Las encuestas, para lo que valgan, no resultan demasiado favorables para Sumar, el partido aglutinado por Yolanda Díaz. Alguna incluso le niega representación en el Parlamento vasco, mientras otras le auguran hasta tres escaños, que son la mitad de lo que obtuvo Podemos en las últimas elecciones vascas. Yo diría que la ruptura con Podemos ha sido un mal negocio para Díaz, aunque haya sido una suerte de bendición para quienes estábamos hartos de los disparates de Irene Montero en su Ministerio de Igualdad y de Ione Belarra en su cartera inútil. Pero un mal resultado de Sumar en las próximas tres confrontaciones electorales -y en ninguna de ellas la perspectiva es buena- sería casi una tragedia para las perspectivas de Sumar, un partido teóricamente situado a la izquierda del PSOE, pero que poco a poco se ha ido convirtiendo en un sucedáneo de la formación que capitanea Pedro Sánchez. Y Pedro Sánchez ya se sabe que todo lo fagocita. ¿Qué hacer?
Ignoro lo que piensa hacer doña Yolanda, para mí una figura atractiva, aunque ha ido perdiendo peso específico a ojos vista, consecuencia en parte de que Pedro Sánchez parece haber perdido la sintonía privilegiada que con ella mantenía. Aseguran que ni siquiera consultó con su vicepresidenta segunda la decisión -a mi juicio dudosamente constitucional- de no presentar Presupuestos este año. Y de ahí la cara de patente enfado de la señora Díaz en aquella sesión parlamentaria en la que se aprobó la Ley de amnistía mientras se conocía el sorpresivo adelanto de las elecciones catalanas.
Además, es patente la mala relación entre la vicepresidenta primera y la segunda, mientras que la tercera, Teresa Ribera, parece centrada más bien en pasar a ocupar una comisaría europea que en permanecer en un Gobierno que a veces se parece más al ejército de Pancho Villa que a otra cosa.
¿Qué ocurrirá con Sumar? ¿Un juguete roto más? El caso es que el proyecto era, es, bueno: aglutinar a formaciones de izquierda en todo el país como apoyo crítico, y hasta como posible relevo a medio plazo, a un Gobierno socialista me pareció siempre una idea interesante, y más desde que esa idea sustituía al revanchismo algo infantil de Pablo Iglesias y la penúltima deriva de Podemos. Entiendo que sería una lástima que la parte de la población -entre cuatro y cinco millones- que comparte la idea de una izquierda-a-la-izquierda careciese de una representación ordenada, estructurada. Y es eso, estructura, lo que le falta y personalismo es lo que le sobra: el proyecto, por muchos conceptos admirable, se hizo un tanto an trancas y barrancas; no es fácil, no, crear un nuevo partido en España, y menos con los planteamientos ambiciosos de Yolanda Díaz.
Creo que la clave reside en la propia Yolanda Díaz, que no se comunica bien con los medios, que no se estudia lo suficiente todos los temas y que se ha erigido en una especie de tótem intocable, pero que sigue siendo, a mi juicio al menos, una figura de innegable atractivo y personalidad, que comanda a dos ministros que sí 'funcionan'. Ha sido capaz de llegar hasta aquí y se desinfló con los resultados, pésimos para ella, de las elecciones gallegas; vista su primera reacción ante el fracaso y visto el desapego que le están mostrando algunos de sus muchos socios en Sumar, no sé si su ánimo, más quebradizo de lo que inicialmente parecía, resistiría un nuevo varapalo en las urnas, y menos aún tres varapalos seguidos.