Muchos quizá no recuerden que en lo peor del confinamiento domiciliario, en la primavera del 2020, dotaciones de la Policía Local se apostaban bajo la ventana de una familia con niños de cumpleaños para felicitarles con música y agradecerles la paciencia por aguantar el no salir de casa. Acudieron a más de mil domicilios, pero recibieron cerca de 5.000 solicitudes a esta iniciativa que, a día de hoy, sigue siendo el mejor recuerdo que la Policía Local tiene de su intervención en la pandemia. «También metimos a los abuelos, porque les hacía tanta ilusión o más que a los niños», señala el intendente jefe, Félix Ángel García, acompañado del inspector coordinador Carlos Jiménez y del policía responsable de Relaciones Externas, Pablo Ibáñez. De todo lo demás, en general, hablan con cierta desazón. Y explican el porqué.
Del principio recuerdan, como todos los consultados en este especial de Diario de Burgos, «la incertidumbre». Agravada en este caso porque, como señala García, «no teníamos muy clara nuestra intervención; es decir, si podíamos limitar el derecho de movilidad de los ciudadanos». Pero tuvieron que hacerlo y los tres protagonistas de este texto coinciden en que fue «desagradable». Máxime si se trataba de personas mayores. «Es que es duro echar una bronca entre comillas a un señor o a una señora que te decían que, para lo poco o mucho que les quedara, querían vivir», señala Ibáñez. La Policía Local, por definición, está todo el día a pie de calle y veían que «continuamente buscaban excusas para salir». Y unos trataban de concienciar con buenas palabras, pero otros multaron. Y ahora que echan la vista atrás, con el estado de alarma declarado inconstitucional y luego avalado por el Tribunal Constitucional, el intendente jefe reflexiona: «Nos dimos cuenta de que tanto trabajo y tanto enfrentamiento con la ciudadanía quedó en nada por esa inseguridad jurídica.
Se mandó a los policías a hacer de malos en una situación que todo el mundo desconocía, pero sin el amparo legislativo y jurídico suficiente como para hacer lo que se hizo».
La Policía Local hizo un sinfín de controles para evitar contagios. - Foto: ValdivielsoAsí que tanto García como Jiménez coinciden en que, si volviera a suceder, «el ciudadano no cooperaría casi nada». Y, al mismo tiempo, creen que la Policía Local, con la experiencia vivida, también realizaría su trabajo de otra forma. «Creo que se haría de una manera más abierta. Es que se llegó a detener a gente y hacíamos controles para ver si en verdad iban al puesto de trabajo o no», apunta Jiménez.
Los 'policías de ventana' nos volvieron locos, con llamadas porque había gente en la calle»
En el capítulo negativo incluyen también «la intransigencia» ciudadana y afirman que «los 'policías de ventana' nos volvieron locos, con llamadas porque había gente en la calle, porque simulaban que sacaban al perro... Los compañeros trabajaron lo indecible».
Pero no todo es malo. De «muy bueno» tildan que el Centro de Coordinación Operativa Integrada (Cecopi) facilitara que todos los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado trabajaran juntos, con información y unidos. «Eso fue muy bueno, muy positivo», recalcan.
También con satisfacción recuerdan las 50 exhibiciones caninas que hicieron en parques y plazas públicas de la capital para animar y entretener a la ciudadanía. Y, en lo sanitario, manifiestan su gratitud porque se les considerara un cuerpo prioritario en la campaña de vacunación: «Sobre todo, por la incertidumbre de los compañeros que iban a atender a personas que podían estar infectadas y luego iban a su casa».
Este riesgo, unido a un disgusto personal, hizo mella en el policía Pablo Ibáñez. «Siempre pensé que acabaría mi carrera en la calle, de patrullero, que es lo que me gusta, pero esto no lo controlé», admite, subrayando que «me consideraba una persona fuerte y lo que me propongo intento hacerlo bien, pero...». Asume que «la mochila se cargó» y, con el apoyo de su familia y de su compañero de patrulla durante 16 años -«de no ser por Ricardo lo hubiera llevado peor»-, aceptó la propuesta de García para cambiar la calle por otras funciones.
«La herida de la pandemia se curó», dice, con agradecimiento expreso a su esposa e hijos, pero admite que el cambio en la forma de trabajar fue tan fuerte que le afectó: «A mí me gusta interactuar con la gente y ahí era pedir que te dejaran el DNI en el suelo. Esa sensación de vulnerabilidad fue lo peor».