Examen de bravura

R. PÉREZ BARREDO / Burgos
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DB asiste a un tentadero en La Cabañuela. «Es un momento fundamental en una ganadería de bravo. Es un laboratorio de selección genética», explica Antonio Bañuelos. El diestro Diego Urdiales exhibe lo mejor de su arte con las becerras del burgalés

El diestro Diego Urdiales, que toreará en los Sampedros, exhibe lo mejor de su arte con las becerras del ganadero burgalés Antonio Bañuelos. - Foto: Patricia

Se ha levantado el aire y está el cielo caprichoso: ahora deja lucirse al sol, ahora se nubla con amago de tormenta. Antonio Bañuelos toma asiento frente al albero que ha dejado impecable Francisco, el mayoral de La Cabañuela, la finca en la que se crían desde hace treinta años los toros del frío. «Este es un momento fundamental en una ganadería de bravo», dice Bañuelos desplegando las hojas en las que consignará unos apuntes esenciales para los años venideros de su hierro, que se ha hecho más que un hueco en el planeta toro. Es tarde de tentadero en la finca del ganadero burgalés. Es tarde de examen. Examen de bravura. Examen de nobleza, de calidad, de codicia, de fijeza, de transmisión. Un tentadero, explica Bañuelos, «es un laboratorio de selección genética. Se tienta a las hembras, nunca a los machos, porque el toro es el animal que más memoria tiene y una vez que ha visto un capote o una muleta sabe lo que hay detrás».

Las becerras no se tientan solas. Son toreros los que miden las características de las futuras madres de morlacos llamados a ser lidiados en una plaza. A La Cabañuela ha llegado Diego Urdiales, torero de solera, de buen gusto, de enjundia, de gran recorrido. Torerazo currista el riojano. Sobre la arena, calienta el capote y la muleta, como un gimnasta que estuviese ejercitándose antes de una prueba definitiva. «Un tentadero es importante para un ganadero, pero también para un torero», musita el maestro dibujando lances sobre la arena. «Marca la preparación, el momento en el que estás, cosas que quieres buscar... Sensaciones y conocimiento de lo que es el toreo. Y en la tienta se ven muchos detalles y características del animal, la fijeza, la nobleza, la fuerza... Que la embestida transmita, tenga recorrido». Urdiales lidiará en los Sampedros precisamente la corrida de Bañuelos. Son los del burgalés unos toros que le gustan al diestro riojano. «Me parece una buena ganadería», subraya concentrado.

Al cabo, a lomos del caballo, el gran Pedro Iturralde, picador superlativo, hace su entrada en el coliseo. Antonio Bañuelos saluda a ambos con afecto, intercambian unas palabras. Parece que quiere amainar el viento, pero lo desmiente el capote cuando traza pases al aire el matador. Ha llegado la hora. «Suerte para todos», se escucha en el aire templado de la tarde. De los corrales sale a la coqueta plazuela con determinación y casta Brocada, una preciosa becerra negra que Urdiales recibe con dos capotazos por su sitio. Bañuelos tiene anotado el nombre y el número de la vaca. En la misma hoja, en vertical, las casillas con los 27 comportamientos que se analizan de cada animal en esta prueba. «Es muy fina», dice junto al ganadero Luis Miguel Villalpando, el apoderado de Urdiales. «A por ella», manda el ganadero.

En apenas unos minutos, Brocada hace sonreír de felicidad y orgullo a Bañuelos. «Me gusta mucho», apunta después de verla comportarse en el caballo y una vez que el torero ha empezado a conectar con ella, sacando con mucha clase todo lo que la bestia tiene dentro. «Ahí la llevas, Diego. Ponle tú lo que le falta a ella», se escucha desde un burladero. «Hacia atrás, capote arriba. Llévala larga, larga».

Hay pureza en cada gesto del matador, reconcentrado en cada pase que dibuja, componiendo a la perfección la figura, dominando poco a poco al animal, que cada vez fija más, que cada vez embiste con más nobleza y codicia siguiendo el trapo hasta el final. Las pocas personas que son testigos de la tienta guardan silencio. Sólo Bañuelos interactúa con el torero, que si por el pitón derecho, que si por el izquierdo, que no vaya más al caballo. También Villalpando, que fue torero, tercia de cuando en cuando alentando a su matador, corrigiéndole, sugiriéndole por dónde dominar al animal para que éste saque lo tiene dentro y el artista poder exhibir la calidad que atesora tanto con el capote como con la muleta. «Perfecto, Diego, qué bien lo hace», exclama Bañuelos. Tiene mucho ritmo y por abajo, la cara siempre en su sitio. 

Si se ha comportado Brocada cumbre con el capote, con la muleta es ambrosía. Al baile entre la vaca y el torero le falta sólo la música, porque el espectáculo que ofrecen es de enorme belleza. Se escucha algún olé. Mucha torería sobre el albero de La Cabañuela. «Qué bien torea Diego», apostilla Bañuelos, que no deja de anotar en la cuartilla cada comportamiento de la becerra. La nota empieza a ser de notable rozando el sobresaliente. Brocada exhibe clase y profundidad. Y el diestro consigue lo que pretende: afianzarla con suavidad, con talento, con maestría, sin que decaiga el ritmo. «Esa altura es buena. Olé. Eso es. Bien», festeja el apoderado. Embiste la becerra con ambición, da igual el pitón por el que lo haga, y al natural Diego Urdiales se viene arriba y estampa en la tarde unos muletazos de aquí te espero, rematando con pases de pecho que merecerían un mar de pañuelos. Se gusta el torero, que se sabe dominador, que es consciente de haber sacado al animal todo lo que podía ofrecer, que al cabo es mucho. Ha mostrado nobleza, codicia, fijeza transmisión. «Ya está», se dice Bañuelos. «Y con la suavidad que la lleva. El temple. La ha enseñado. Y se coloca sola. Le ha dado fuerza también, ese es el misterio». Anota el ganadero las cruces en las casillas correspondientes mientras el torero continúa su obra sobre el albero como si no hubiese nadie más allí, como si ambos contrincantes estuviesen solos en la paramera y tuvieran toda la vida por delante para ofrecer esa danza atávica, ancestral, telúrica, casi mágica. 

No duda el ganadero burgalés: Brocada ha aprobado con nota. Sobresaliente. De la plaza a los corrales y de allí al campo, donde será cubierta por un semental. Su destino no será, como hubiese sucedido en caso de suspenso, algún festejo popular; lo que en jerga taurina se llama 'desecho de tienta'. Diego Urdiales, luego de la tienta de esa primera becerra (aún toreará más en la jornada), confirma lo que Bañuelos y el resto de asistentes han visto: que es estupenda la becerra. «Enhorabuena. Muy buena», dice el matador, que se verá el día 27 con toros de la ganadería burgalesa en el coso de El Plantío compartiendo cartel con Talavante y Juan Ortega. Brava becerra, Brocada. Grande Urdiales. Y olé.