Nació y se crió en Lastras de Teza, pueblecito del Valle de Losa enclavado en un paisaje sugerente, siempre enigmático y bello. Cuando, un día, llegaron mal dadas en el trabajo que tenía en Bilbao, se dijo: ¿por qué no intentarlo en el pueblo? Una de las claves se la dio su abuela Rosario, inspiración de todo; era, la abuela, una hortelana de postín, y había sembrado toda la vida alubia pinta. Hoy, una década después, Soraya Regúlez tiene registrada la marca 'Alubia Losina', que le quitan de las manos aquí y allá, y eso que siembra media hectárea de esta leguminosa. Se planteó, junto a su chico, Iván Parra, y con la tutela de su madre, María Jesús -que hace de vigilante, corta las malas hierbas, etc.- ampliar la superficie. Pero su apuesta ecológica por el producto (una labor casi artesanal, en la que no hay fitosanitarios ni nada por el estilo) le llevaron a contenerse y a apostar por lo que tenía. Que es, hoy, un éxito: aunque depende del año, arrojan una producción media de 800 kilos de alubia pinta y blanca. Y está a punto de poner en el mercado un híbrido natural de ambas. Soraya ha cumplido un sueño, su sueño, aunque no sea su exclusivo modo de vida (compagina esta labor con otro empleo).
Pero se siente feliz por haber hecho realidad aquel anhelo, por demostrarse a sí misma que se puede. Que la España Vacía ofrece oportunidades si se tiene voluntad; si se pone esfuerzo y dedicación. Si se pone amor. «Losa es tierra de patata, pero la abuela siempre había tenido sus alubias. Y decidí probar siguiendo sus consejos. De forma natural y tradicional, a ver qué pasaba», dice Soraya, de 45 años, un inquieto y sonriente cascabel, pura pasión y nervio. «Quise hacerlo ecológico. Durante tres años todo fueron pruebas. Y ahora cumplimos ya diez y estamos muy satisfechos», admite. Asegura que la alubia autóctona de Losa es pequeña pero muy fina; y que se la rifan en el norte para esas pucheras ferroviarias que huelen bien desde aquí. Tan es así, que apenas le quedan de la campaña pasada, tanto es su éxito. Los primeros años fueron matadores: allí se agachaba el lomo sin duelo; ahora, asentado el proyecto, tienen maquinaria que les ayuda en la siembra y en la recogida. En su finca ya verdean los primeros matojos: no hace ni tres semanas que se sembraron. El fruto, para finales de septiembre y comienzos de octubre. El hallazgo, de un tiempo a esta parte, es que esa roja pinta y la alubia de riñón se han hibridado de forma natural, y están Soraya e Iván tratando de depurar esa fusión, que alumbrará una nueva variedad. «Bilbao es nuestro principal mercado; también los turistas y los habitantes del valle. Creo que el hecho de que sean losinas tiene tirón». La alubia losina es fina, delicada; no es pellejuda y se cuece rápido, al punto de que no es imprescindible que pase por el inveterado remojo previo. Todos los años se ha quedado corta, salvo el último, que ha dejado un mínimo excedente, el justo para poder ilustrar este reportaje. Brillan las alubias de Soraya e Iván como pepitas de oro en la tarde losina cuando las menean en las cribas. «La agricultura es dura y esclava. Y depende de la climatología. Eso lo complica. Aunque hemos ido trabajando en perfeccionar el proceso para intentar que no sea tan exigente. Aunque ahora tenemos maquinaria [eso sí, recogen a mano las matas], es una producción ecológica: lo más que han empleado para combatir plagas y años duros es esencia -potingue- de ortigas y cola de caballo».
Les encanta el pueblo. «Somos felices aquí», dice esta pionera. «Como tenemos una producción pequeña y abandonamos en su día la idea de hacer algo más grande, no competimos por hacernos un hueco en este mercado. Pero la realidad es que la alubia losina triunfa. Lo vendemos todo o casi todo», subraya. Aunque la abuela Rosario ya no está para contemplar el éxito de su nieta, siempre está presente. Soraya dice que, sin su ayuda y aliento, jamás hubiese salido adelante este proyecto. Sabe que hay otras alubias 'cercanas' más afamadas (la burgalesa de Ibeas, la alavesa, la guipuzcoana de Tolosa), ella defiende la calidad de su producto. «A todos los que la comen les encanta», apostilla. Soraya e Iván aseguran que para un año bueno nada hay mejor que un clima natural: lluvia y sol cuando toca, no a deshora. Y que la selección, tras la recogida, es dura y ardua. «Las altas temperaturas en mayo, por ejemplo, pueden ser terribles». La media hectárea donde sembraron en San Isidro ya verdea; aún es pronto para saber cómo viene el año, pero se hacen evidentes las amenazas de las malas hierbas, que hay que tratar de tener a rajatabla, y que en algunos surcos (aunque tengan acolchados) la mata aún no ha salido por culpa, creen, de la humedad que tenía la tierra tras muchas y constantes lluvias. Soraya e Iván se pasean por la finca (perimetrada por un pastor eléctrico para que los jabalíes que se solazan por la zona no la invadan y arruinen) con el íntimo orgullo de quien contempla una criatura que está medrando con salud y fuerza. «Nuestra propia semilla nos hace libres. No están modificadas genéticamente», musita ella. Participan con su producto en alguna feria, y su alubia es la estrella de una cita anual que se celebra en noviembre Quincoces de Yuso, capital de la comarca. Sonríe Soraya, sonríe Iván. Ambos saben que, por delante, queda mucho tajo. Y mirar al cielo. Eso siempre, desde que existe la agricultura. Pero no le tienen miedo a nada. Es su sueño y su proyecto. Y no van a abandonar. Al contrario: cada vez les place más empeñarse en desafiarlo todo: a la climatología, a la suerte, al destino. 'Alubia Losina' es el sello personal e intransferible de este proyecto. Que pasó de sueño a realidad. Aunque nunca vaya a dejar de ser un sueño.