Dice Karin Slaughter (Georgia, EEUU, 1971) que, cuando se desató la pandemia, pensó que el encierro le resultaría fácil de sobrellevar, una persona introvertida como ella partía con ventaja… Hasta que se dio de bruces con la realidad. «Me preocupaba la gente que no podía permitirse el lujo de quedarse en casa. Lo que sucedió en nuestros hogares de ancianos, prisiones y cárceles fue una pesadilla». Su hermana contrajo la temible enfermedad, y en Los Ángeles hubo tantas muertes que la agencia de protección ambiental tuvo que suspender los controles de calidad del aire para que los crematorios pudieran funcionar día y noche. Aterrador en lo personal y en lo social. También en lo profesional: para su sorpresa, escribir en tiempos de la COVID-19 fue mucho más difícil de lo imaginado.
Cuesta imaginar cómo es ser Karin Slaughter, convivir con todos esos asesinos que rondan su mente, con todas esas víctimas que piden justicia. «Siempre he pensado que la herramienta más importante de un autor es la empatía», asegura. Y aclara inmediatamente que eso no significa que sienta simpatía por las personas malas: solo busca entender por qué hacen lo que hacen, siempre hay una razón, y esa razón constituye la esencia del personaje. Intenta entender cómo un ser humano aparentemente normal puede convertirse en un asesino, un violador o un abusador, qué le hace pensar que tiene derecho a romper el contrato social, a decidir que su ira o sed de violencia es más importante que otras.
En su última novela, Silenciadas, la americana se preocupa por la violencia de género. No es un tema nuevo, pero sí es un tema que hay que abordar incansablemente. Su intención al hacerlo es decirles a las mujeres que no están solas. Lamentablemente, su historia no es inusual. Si lo miras desde un punto de vista científico, si analizas la violencia doméstica o la agresión sexual o la agresión sexual, queda meridianamente claro que todos estos delincuentes hacen las mismas cosas, destruyen tu personalidad, te aíslan.
Enamorados
La tarea investigadora recae sobre los hombros de un viejo conocido de la autora y de sus lectores, Will Trent. La de Trent y Slaughter es una relación de dos décadas, el mismo tiempo que lleva frecuentando a la forense Sara Linton, a la que creó para otra serie… hasta que los hizo coincidir. En este período los hemos visto cambiar, enamorarse, consolidar su relación, algo que ha venido sucediendo de libro en libro y que a su creadora le parece «especialmente divertido».
En esta ocasión, Will y Sara se ven obligados a una inmersión en el pasado y reencontrarse con Jeffrey Tolliver, el hombre del que Sara se divorció de una forma más o menos traumática. Al volver la vista atrás, la buena de Slaughter recrea con precisión un período sobre el que nunca había escrito antes, en torno a un año después del divorcio, cuando Sara todavía está realmente enojada con él: «Puedes ver que Sara es consciente de los errores que cometió con Jeffrey y que está tratando de no volver a cometerlos con Will».
Sin antecedentes
Hablamos de libros insertos en series, pero Slaughter también publica novelas independientes. Que tienen sus ventajas. En un libro sin antecedentes ni consecuencias, puedes matar a todo el mundo o puedes dañar a la gente y no preocuparte por la próxima entrega. «Sé que suena muy atávico ?admite? pero, honestamente, te da algo de libertad». Lo que no desaparece es la obligación de entender al personaje, porque si no lo consigues, tampoco puedes esperar que el lector lo haga.
Dejamos para el final un dato relevante en la biografía y la personalidad de la autora, su compromiso con Save the Libraries Foundation (Fundación Salvar las Bibliotecas), proyecto que puso en marcha en 2008, cuando la economía se fue al garete.
Una iniciativa con la que salda una deuda. Asidua de las bibliotecas desde muy pequeña, de pronto se dio cuenta de que algunos de sus bibliotecarios favoritos ya no estaban allí porque les habían reducido la jornada laboral o, directamente, habían sido invitados a jubilarse.
Eso tuvo una consecuencia inesperada: muchos niños que en otras circunstancias habrían estado en la biblioteca, se pasaban las horas en la calle.
«Pensé: tenemos que hacer algo al respecto. Y hablé con un grupo de amigos, todos autores: Lee Child, Mike Connelly, Neil Gaiman, Laura Lippman…». Escritores que, como ella, de pequeños buscaban en las bibliotecas historias para evadirse y que, ahora, alimentan los sueños, a veces los más oscuros, de miles de lectores.