Tendederos situados de tal manera en los patios de las casas que colgar la ropa se convierte en un ejercicio aeróbico propio de equilibristas, cocinas estrechas y largas como vagones de trenes en las que es complicado desenvolverse, edificios con recovecos por los que da miedo pasar, calles escasamente iluminadas que no ayudan al paseo tranquilo, servicios básicos para atender al cuidado de las personas vulnerables alejados de las zonas residenciales... A lo largo de los años han sido muchos los aspectos que han dejado bien claro que la construcción de viviendas y la estructuración del espacio urbano, hechas históricamente por varones, no tenían en cuenta las diferentes necesidades de las mujeres.
Fue hace ya más de tres décadas cuando un grupo de mujeres arquitectas, conocedoras de estas limitaciones se pusieron a estudiar cómo resolver las y a trabajar para disminuirlas. Entre ellas, la arquitecta y urbanista Inés Sánchez de Madariaga, profesora de Urbanismo y Ordenación del Territorio de la Universidad Politécnica de Madrid y presidenta del Grupo Asesor de Género de la Directora Ejecutiva de ONU-Hábitat, quien asegura que, por suerte, en estas tres últimas décadas las cosas han cambiado «mucho y para bien». Este martes lo explica en una charla que tendrá lugar a partir de las 19:30 horas en Colegio de Arquitectos.
«El primer cambio importantísimo es que ahora tenemos un marco legislativo a nivel nacional y en muchas comunidades autónomas y disponemos de experiencia práctica de planes y proyectos y un acerbo de investigación, manuales y publicaciones que hace tres décadas no existían. Queda muchísimo por hacer, pero los mimbres ya están puestos», explica esta experta, que también cree que ha habido mejoras en la sensibilidad y el interés de quienes tienen que tomar decisiones en este aspecto y entre la profesión, en la que hay cada vez más mujeres.
Hacen falta medidas específicas para facilitar el acceso a la vivienda a mujeres solas o con menores a cargo»
El gran punto de inflexión lo sitúa alrededor de 2016 y años siguientes «cuando a nivel general el feminismo dejó de percibirse como algo negativo y pasó a normalizarse y tener una valoración positiva por capas muy amplias la sociedad, lo que estuvo vinculado a la reacción del movimiento Me too y la contestación en las calles por la violación de la Manada que concienciaron sobre la violencia sexual y evidenciaron la discriminación de las mujeres». Coincidió en el tiempo, recuerda, con unas sentencias del TSJ de Madrid y del Andalucía que anularon varios planes por no tener evaluación de impacto de género.
Sánchez de Madariaga pone un ejemplo con el que dice, se entiende siempre muy bien cómo la construcción de las ciudades y la movilidad también discriminan a las mujeres: «Es mucho más habitual que ellas tengan que compaginar el trabajo con hacer recados domésticos, llevar y traer a los niños y las niñas al colegio y a las extraescolares y a los mayores a su cuidado al centro de salud, por ejemplo. Todos estos viajes, que habitualmente están encadenados, sabemos que por estadística los hacen más las mujeres. El patrón de movilidad típicamente masculino, de hombres que de forma habitual no se hacen cargo de esas tareas es muy diferente y pendular: del trabajo a la vivienda y puntualmente a alguna actividad deportiva o de ocio. El uso de la ciudad de hombres y mujeres es muy distinto y tiene que ver con los cuidados de las personas y las tareas domésticas».
Estas diferencias se plasman también -asegura- en las mayores dificultades de acceso a la vivienda que tienen las mujeres, por la menor capacidad económica que, en general, tienen: «Sobre todo las que viven solas o son cabeza de familia con hijos menores tienen una gran vulnerabilidad residencial y hacen falta medidas específicas para ellas».