Macarena Palmero, de forma inesperada, tuvo que dejar de lado su carrera como periodista en Madrid para volver a Burgos y evitar que las flores, por las que tanto habían luchado sus padres, se marchitaran. En el año 2017, la hija de Alfonso Palmero asumió el traspaso de la empresa de sus progenitores a causa del fallecimiento de su madre y de la incapacidad de su padre para continuar con el oficio. Esta decisión no fue fácil para la heredera, ya que seguía recibiendo ofertas de empleo en la televisión. Pero tuvo muy claro que debía ser florista en honor a su padre y a su madre. «No hubiera permitido que esto desapareciera. Gracias a ellos he podido hacer todo aquello que tanto quise. Les debo toda mi carrera y estoy muy satisfecha por haber trabajado en lo que siempre he querido», comenta Macarena. Además, está segura de que ella hubiera acabado igualmente de florista, porque es algo que ha heredado de forma natural.
El progenitor recuerda que los inicios de su floristería no fueron nada fáciles. «Antes por esta calle pasaba una persona cada hora», cuenta Alfonso Palmero. Pero gracias a su gran carisma y al esfuerzo de su mujer consiguieron ganar credibilidad en la ciudad. «Los clientes han sido muy fieles a mi hija», comenta el fundador. «Tengo mucho trabajo porque mi padre fidelizó a muchos clientes. Era un gran comerciante y era capaz de crear un ambiente muy distendido y especial. Mi madre era una gran artista y hacía los ramos de forma muy generosa», asegura Macarena.
Los inicios de esta heredera tampoco fueron sencillos. Siempre ha estado muy vinculada a la tienda y en los momentos de más trabajo ha ido a ayudar a su familia. A pesar de esto, asegura que hay muchas cosas que no sabía hacer. «Realmente cuando empiezas no sabes nada. Yo sé trabajar la flor como lo hacía mi madre, pero tengo que adquirir las habilidades de mi padre. Ahora me toca vender y es lo que más complicado me resulta», afirma la actual propietaria. «Yo sabía simplemente por la expresión de la cara de la persona que entraba por la puerta si venía por una boda o por un entierro», explica el fundador. Macarena tuvo un pequeño margen de adaptación pero ha conseguido levantar la empresa gracias a todos los recordatorios y consejos de su padre, a la ayuda de su asesor y a la de sus clientes. «Lo que más he aprendido es la calidad y el cariño que hay que dar al consumidor», expone la descendiente.
La segunda generación no es muy diferente a la primera. Hoy en día, trabajan de la misma forma que los fundadores, continúan una línea tradicional. Es un trabajo donde no se da cabida a grandes innovaciones. «Primar la calidad es un seguro para que el cliente vuelva. Aunque las flores sean efímeras, siempre el esplendor permanecerá en el recuerdo», advierte el antiguo propietario.
«Este oficio es muy esclavo y el tipo de evento que trates en el momento te va a condicionar el día», expone Alfonso. Esas palabras se las repitieron mucho a su hija y es una de las razones por las que ella nunca quiso pensar que, tarde o temprano, iba a terminar en la floristería de su familia. A pesar de eso «la profesión de florista transmite una satisfacción personal muy grande», comenta la dueña. Una de las cosas que más agradece es que el recibimiento del consumidor es muy cercano, bonito e inmediato. Las personas son muy agradecidas y le felicitan en numerosas ocasiones por su trabajo. «Las flores siempre transmiten cosas bonitas», explican padre e hija.
HISTORIA.
La Floristería Palmero nació el 15 de agosto de 1978, pero no fue hasta el primer día del año siguiente cuando él y su mujer abrieron la tienda. A pesar de los duros inicios, poco a poco ganaron fama entre los burgaleses.
La hija de los fundadores, Macarena Palmero, ayudaba ocasionalmente a sus padres. Pero tras el fallecimiento de su madre, en el año 2008, terminó implicándose en la empresa de forma más completa.
Desde el año 2017, después de que su padre sufriera un infarto cerebral, Macarena decidió asumir la gerencia y todas las responsabilidades del negocio.