Son cerca de las diez y solo se escucha el sonido de los pájaros en la plaza. En Llano de Bureba, un pueblo con medio centenar de vecinos censados, a esta hora no se ve un alma por la calle, pero unas risas rompen el silencio. Vienen del bar. Dos personas se colocan en medio de la barra, que reabrió sus puertas la semana pasada y ha devuelto las buenas costumbres de siempre. Los cafés de la mañana, pero no demasiado temprano, los vinos del medio día y las partidas de la tarde. Ir y hablar con quien esté, porque alguien habrá. Sin lugar a dudas es el punto de encuentro y cumple una importante función social. María del Mar Díez conoce al dedillo su funcionamiento porque procede de la localidad y no había fin de semana ni vacaciones que se perdiera. Ahora tampoco las jornadas de entre semana detrás de una barra que le permitirá aportar el máximo para avivar el bienestar de sus paisanos.
Ella es una de las valientes que ha apostado por volver a vivir en el mundo rural porque las ventajas superan a los inconvenientes. El listado lo completan otras doce mujeres que han iniciado un nuevo proyecto o mantenido su actividad en uno ya existente en Salas de Bureba, Briviesca, Rojas, Busto, Cubo, Poza de la Sal y Santa Olalla de Bureba. En ellos el fantasma de la despoblación acecha en cada recoveco y a pesar de que la bajada del número de habitantes se ha incrementado en las últimas décadas, tanto los ayuntamientos como las juntas vecinales y las emprendedoras tienen muy clara su importancia y están dispuestos a hacer casi cualquier cosa para mantener estos centros abiertos.
(Más información y el testimonio de cuatro de las protagonistas, en la edición impresa de este miércoles de Diario de Burgos o aquí)