No existe ninguna leyenda que hable sobre el alto del Camino de la Nava ni nunca nadie contempló allí ningún resplandor que mostrara la imagen de la Virgen. Es más, hasta hace una década el entorno pasaba totalmente desapercibido e incluso alguno de los habitantes más jóvenes de Los Barrios de Bureba no había puesto un pie encima. Sin embargo, para Miguel López ese místico lugar que divisaba a lo lejos desde las ventanas de su casa, aquella que compartió primero con sus abuelos, después con sus padres y ahora con su hermana y hermano, le transmitía una fe especial. Rodeado de encinas centenarias de cuyo desarrollo él mismo ha sido testigo, quiso honrar a la Virgen de Fátima en la celebración de su centenario y colocar adehesada entre las ramas su figura construida en piedra blanca.
La devoción del burebano va más allá y desde bien pequeño tuvo claro que debía estar al servicio de su comunidad religiosa y ayudar a las personas en momentos de necesidad o aflicción. Sin lugar a dudas tuvo claro el futuro que ansiaba y supo elegir su camino. Ingresó en el seminario y tras sus estudios se preparó como sacerdote. Pasó por varios pueblos de la comarca y en todos dejó una imborrable huella que décadas después todavía perdura. De todos ellos se llevó grandes amigos que han aportado lo posible y más en su proyecto más personal. El lugar, así es como lo denomina, atrae a fieles desde hace un tiempo y el 11 de mayo el Ayuntamiento ha organizado una romería en la que no faltarán caballos con motivo de la celebración de la Feria de Abril.
Ascender hasta el alto no requiere conocimientos de montañismo, más bien ganas de disfrutar en una atalaya privilegiada desde la que contemplar los Montes Obarenes, el Valle de Caderechas o la montaña de la Rioja Alavesa en su más pura esencia. Si las condiciones climatológicas lo permiten y el viento no sopla con demasiada fuerza, ¿por qué no?, tomar un aperitivo mientras uno reflexiona. Una enorme piedra en la que se puede leer Tenemos madre. Los Barrios te suplica, oh Virgen de la Nava, que guardes nuestros campos y salves nuestras almas, da acceso al espacio 'sagrado' a través de unas escaleras con su barandilla construidas por el propio religioso. A sus 89 años no hay todavía tarea que se le resista y siente especial fervor por rezar allí sus rosarios, pero también por mover una y otra vez las cosas de sitio. Se describe como un perfeccionista nato y el orden siempre lo ha llevado a rajatabla.
La segunda parada rinde honor a la Virgen en una fuente. En el mismo entorno se han instalado bancos y unas piedras en las que solo aquellos que derrochen imaginación -y fe- percibirán la cabeza del Cristo doliente, su corazón y las piernas. Escalinatas arriba y a mano derecha, el altar dedicado a la Virgen de Fátima no pasa desapercibido. Las imponentes ramas de varias encinas entrelazadas constituyen una capilla natural digna de admirar. Siglos de historia rodean la figura, que a lo largo del año recibe más de una ofrenda. «Un grupo de portugueses de Briviesca acude a menudo y ha plantado romero», elogia el sacerdote. Dejando de lado el lugar y con la vista puesta al frente, otra robusta encina cumple funciones de cobijo para San José.
La senda continúa hasta alcanzar el punto más elevado, en el que tanto Miguel como Javi -uno de los voluntarios comprometidos- quieren habilitarlo como mirador y colocar un panel informativo para localizar las montañas y los pueblos. Justo ahí, a pocos metros, se alza la imponente Cruz de Caravaca fabricada con madera por ellos mismos. Con sus cuatro brazos y el mismo tamaño que la que portó Jesucristo, asoma entre la copa de los árboles. Con orgullo y devoción, Miguel mira hipnotizado la obra, la besa una y otra vez y la dedica las palabras más sinceras. Ahora se puede ir en paz.