Si desde la concesión de los indultos que sacaron de la cárcel a los principales dirigentes del 'procés' que no huyeron de España se considera que la convivencia y la normalidad se había generalizado en Cataluña y las sucesivas encuestas y elecciones demostraban que el independentismo estaba de capa caída y perdía adeptos a raudales, afirmar que la amnistía será determinante para normalizar la convivencia en Cataluña es reconocer que se faltaba a la verdad antes o que se miente ahora. Pero lo cierto es que de los indultos a esta parte las calles de Cataluña ya están menos teñidas de amarillo, las relaciones personales entre los catalanes se han recompuesto y la Mesa de diálogo, como toda comisión, había puesto freno a las prisas independentistas.
Por tanto, no hay duda que el giro de guion propuesto por Pedro Sánchez tras las elecciones del 23-J, al aceptar la condición sine qua non de la concesión de la amnistía, del olvido de los delitos cometidos y que se realizaron a la vista de todo el mundo, en su más amplia acepción, está relacionado únicamente y exclusivamente con la necesidad del voto favorable de Junts para que Pedro Sánchez mantenga la presidencia del Gobierno. Desde esa fecha y tras las ominosas condiciones impuestas por el prófugo Carles Puigdemont sobre la amnistía y la autodeterminación, más el capítulo dinerario, Sánchez y su partido intentan convencerse y convencer que la amnistía que ayer era inconstitucional se negocia ahora bajo los límites de la Constitución, aunque van a remolque de las exigencias independentistas, que dan por conseguido el reconocimiento de "la injusticia" de la persecución del 1-O, y lo intentan con el "democrático" derecho de los catalanes a decidir sobre la soberanía nacional de todos, mientras insisten en que se encuentran a la espera de otro momento propicio para vulnerar las leyes comunes en aplicación de un inexistente derecho, sin aceptar la evidencia de su debilidad social y electoral, jugando con la posibilidad de que se rompa su determinante papel actual, que difícilmente reeditarían en unas elecciones en enero del próximo año.
Entretanto, el PP sigue cifrándolo todo a esa posibilidad, a volver a las urnas con su programa electoral hecho, la imposibilidad de la amnistía -que en un nuevo retorcimiento argumental también defendería el PSOE-, pero seguiría sin conocerse que es lo que propone Feijóo para que la conllevanza con Cataluña fuera más fácil, y que su partido pueda recuperar terreno electoral en Cataluña, donde ha comprobado que no basta sólo con decir no o gritar en la calle. Tendrá la oportunidad de hacérselo saber a la ciudadanía en el debate de investidura de Sánchez, pero si no lo hizo en el suyo, tampoco va a gastar esa bala cuando se encuentra cómodo en las manifestaciones en la calle.
Con no ser menor la importancia de esas protestas, como la celebrada en Barcelona el pasado domingo, el abordaje de un asunto tan complejo como "el encaje" -Feijóo dijo- de Cataluña en España no es cuestión de marchas independentistas o constitucionalistas, más reducidas que en el pasado, sino de encontrar espacios que permitan ensanchar las costuras constitucionales, sin romperlas en ningún caso. A los 'indepes' les parecerá poco, pero tampoco atraviesan su mejor momento.