Anda el patio un poco revuelto estos días por la pretensión del Ayuntamiento de suprimir a las ONG que acogen a migrantes unas ayudas que, en mayor o menor medida, llevan recibiendo en Burgos desde los tiempos de Valentín Niño como alcalde. Y ya han pasado varias décadas. El penúltimo episodio se vivió ayer, con Cristina Ayala recogiendo cable después del clamor social contra los recortes y su socio de Gobierno, Fernando Martínez-Acitores, poniendo nuevas condiciones para aprobar el presupuesto. Un presupuesto «muy importante» y «muy realista», en palabras de ambos, para «transformar Burgos», según la alcaldesa, en 2025.
Para entonces está previsto que sea una realidad la mejora de la señalización e iluminación de 58 pasos de cebra ubicados en distintos puntos de la ciudad. Este proyecto surgió en 2022, pero la actuación -como tantas otras- no estará concluida en el plazo previsto, en este caso antes del 31 de diciembre, y según publicaba este periódico hace unos días obligará a Tráfico a pedir una prórroga de seis meses para asegurar el ingreso de los 1,8 millones de euros procedentes de fondos europeos para sufragar esta tarea.
No hace tanto que intervenir en estos puntos era una prioridad después de un año 2022 negro, con cuatro muertos al ser arrollados cuando cruzaban por pasos de cebra de la ciudad. Ya no. Ahora el foco está puesto en otros asuntos, pero atropellos hay; y seguirá habiendo por más mejoras que se realicen. Porque llevamos mucha prisa al volante. Y el respeto al peatón, y sobre todo al ciclista, deja mucho que desear. No hay más que comprobarlo a diario cuando te acercas sobre dos ruedas a un paso ciclista -en el que no hay que bajarse de la bici para cruzar, basta con aminorar, recuerdo- y algunos conductores no solo no frenan... sino que aceleran un poco más. Falta educación vial.