso singular.
Podríamos recordar centenares de anécdotas de nuestros primeros años en la soledad de la Sierra de Atapuerca, junto a nuestros vecinos y amigos de la base militar de Castrillo de Val. La precariedad material formaba parte de nuestro día a día. Pero no es menos cierto que disfrutamos cada minuto de aquellas duras jornadas en las que se desarrollaron las primeras campañas de excavación. La curiosidad de científicos todavía con poca experiencia, el trabajo en equipo codo con codo, la aventura de escudriñar cada día en las entrañas de la Sierra, los sueños hechos realidad y el propio conocimiento nos motivaban a seguir construyendo nuestro proyecto de vida. Pueden creernos si les decimos que esa cadena ininterrumpida de hallazgos y descubrimientos científicos nos proporcionaba una felicidad sostenida en el tiempo. Es por ello que decidimos compartirla con todo el mundo. No estábamos ofreciendo bienes materiales, sino el conocimiento intangible.
El mensaje fue calando poco a poco en la sociedad civil y dejamos de sentir la soledad. Nuestra aventura particular se transformó en una marea incontenible de personas ávidas de conocimiento y orgullosas de su patrimonio. Muchos habitantes de Atapuerca e Ibeas de Juarros olvidaron sus diferencias territoriales para unirse y disfrutar de cada hallazgo, de cada descubrimiento en las cuevas que solo conocían como un lugar para el juego y la aventura. Su erudición se extendió como un reguero de pólvora y empezó a llegar a muchos rincones de la geografía española.
Nos empeñamos en diseñar un plan de divulgación paralelo al proyecto científico, que enseguida dio sus frutos. Los hallazgos de cada campaña ya formaban parte de la ciencia internacional y nuestros colegas empezaron a saber que había que tomar muy en serio los datos que cada año ofrecía la Sierra de Atapuerca. Pero nos faltaba una pieza importante. La sociedad española también debía conocer que estábamos saliendo de nuestro erial científico crónico. El equipo que se estaba formando en torno a los yacimientos de la Sierra podía contribuir a emerger la ciencia de nuestro país en el ámbito internacional. Así se hizo y nos sentimos legítimamente orgullosos de ello, pese a las críticas que hemos recibido en no pocas ocasiones.
A finales de la década de 1990 llegaron los primeros reconocimientos internacionales y el proyecto tomó un impulso extraordinario. Las instituciones, siempre ahogadas en complejísimas tareas burocráticas, terminaron por mirar directamente hacia la Sierra de Atapuerca. Su apoyo a la sociedad civil, ya entusiasmada en una tarea científica común, hizo cumbre el 30 de noviembre de 2000 en la ciudad australiana de Perth. Los yacimientos de la Sierra de Atapuerca fueron declarados como uno de los bienes que en la actualidad conforman el patrimonio material de toda la humanidad.
No había ningún beneficio económico en esa declaración. Más bien al contrario. Todo eran obligaciones y compromisos para las instituciones y para quienes trabajamos en los yacimientos. Además, la sociedad adquirió el deber moral individual de conservar y proteger ese patrimonio. Pero todos juntos celebramos un éxito trabajado a pulso durante mucho tiempo. Desde entonces, el domingo anterior al 30 de noviembre, los vecinos de Atapuerca e Ibeas de Juarros y personas llegadas de otros muchos lugares realizan una marcha a pie para encontrarse en la parte más alta de la Sierra y celebrar juntos el evento. Es un acto que simboliza el esfuerzo colectivo y recuerda el orgullo de tener bajo sus pies un millón y medio de años de la evolución de nuestros ancestros en esas tierras.
Todo se hizo sin esperar más recompensa que el trabajo bien hecho y la felicidad que otorgan la sabiduría y el compromiso solidario. Sin embargo, ese esfuerzo ha terminado por ofrecer un justo premio a la sociedad. La Fundación Atapuerca, creada en 1999, había sido un importante punto de inflexión para acelerar nuestras aspiraciones de mover hacia delante la frontera del conocimiento. A ella se unieron todas las instituciones civiles, académicas y científicas implicadas en el proyecto de la Sierra de Atapuerca, ya totalmente entregadas a una causa común ¿Por qué no conseguir un mayor bienestar social aprovechando un patrimonio cultural tan extraordinario? La información científica que proporcionaban las investigaciones podía ser fuente de progreso, un valor muy apreciado por el tribunal internacional que juzgó el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos) previa a la decisión tomada en Perth.
Desde 2000 hemos caminado todos juntos. Las instituciones y sus representantes han unido sus esfuerzos a la sociedad civil en la búsqueda de una recompensa bien merecida. No ha sido una empresa fácil, pero se ha conseguido. Cierto es que los diferentes gobiernos de la Junta de Castilla y León tienen obligaciones ineludibles con el patrimonio, pero una buena gestión puede rentabilizar el empeño y presumir de los tesoros que se guardan en estas tierras. El Museo de la Evolución Humana de Burgos es un ejemplo extraordinario del buen hacer, cabecera de la organización territorial del Sistema Atapuerca e impulsor fundamental de muchos ámbitos de la cultura.
Después de 44 años de investigaciones ininterrumpidas, sabemos que la sierra de Atapuerca fue el hogar de todas las especies de homínidos que poblaron el territorio que hoy en día denominamos Europa. Los restos fosilizados de los primeros 'europeos' se han encontrado en la Sierra, un hecho que no debería pasar inadvertido. Una nueva especie del género Homo vio la luz en 1994 y se ha reunido la colección de fósiles humanos más numerosa de todo el planeta procedente de un único yacimiento del Pleistoceno Medio. Los genomas de estas especies, conservados durante miles de años, ya están siendo explorados. Sus herramientas de piedra, fabricadas con tecnologías de complejidad creciente desde los niveles arqueológicos más antiguos a los más recientes, se encuentran por centenares en todos los yacimientos. Los modos de vida y el comportamiento de los homínidos, el paisaje, el clima cambiante, la medida del tiempo por métodos ingeniosos, la diversidad de plantas y animales que poblaron la Sierra de Atapuerca y sus alrededores y un largo etcétera de conocimientos recopilados por un equipo de científicos y científicas de élite formados en la cantera de Atapuerca, forman parte de artículos en revistas científicas internacionales y libros de texto.
Hace ahora cinco años, la Conferencia General de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura a través de la Convención de 1972 sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural confirmó que los yacimientos de la sierra de Atapuerca representan un lugar de Valor Universal Excepcional. No nos cabe duda de que las próximas décadas serán testigos de hallazgos trascendentales. La Sierra de Atapuerca puede tener docenas de lugares ahora escondidos a nuestros ojos. Pero con tenacidad y recursos técnicos, esos nuevos yacimientos terminarán por aflorar y ofrecer una visión singular de la evolución humana durante miles y miles de años en los confines de Europa.