Con 104 años a sus espaldas, Julia Rubio, la persona más longeva de todas las que viven en Pradoluengo, no deja de recibir piropos y saludos cada vez que sale de la residencia San Dionisio a la calle a pasear. Y no es para menos. Aunque le falla un poco el oído, sus dos enormes ojos azules y la sonrisa que deja escapar de vez en cuando encandila a cada uno de los habitantes de la villa textil a diario.
Conocida por todos como la tía Julia, su imagen ha quedado ya inmortalizada para la eternidad en un imponente mural realizado por el artista burgalés Christian Sasa en una medianera en pleno casco urbano. En él se puede observar a la mujer con una de las máquinas de hacer calcetines que tantísimo empleó durante su vida laboral. Y es que esta pradoluenguina tiene cotizados a la Seguridad Social nada más y nada menos que 49 años y 8 meses. Al menos de manera oficial, ya que con apenas 12 ya hizo sus pinitos en las fábricas de la villa. Tal fue la proeza para su tiempo -se jubiló hace ya cuatro décadas- que el propio Estado la premió con 1.000 de las antiguas pesetas por los servicios prestados a la caja común.
Su desempeño principal no fue la confección de prendas para los pies, tan relevantes para la economía de la localidad, sino que su trabajo se centró en la elaboración de boinas. Los calcetines se quedaban reservados para sus tareas en el hogar, en el que tuvo que cuidar a buena parte de su familia. Su sobrina María Ángeles Rodríguez y su prima segunda por parte de padre Ino San Román -que como todo el pueblo también la considera su tía- reconocen que cada vez que pasan con Julia por el mural ella enseguida les sorprende con un «¡pero si soy yo!».
El origen del encargo partió del Ayuntamiento tras recibir una ayuda económica. La corporación se puso en contacto con su sobrina y le plantearon la idea. Y dicho y hecho. El pasado mayo llevaron a la tía Julia al museo textil de Pradoluengo y la colocaron junto a la máquina de hacer calcetines para sacarle una fotografía. Ni corta ni perezosa, enseguida empezó a mover las manos y los pies como si de un instinto natural se tratase. «Nos quedamos alucinadas», recuerdan sus sobrinas. A partir de esa imagen que le tomaron pudieron dibujar el mural, que se ha terminado este verano tras cerca de dos semanas de intenso desempeño.
La centenaria se sigue sorprendiendo cada vez que pasa junto al enorme mural
«Ha sido una mujer muy trabajadora y muy preocupada de los suyos», aseguran María Ángeles e Ino. La vitalidad que desprende su mirada está plasmada de manera inmejorable en el mural de Sasa, cuya inauguración está pendiente aún por parte del Consistorio. Queda por colocar un hito con un código QR desde el que se podrá acceder al documental que se grabó durante el diseño y ejecución de la obra.
Esta es un homenaje, tal y como aseguran desde el Ayuntamiento, a todas esas mujeres anónimas del medio rural que, con su esfuerzo y quehacer diarios, ayudan a mejorar la comarca y su entorno.
En forma. A pesar de su edad, Julia todavía camina -aunque unos pocos pasos-, es una ávida lectora de Diario de Burgos y prácticamente de cualquier hoja que le pongan delante y una apasionada de los programas de cotilleos que salen en televisión. Tras superar un cáncer de colon hace 27 años y una bacteria que le trajo por la calle de la amargura, apenas presenta patologías que le compliquen su día a día. Enamorada de los viajes -solía pasar temporadas en los meses de invierno en Benidorm- y muy culta, no ha dejado pasar la oportunidad de ir a votar cada vez que se han celebrado unas elecciones.
Cuando cumplió los 90, ya viuda y sin hijos, ella misma fue la que decidió no ser una carga para sus sobrinos e ingresar de forma voluntaria en la residencia. La pandemia fue todo un reto para los mayores que ya no viven en su domicilio, aunque sus sobrinas admiten que era perfectamente consciente de lo que ocurría de puertas para afuera. «Cuando nos dejaban visitarla a través de un cristal nos daba la mano por debajo», rememoran. El estallido de la Guerra Civil en julio de 1936 le pilló en San Sebastián, y nadie sabe cómo -ni probablemente se sepa nunca- una jovencísima Julia apreció un día andando por la carretera que da a la villa textil.
A las puertas de sumar una vela número 105 a la tarta -en febrero-, Julia es historia viva de Pradoluengo. Un ejemplo para los vecinos y las nuevas generaciones de Pradoluengo y de toda la provincia.