La conciencia ecológica, el verdadero cambio en la percepción de la naturaleza y de los animales salvajes en las gentes en España, desde el mas recóndito y pequeño pueblo a la mayor urbe y sin distinguir clase, condición y gobierno, tiene un padre: Félix Rodríguez de la Fuente.
Esto es un hecho indiscutible y ni siquiera es necesaria la hemeroteca. Hoy en día, sus documentales del siglo pasado tienen todavía más fuerza y más vida. Y, por ello, se siguen emitiendo más que ninguno de los que tras ellos, y disponiendo de muchos más medios y avances tecnológicos, se han hecho. La voz de un profeta cala mucho más que el alegato, tantas veces trufado de consignas, de quienes quisieron aprovechar su rebufo y hasta alguno pretendió proclamarse su sucesor y hasta ahora mismo sigue y seguirá viviendo de ese mismo relato.
A Félix, no hace falta poner su apellido, le debemos el impresionante avance que en protección y conservación de la naturaleza ha dado a nuestro país y el hecho de que especies emblemáticas, que estaban al borde mismo de la extinción (lince, oso pardo, águila imperial por citar las tres más emblemáticas y muchas decenas más), comenzaran una remontada maravillosa.
El cetrero burgalés de Poza de la Sal, cazador por tanto como lo era otro gran patriarca como el vallisoletano Miguel Delibes, comenzó adiestrando halcones peregrinos y acabó amaestrando a la población española en el respeto al entorno, al medio ambiente y a las especies animales, muchas entonces consideradas alimañas y, por tanto, exterminables. Cazadores fueron, fuimos, también los primeros en escuchar su doctrina y poner sus enseñanzas en prácticas allí donde debíamos, en los campos donde cazábamos y en los territorios de los que entendimos debíamos ser cuidadores y guardianes.
No fue fácil, ni de un día para otro, pero la gran masa de la población agraria, y eso fue esencial y decisivo, abrazó la doctrina conservacionista y los principios de una ecología entonces aun no contaminada de ideología radical, delirios animalistas y pulsiones prohibicionistas que pervierten el objetivo que dicen perseguir y que terminan por producir el efecto contrario. Por decirlo de una manera clara y precisa: los cazadores, en gran medida, se convirtieron en conservacionistas y los ambientalistas fueron derivando en formaciones politizadas y extremas en su percepción del medio rural al que parecen querer someter a su dictadura. Porque no sé si sabrán que, en aquel entonces, en las organizaciones verdes había una presencia muy notoria, siendo incluso sus fundadores, cazadores, como fueron los casos de ADENA y la S.E.O. Había diálogo, hermandad incluso, y las discusiones buscaban el acuerdo y las acciones conjuntas.
Rodríguez de la Fuente también marcó aquel camino. Y, personalmente, y al respecto, el mío. Soy ecologista porque soy cazador y también soy cazador porque además soy ecologista.
Lo conocí de muy joven, con 16 o 17 años, y de manera muy sucinta, pero si traté e hice gran amistad con varios de sus más estrechos colaboradores, en uno de los lugares donde él grabó buena parte de su mítica serie El Hombre y la Tierra. El Barranco o la Hoz del río Dulce, allá por Pelegrina, La Cabrera y Aragosa, en Guadalajara, tan cercanos a Bujalaro, mi lugar de nacimiento, unos kilómetros más abajo, donde ya el Dulce se ha unido a mi Henares.
Los hermanos López Herencia, Fernando y Ángel, desdichadamente fallecido este último, así como Alfredo, hoy un reputado veterinario, trabajaron con él entonces y yo, a su arrimo, alcancé a acercarme a Félix y a su entorno. Recuerdo con especialísimo cariño a Aurelio, uno de los grandes y humildes nombres y pioneros del ecologismo español, aunque algunos de ahora ni lo conozcan ni quieran reconocerlo. Cómo recuerdo a aquella leoncita, la Trini, que hasta estuvo un tiempo al cuidado de nuestra cuadrilla hasta que le encontramos un mejor y seguro acomodo, cuando ya había dejado de ser un cachorro y empezaba a ser una leona.
Aquellas cosas pasaban, como el rescatar rapaces heridas, vigilar sus nidos para que no los expoliaran y, en suma, el ir haciendo las cosas que, hoy por fortuna ahí sí que sí se ha avanzado muchísimo, se hacen ya profesionalmente. Y no voy a dejar de mencionar al respecto la creación y puesta en marcha del Seprona, una de las mejores realidades en protección de la naturaleza de las que hoy gozamos.
Fue Fernando López Herencia, gran cetrero y espléndido dibujante y pintor de fauna y flora, quien me enseñó los rudimentos de este oficio. Llegué a estrenarme con una pequeña rapaz, un cernícalo. Él, de la mano de Félix, llegó a ser el responsable la estación del Aeropuerto de Barajas, para proteger a los aviones y aves de impactos no deseados y que pueden acarrear terribles consecuencias. Hoy sigue en funcionamiento. Fernando continuó en ese mundo hasta su jubilación, dirigiendo el Zoo de Guadalajara y participando activamente en defender el medio ambiente
Félix se nos marchó, para nuestra desgracia, muy pronto. Un día 14 de marzo de 1980 en Shaktoolik, Alaska, justo el día en que cumplía los 52 años, al estrellarse la avioneta en la que viajaba en aquel frío territorio del Ártico, donde había ido a filmar un nuevo documental.
El encargado de dar la noticia a su familia, e ir hasta su casa para comunicar tan nefasta nueva, fue otro gran reportero y otro de los personajes que marcaron época y, en mi caso todavía mucho más, mi vida: Miguel de la Quadra Salcedo. De él les hablaré la próxima semana.