El dulce recuerdo de un clásico

B.G.R. / Burgos
-

La confitería Alonso de Linaje cierra sus puertas tras casi 4 décadas de trabajo artesano en la Plaza Mayor. Su responsable, José Ramón, se jubila entre sentimientos de nostalgia y deseos de descanso

Alonso de Linaje, junto a Isabel Val, una de sus empleadas más veteranas. - Foto: Valdivielso

 

El domingo no fue un día cualquiera para José Ramón Alonso de Linaje. Las despedidas y el cariño acumulado durante 40 años detrás del mostrador y la barra se desbordaron pese a llevar con suma discreción la decisión de echar el cierre a su histórico negocio. ¿A dónde vamos a ir ahora?, le reiteraban sus clientes. Desde entonces, se mueve entre sentimientos de nostalgia pero también de ilusión por empezar una nueva etapa y, por fin, poder descansar, sin madrugones, a pesar de que estaba dispuesto a retrasar su jubilación hasta cumplir los dos años que aún le quedan de contrato del local.

La Cafetería Alonso de Linaje, con acceso desde el paseo del Espolón y la Plaza Mayor, ya no abrirá más sus puertas. Ahora, toca recoger y dar salida a esos enseres que dibujan una imagen que muchos burgaleses guardarán siempre en su memoria y que, en no pocos casos, evocan una infancia marcada por esas famosas y únicas tartas de almendras (llegaban a vender más de 200 en un solo día), chevalieres, yemas o canutillos que ha distribuido por toda la geografía nacional. Porque el negocio, tal y como se conocía en la actualidad, se remonta a 1994, si bien sus orígenes se retrotraen a las primeras décadas del pasado siglo XX, sin dejar nunca su esencia ni tampoco la marca de productos artesanales.

Primero, como Granja Tudanca, y después bajo la marca del Grupo Ojeda hasta que en 1984 tomó las riendas el padre de José Ramón, tal y como recuerda su hijo. En aquel momento, los Alonso de Linaje contaban con otras dos pastelerías, una en la avenida del Cid, que abrió sus puertas en 1941, y otra en la calle El Morco, a las que sumó la céntrica ubicación, cuya gestión asumió hace 30 años aprovechando la ocasión para ejecutar una profunda reforma en la que incorporó la cafetería, con una majestuosa barra de hierro y bronce repujado encargada al escultor Bruno Cuevas.

Me voy porque tengo miedo de que se caiga el edificio»

José Ramón rememora aquella época dorada de las pastelerías en la ciudad. «Había más 20 en los años setenta», aspostilla, sin dejar de lamentar la cascada de cierres que vino después porque «no se puede cobrar ya por el producto el precio que cuesta hacerlo». Esas cámaras y mostradores repletos de dulces, más cercanos a la entrada por la Plaza Mayor, compartían  clientela con la cafetería (próxima al Espolón) en un ir y venir de ciudadanos entre los que no faltaban políticos de «todos los colores», dada la cercanía a la Casa Consistorial, o artistas que paraban en su camino hacia el Teatro Principal. «Me he enterado de muchas cosas, pero nunca he contado nada», asegura entre sonrisas y con el orgullo de buen profesional del sector.

Me he enterado de todo, pero nunca he contado nada. Echaré de menos a los clientes y el ajetreo» 

Hasta el año pasado, cuando se eliminó el servicio de terraza, la plantilla ha rondado las ocho personas, con trabajadores que han permanecido décadas a su lado. Desde este extraordinario emplazamiento, ha sido testigo de primera mano de un turismo creciente y cambiante. «Antes, cuando no había circunvalación, paraba mucha gente en Burgos y venía a comerse un chevalier y llevarse unas yemas», relata el empresario.
Con las persianas ya bajadas, José Ramón se despide de la «buena y fiel» clientela que le ha acompañado este tiempo. «Voy a echarles de menos», reconoce, al igual que recordará ese ajetreo diario que marca cualquier local de hostelería. A sus 68 años, afirma que aún podía haber continuado otros dos más, el tiempo que queda para finalizar el contrato, si bien sostiene que se ha visto «obligado a echar el cierre» por la situación en que se encuentra el edificio. «Me voy porque tengo miedo a que se caiga y nos pille dentro», subraya, al tiempo que reconoce que ha llegado también la hora de descansar.