Pradoluengo: Remembranzas indianas y textiles

J.Á.G.
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Ese estilo colonial o ecléctico de buena parte de las casas -algunos palacetes se encargaron por catálogo y tenían manual de instrucciones para que los canteros pradoluenguinos los montaran- no están exentos de gran belleza, magníficas rejerías...

El palacete residencial de Teodoro Córdoba, junto a la ermita de san Roque, es uno de los edificios más singulares de la ruta indiana que recorre la villa pradoluenguina. - Foto: Jesús J. Matías

Pradoluengo es naturaleza viva -solo hay que ver esos largos prados, las elevadas crestas y los bellos bosques demandinos a la vera del río Oropesa. El agua ya no pesa oro ni mueve molino, pero da encanto a esas sendas de los antiguos batanes, pero la villa esconde también en sus alargadas calles otros patrimonios. Uno de los últimos que se ha sumado ha sido el indiano, visible en esa intrahistoria y en esa arquitectura que permanece en la 'acera de los ricos' y otras calles. Esta ruta, que integran algo más de una docena de edificios singulares, se solapa con otra no menos interesante, la de la industria textil, que sigue cosiendo sobre el callejero también algunos de esos talleres de hilaturas, paños, calcetines y boinas - media docena aún operativos- que hicieron de esta villa la Tarrasa burgalesa. La puesta en valor de todos estos recursos es una decidida apuesta del Ayuntamiento pradoluenguino, de los vecinos y ese dinámico tejido sociocomunitario que ven en el turismo de interior una palanca de progreso y desarrollo para sortear la crisis y la despoblación.

Muchos burgaleses, a buen seguro, desconocen quién fue Bruno Zaldo, comerciante, banquero y político pradoluenguino y que al frente de esta ilustre saga familiar de indianos adinerados estuvo detrás de la fundación del Banco Hispano Americano o Galerías Preciados... Seguro que también desconocen el legado de otro magnánimo indiano llamado Adolfo Espinosa, que afrontó con su pecunio la construcción de las escuelas y financió una ingente cantidad de becas para escolares de la villa textil hasta bien entrado el siglo XX. La memoria, los palacetes y las obras de ambos y de otros muchos ilustres hijos de esta tierra que hicieron fortuna en ultramar se conservan hoy a pie de calle, tras las puertas cerradas y ventanas entornadas. La ruta es una estupenda disculpa para callejear por el barrio del Sol, por que los indianos huyeron del sombrío y frío barrio del Perché para morar. Esas eras en las que se tendía la lana o de las canteras de la que se extraía la preciada tierra de batán expansionaron el casco.

El inicio de la excursión urbana empieza en la misma casa consistorial, en la que se implicó otro indiano, Ignacio Martínez Echevarría. Un poco más allá, en la plaza, resalta la casa residencial de Eugenio Zaldo. Subiendo unas escaleras por la calle que va al cementerio se accede a la casa de Fidel Calderón, un auténtico palacete con extenso jardín. Abajo, el singular edificio colonial del mercado de abastos -hoy sigue operativo-, es obra civil costeada por Teodoro Córdoba, un pradoluenguino que hizo muchas pesetas en Argentina.

Pradoluengo: Remembranzas indianas y textilesPradoluengo: Remembranzas indianas y textiles - Foto: Jesús J. Matí­as

Esa 'acera de los ricos', en la calle del Arzobispo, se inicia precisamente con la imponente casa del prelado Gregorio Melitón Martínez, que no hizo fortuna pero si alcanzó el capelo cardenalicio en Manila. Dicen que nunca estuvo en Filipinas, pero lo que sí es seguro es que descansa en la iglesia de nuestra señora de la Asunción. Para casona la de Bruno Zaldo, pero también palacete construido por Demetrio de Miguel, otra saga de indianos que dio renombre en la villa calcetera. Más allá está el edificio de las escuelas Adolfo Espinosa, que se han reconvertido en un moderno y amplio albergue municipal. No muy lejos, la casa residencial de Teodoro Córdoba y el palacete de otro Zaldo, Dionisio Román. El hospital asilo de San Dionisio -hoy residencia de ancianos, financiado por Bruno Zaldo y la casa residencia de otro indiano en la calle de Sagrada Familia cierran este periplo.

Ese estilo colonial o ecléctico de buena parte de las viviendas -algunos palacetes se encargaron por catálogo y tenían manual de instrucciones para que los canteros pradoluenguinos los montaran- no están exentos de gran belleza, magníficas rejerías y balconadas de hierro forjado, artesonados… En Pradoluengo no hay jardines con palmeras y otras exóticas plantas -marchamo de su aventura en tierras tropicales- por el duro clima invernal de estos lares. Para ver todo estos en su salsa, nada mejor que acudir a finales de julio con ocasión de Remembranza, viaje de ida y vuelta, una participativa recreación popular en la que Pradoluengo se disfraza de indiano.

Pradoluengo Textil. Solapada en algunos tramos discurre la ruta de Pradoluengo Textil, que es no menos interesante y homenajea también la memoria y esfuerzo de un pueblo menesteroso y emprendedor que encontró en la industria del paño, las boinas, los calcetines... su futuro. El sueño quedó truncado con la revolución industrial y la obligada emigración de esos indianos. No pocos siguieron y siguen trabajando en la industria calcetera, pero ya nada es lo mismo, aunque queda el encanto de viejas hilaturas. Media docena de empresas -las más modernas se han instalado en el polígono industrial- mantienen la tradición en naves y talleres urbanos. Unos carteles las señalizan, como es el caso del batán y tinte de Vicente Zaldo, en la calle Ignacio Martínez, que en su buenos días producía 100 docenas de calecetines de lana natural al día. Las antiguas instalaciones, cuyas primeras referencias datan de 1849, son un auténtico museo textil lleno de máquinas y piezas únicas.

No es la única hilatura que conserva las esencias del pasado bajo su techo, pero sí la que está abierta a la visita, de hecho en el frontis de la fábrica tiene colocado el cartel de Museo Textil. Julián Ochoa está ya jubilado y si puede -y se le avisa con tiempo- no tiene mayor problema para enseñar en su amplia nave de la calle Rodríguez de Valcárcel los viejos telares y diversas máquinas que se utilizaban para trabajar la lana y conseguir el hilo, hacer las boinas y los paños o tejer esos calcetines, que su hijo sigue produciendo en un taller -mucho más moderno situado en el interior- y que vende bajo la marca 8A. Ahora, todas esa viejas máquinas están paradas y reina el silencio, pero muchas siguen funcionando como el primer día. 

La materia prima está en estos y otros talleres familiares pero falta voluntad política y ayudas para que de una vez por todas la villa calcetera cuente con ese gran centro de interpetación de la industria textil, que ponga en valor el ingente patrimonio industrial. El Ayuntamiento pradoluenguino está en ello, pero es una empresa ingente que necesita de la inversión y las ayudas de todas las instituciones.

*Este reportaje se publicó en el suplemento Maneras de Vivir del 20 de marzo de 2021.