Hay algo, en el aura que desprende, que remite a sus mitos literarios y cinematográficos. Más allá de su inveterada delgadez, de esa silueta en apariencia frágil. Es hoy Ricardo Ruiz un extranjero a la manera de Camus y un hombre tranquilo como aquel de Ford que parece alejarse, silbando para sí mismo una melodía elegíaca, por una playa vacía rumbo a su Ítaca más íntima, que se llama Innisfree, que se llama invierno, que se llama vida, que siempre se llamará memoria. Vivo de recuerdos/ por eso olvido el futuro, dejó escrito con esa deslumbrante capacidad de contenerlo todo en un fogonazo, en un disparo mortal de belleza y exactitud. Asiste el poeta burgalés -uno de los referentes de la que dio en llamarse 'Quinta del 63'- con sosiego y paz al hecho singular de ver recogido en un espléndido volumen un compendio de su poesía. De cuatro décadas de poesía, nada menos. Lo hace consciente y profundamente orgulloso de que la suya sea una voz reconocible, modelada a lo largo de todo esto tiempo por la coherencia y la honestidad.
Memoria del frío es el título que recopila una selección de su obra. Título que no puede ser más acertado: los lectores de este espléndido poeta convendrán con ello. Poeta elegíaco y fatalista, pulido en los límites de la expresión, explorador de la condición humana hasta su esencia, el invierno es en él un símbolo y una metáfora, pero también el territorio en el que todo es posible, en el que todo sucede. Y cuanto sucede es la vida: con sus derrotas, con sus miserias, con sus pérdidas, con sus pasiones, con su luz y su sombra, con su belleza y su infierno, con su amor, su caligrafía de silencio, sus despojos y su nada. La memoria es, también, todo: somos exactamente eso, memoria, recuerda el poeta casi en cada verso. Somos lo que hemos vivido y perdido y a veces, pocas, ganado. Somos lo que fuimos. Fuimos lo que seremos antes de la llegada fatal de la ceniza, la nada, el olvido. Del invierno eterno. La vida es el aprendizaje de la despedida, escribe Ricardo Ruiz por todos nosotros con enorme lucidez.
Mi mirada ha cambiado en este tiempo. Ahora es más sosegada, y más descreída también. Al final, te vas despidiendo de muchas cosas»
Ricardo Ruiz, escritor. - Foto: Valdivielso
Memoria del frío es más que una antología: es una selección generosa de la producción literaria de su autor, que es ubérrima: entre Kilómetros de nostalgia (2000) y Animal de invierno (2023) no sólo han transcurrido libros y años. Lo ha hecho la existencia de un hombre que empezó a encadenar versos en la adolescencia, justo cuando este país estaba en la infancia de lo que es hoy. Cuando aquella España aún era en blanco y negro, Ricardo Ruiz soñó con ser poeta. Al otro lado de los ventanales de su colegio, llamado hoy Río Arlanzón y entonces Generalísimo, aquel chaval cayó cautivo, envenenado de literatura, empujado por un gran maestro, Pedro Silleras. Empezó a emborronar cuartillas con remedos de aquellos autores que se le habían colado muy adentro, junto al corazón. Leía desaforadamente, escribía, soñaba. Tuvo la suerte de encontrarse con chavales que, como él, se hallaban enfermos del mismo maravilloso mal: Eliseo González, Pedro Olaya, el añorado Jorge Villalmanzo...
Antes de que quisiera darse cuenta formaba parte del grupo poético 'Atlantes', que daba recitales aquí y allá bajo el influjo poderoso de dos gigantes, Tino Barriuso y Antonio L. Bouza (con quien tanto quiso Ruiz). Eran los primeros ochenta y Burgos empezaba desperezarse en todos los sentidos, por más que supiera pronto que en aquella ciudad el invierno duraba dos inviernos. Ricardo Ruiz estudió Periodismo en Madrid porque tenía la pulsión de la escritura, y su experiencia vital en la capital de España fue tremenda: fueron los años de la 'Movida', que también constituyeron para él una epifanía, especialmente por el ámbito musical: Antonio Vega, Manolo Tena o Enrique Urquijo componían canciones que eran poemas, poemas que eran canciones. Buenos tiempos para la lírica. Apenas escribió en Madrid. «Lo que hice fue vivir, experimentar». Frecuentó Rock Ola, el Penta, la Vía Láctea, todos aquellos templos de la nueva ola madrileña. «Aquella efervescencia fue única. Acumulé vivencias, hice mochila, formación literaria, musical, intelectual, humana». Pero ya había más que un poeta, amén de un periodista que ejerció esa profesión, y la de crítico literario, en este mismo periódico antes de dedicarse a tareas de comunicación en Caja de Burgos.
Sigo necesitando expresarme. Y la poesía es el género más autobiográfico»
Su primer poemario publicado vio la luz en los albores del siglo XXI. Fue la primera piedra de una casa poética que ha ido construyendo pacientemente, con mimo. Esta Memoria del frío (Ediciones Vitruvio) es el resultado de la energía, los sueños y las ambiciones de juventud, así como la constatación de una vida que no puede entenderse sin la poesía. «Me siento muy identificado con todo lo que he escrito. Y ver la evolución de mi obra me hace sentirme agradecido y satisfecho. Me reconozco», confiesa el autor. Al don para la poesía, afirma Ricardo Ruiz, hay que añadir trabajo. En su caso, obsesivo: ha aspirado siempre a la depuración, a la desnudez. Es la suya una voz poética perfectamente reconocible. Aspiración conseguida. «Siempre he pretendido que mi poesía, aunque haya evolucionado en estos cuarenta años, sea reconocible, personal, identificable». El invierno y la ciudad son los 'territorios' de la poesía de Ricardo Ruiz en los que canta a la fugacidad del tiempo, donde late el poder evocador de la memoria y brillan la dignidad de la derrota, la nostalgia o la melancolía; donde suceden las pérdidas, el amor y el dolor, donde se celebra a la vida sin desmentir a la muerte. Vivir es un milagro y morir una costumbre demasiado peligrosa.
Conserva la misma inquietud que cuando era joven, «pero ahora la perspectiva, la mirada, es distinta. Ahora es más sosegada, más madura, más descreída también. Al final, te vas despidiendo de muchas cosas y quedándote con las que te arropan. Y esa mirada ha cambiado, claro. Como dice Karmelo Iribarren, poeta al que admiro muchísimo, cuando eres joven quieres cambiar el mundo y al final te conformas con dejar el tabaco. Pero sigo teniendo inquietud, aunque sea de otra manera. Sigo amando la literatura y la poesía como cuando tenía quince años. Sigo necesitando expresarme. Y la poesía es el género más autobiográfico que existe». Si la literatura es su vida, ésta no puede comprenderse tampoco sin la música y el cine, especialmente el western y singularmente todo aquel que hizo aquel genial irlandés llamado John Ford. «Si no hubiese amado la música y el cine mi poesía hubiera sido distinta. Tengo poemas que son como guiones cinematográficos y como letanías de estribillos de canciones».
La depuración. Ha sido siempre Ricardo Ruiz -que obtuvo el Premio Paul Beckett de Poesía por su libro La condición humana- un poeta obsesivo en cuanto a la depuración de la expresión. Tiene poemas que constan de un solo verso, pero en éste cabe todo. Son aforismos deslumbrantes, de una desnudez que desarma, de una hondura total. «Es requiere mucho trabajo, esfuerzo. El fogonazo, el latigazo emocional existe, pero luego hay que trabajarlo. La poesía no es un mero desahogo sentimental. Eso sería insuficiente. Hay que pulir, corregir...». Eso desgasta, vacía. «Siempre me ha obsesionado esa desnudez», apostilla. Tiene muy clara su condición humana: poeta. Y hoy, cuarenta años después de escribir sus primeros versos, se siente un poeta sereno y maduro, tranquilo. Me siento un paseante, un observador tranquilo. Ya no tengo urgencias».
Me siento identificado y satisfecho con todo lo que he escrito. Me reconozco»
El volumen recopilatorio incluye varios poemas inéditos, porque hay Ricardo Ruiz para rato. Y quizás ese poeta que está por venir haya empezando a abandonar cierto derrotismo y cierta desesperanza. «Creo que voy hacia una poesía más luminosa, más celebratoria. Al final, como dice Gamoneda, los poetas fatalistas son los que más amamos la vida. Y cuanta menos nos queda, más la amamos. Porque el tiempo es invencible. Quiero vivir la vida con júbilo. Se me ha pasado demasiado deprisa. Y eso da vértigo. La poesía me ayuda a exorcizar todo eso. A los veinte años te sientes inmortal. A los sesenta, no. Pero me siento a gusto estando donde estoy y siendo independiente y honesto. Todas las mañanas puedo mirarme en el espejo. Me siento libre. Y eso es impagable».
* Memoria del frío se presenta este jueves, a las 20:00 horas, en el Salón Rojo del Teatro Principal.