Seguramente, hace apenas cinco días los primeros ministros de España y Portugal, Pedro Sánchez y Antonio Costa, preveían que este fin de semana iba a ser muy diferente al que presumiblemente será: ellos pensaban en una 'cumbre' socialista europea, en la que ellos dos iban a ser los protagonistas, celebrada en el agradable clima malagueño, ninguna previsión de nubarrones serios en el horizonte.
Costa era el gobernante socialista más votado del continente. Y Sánchez se veía llegando a la Costa del Sol ya en posesión de su investidura para seguir en La Moncloa. Y, sin embargo, ya ven: los planes de Sánchez se atrasan, en medio de una agitación en las calles (y en los despachos) como no se veía hace al menos un lustro. Y lo de Costa, el gran aliado de Sánchez en la UE, ha sido peor, claro.
Algunos medios especialmente 'antisanchistas' han disfrutado no poco presentando estos días las fotografías retrospectivas del presidente español abrazando a su amigo el 'primeiro ministro' luso, ahora dimitido tras haber sido acusado de serios escándalos de corrupción. A esos medios hostiles les falta un pelo para pedir también la dimisión de Sánchez, aunque sobre el mandatario español no pesa acusación oficial alguna de corrupción ni tampoco pesa otra querella que le está planteando, en distintos tonos, una parte de la ciudadanía en protesta por las negociaciones con Puigdemont. Lo que no es poco, pero no justifica del todo los gritos esos de 'Sánchez dimisión' que tanto proliferan ahora en las calles inquietas.
Así que Sánchez, presidente de la Internacional Socialista para lo que valga, acude, un poco en baja, a Málaga, donde no le faltarán aplausos que traten de compensarle de los abucheos que va a cosechar en las manifestaciones convocadas por el PP contra la amnistía al 'procés'. Ni ha conseguido que la sesión de investidura en el Congreso tuviese lugar, aun a trancas y barrancas, esta semana, ni probablemente podrá alzar su brazo de la mano de Costa, que en principio supongo que ya no acudirá a la 'cumbre' malagueña. Y, encima, los socialistas europeos, gentes socialdemócratas poco amantes del ruido, llegan cuando aún no se han olvidado en las portadas de periódicos de todo el mundo las fotografías tremendas de los disturbios provocados por 'ultras' ante sedes del PSOE. Unas alteraciones violentas del orden muy severamente reprimidas por una policía a la que el líder del Vox pidió nada menos que desobedeciesen las órdenes del ministro del Interior. Nada menos.
Así que plena tormenta (política, que en lo meteorológico por lo visto no va a estar tan mal) sobre la Península Ibérica, donde Portugal se prepara para unas muy probable elecciones anticipadas tras la dimisión de su carismático y popular primer ministro, cuya posible, que no sé si probable, inculpación personal en la corrupción ha dejado atónitos a nuestros vecinos. Y donde España vivirá inmersa en dos acontecimientos: primero, las manifestaciones, estas convocadas por el PP y en las que seguramente reinarán el orden y la mesura aunque suba el tono de la protesta indignada contra el Gobierno, y, segundo, en los ecos de los flecos finales de la negociación con el lejano Puigdemont para lograr, quizá en la semana que entra (quién podría ya predecir nada), el 'sí' a su investidura.
Lo que iba a ser una 'cumbre' triunfal, acogedora, amable, otro respaldo europeo a la figura, tan criticada en casa, de Pedro Sánchez, se ha frustrado, pues, bastante, pero ya digo que aplausos haberlos, los habrá. Aunque Costa no los escuchará, y Sánchez andará, sospecho, pensando en muy otras cosas, con la cabeza quizá más en la lluviosa, fría, Bruselas, o en la gente agolpada en la Puerta del Sol, que en la benignidad climática malagueña.