Las diferencias ideológicas en el Gobierno tripartito alemán, conformada por socialdemócratas, liberales y verdes, eran demasiadas. Tanto que, finalmente, tras tres años de una coalición liderada por Olaf Scholz, se produjo la ruptura y, como consecuencia, la celebración de elecciones generales anticipadas el próximo 23 de febrero.
¿La razón? La decisión del canciller de expulsar a su titular de Finanzas, Christian Lindner, del Partido Liberal (FPD), quien había exigido un cambio de rumbo de la política económica con peticiones que eran inasumibles para el resto de los socios, si bien las disputas ya se sucedían desde el principio de la andadura del llamado semáforo.
Todo se precipitó cuando el cesado ministro presentó el pasado 31 de octubre un documento de 18 páginas para reactivar el funcionamiento de la nación germana, que se encamina a su segundo año consecutivo de recesión. El proyecto, filtrado a la prensa, fue considerado por muchos la excusa perfecta: la ruptura estaba ya servida.
Calificado por algunos como «carta de divorcio» y por otros incluso de «declaración de guerra», el escrito incluía medidas como recortes fiscales para las empresas, una relajación de los objetivos climáticos y una reducción de las subvenciones y prestaciones sociales, con lo que Lindner exigía a la coalición abandonar el actual planteamiento económico delineado en el acuerdo de 2021.
En un intento por intentar frenar que el bloque se resquebrajara, Scholz convocó una serie de reuniones a tres bandas en los días siguientes y tanto él como el vicecanciller y ministro de Economía, Robert Habeck (miembro de Los Verdes), intentaron apelar a la unidad a los liberales y a la responsabilidad a Lindner, apuntando a que sería el peor momento para una crisis política ante la mala situación económica, la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU y la guerra en Ucrania.
Sin embargo, el presidente del Partido Liberal seguía insistiendo en la necesidad de repensar el fundamento de la política del Gobierno. No solo eran las iniciativas para reavivar la maquinaria del país, aquejado por la competencia de Washington y Pekín, y la falta de inversión en la infraestructura, sino también el Presupuesto para 2025, en el que aún había un agujero por tapar de más de 12.000 millones de euros. Problemas que están estrechamente vinculados, pues las Cuentas deben financiar las medidas económicas y, por tanto, el rumbo de Alemania en esta materia.
Hartazgo generalizado
Sus disputas en torno a estos asuntos fueron constantes, generando hartazgo entre los mismos líderes, y se fueron agrandando conforme pasaban los meses, las semanas y los días, hasta agotarse la paciencia 10 meses antes de las elecciones previstas para septiembre de 2025.
Consciente de que estas diferencias también estaban haciendo mella entre la población, Scholz decidió cesar a Lindner, acusándole de falta de responsabilidad y de rechazar cualquier compromiso, con lo que la coalición se quedó en minoría entre Los Verdes y el Partido Socialdemócrata (SPD) del canciller.
Alemania se sumergió entonces en una etapa de incertidumbre y, pese a que el dirigente germano intentó por todos los medios frenar el divorcio en un contexto internacional que exige liderazgo, finalmente cedió a las presiones y se someterá el próximo 16 de diciembre a una moción de confianza cuyo previsible fracaso llevará al país a una cita con las urnas a finales de febrero, tal y como acordó con la oposición.
El canciller se ha mostrado «feliz» por el pacto pese a que las encuestas de intención de voto no le benefician: dan como favorito, con el 33 por ciento, a la Unión Cristianodemócrata (CDU), con el conservador Friederich Merz como candidato, y vaticinan un ascenso de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), mientras que los sondeos más favorables otorgan al SPD un 17 por ciento.