Cuando le hicieron el encargo, a finales de los años 60, José Vela Zanetti no hizo otra cosa que estudiar, embeberse del personaje, transmutarse en la medida de lo posible en él, acaso sintiendo que a ambos los unía, además de la cuna, una experiencia radical: exilio/destierro, que tanto marcaría la personalidad del pintor. Vela era pura pasión, hombre por encima de todo, incluso del artista. El encargo, además, venía de su tierra y debía versar sobre una figura mítica, el héroe burgalés por antonomasia: el Cid. Para ejecutar el fabuloso trabajo de cubrir con murales la cúpula del Palacio de la Diputación, de cuya inauguración se cumplen ahora 50 años, el artista de Milagros se zambulló en la historia y la leyenda cidianas, del Cantar a la Historia Roderici, estudió a Menéndez Pidal, a Sánchez Albornoz... "La historia la estudia el pintor para no caer en la trampa de la pintura histórica", confesó en aquellos días el totémico artista, que ya era uno de los más prestigiosos muralistas a nivel internacional -era una celebridad por los murales de la sede de Naciones Unidas en Nueva York y por haber dejado una huella indeleble en la República Dominicana, México y Puerto Rico, entre otros países-.
Pese a ello, el encargo de la Diputación Provincial de Burgos constituyó para Vela Zanetti, a la vez, un desafío y un placer. "Esta es una obra que llega a mí en un momento en que la experiencia y la madurez buscan una realización que, como vulgarmente se dice, le viene a uno como anillo al dedo. Después de una carrera con más de cien murales a las espaldas, esta obra es una liberación. Es la obra con que todo artista sueña", declaró en los días previos al crítico de arte Antonio Manuel Campoy. En lo que Vela llamaba los ‘gajos clásicos’ de la cúpula, urdió un relato cidiano ajustado al hombre y a la leyenda. Así, diseñó cuatro escenas: El duelo; la Jura de Santa Gadea; la mesnada camino del destierro; y la Batalla de Valencia.
Desde un primer instante, el genio ribereño -que siempre fue fieramente humano- huyó de grandilocuencias y efectos míticos, por más que supiera que iba a crear un gran homenaje al personaje más trascedente de la historia de su tierra en su tierra. E incluso lo manifestó abiertamente no como una justificación, sino como una afirmación de ese sentido: "Ni fanfarrias ni triunfalismos. En los doscientos metros de pintura no aparece un solo estandarte, tambor o trompeta. Son simples aldeanos vestidos con hierro y telas de parco color. Son el anti-Cid de Bronston. El rostro del Cid, por ejemplo, puede ser el de uno de los labriegos que cruzan los caminos de Castilla...".
Vela Zanetti hizo toda la obra en tela en su taller de Milagros, donde los montó sobre bastidores con la forma arquitectónica de la bóveda y después los colocó en la cúpula, pintando las últimas semanas sobre la obra ya montada. Así subrayaba Campoy la obra: "Como las cúpulas se prestan a los virtuosismos del dibujo, Vela Zanetti ha suprimido toda la teatralidad de los escorzos, imprimiendo, eso sí, dureza al grafismo, para que la distancia no reste intensidad a la figuración". El crítico de arte descaba asimismo la sobriedad de la gama de colores escogida por el pintor. Es terrosa, con grises, negros y algunos azules que aparecen como contrapunto. Vela Zanetti hizo más de un centenar de bocetos, cuidó la tosquedad de las arrugas de las telas, para no transformar las figuras en simples figurines. No hay paisaje castellano estereotipado. Las formas del fondo sirven igual para cielo que para tierra. Cada centímetro, sea carne, tela, arma o fondo, es, ante todo, pintura".
El ambicioso proyecto fue muy alabado por la crítica y acogido con entusiasmo por los burgaleses por tratarse de un burgalés que honraba a otro. Y nadie ahorró elogios a la empresa. El propio Campoy, en páginas de ABC, hablaba así del artista y de su obra: "Sólo un hombre como Vela Zanetti, no sólo un pintor como él, podía atreverse con una empresa así. Vela Zanetti es una especie de Hércules burgalés, y se diría que su espíritu de hombre refinadamente civilizado habita en el cuerpo de un bárbaro".
Para el profesor y experto en la obra del muralista burgalés Pablo Celada, el planteamiento que Vela hace de tan icónico mural, aun siendo de temática histórica, es alejarlo de todo endiosamiento, de toda mitificación. "Pretende rescatar al hombre, ser de carne y hueso, rehumanizarlo, la transfigurar el valor, el dolor, el sufrimiento, y no recuperar un vacío, conmemorar y simbolizar, sino llenarlo de hombres valerosos, reflejados en sus curtidas facciones (...) En cuanto al tratamiento figurativo, Vela Zanetti no trata de alejarse del conflicto de nuestros días, de vincularse con otro tiempo -El Cid-, sino tener un estrecho contacto con seres de carne y hueso para enriquecer su persona. Su búsqueda de la verdad le lleva a rastrear en la realidad que conoce, vive, siente y estima", subraya Celada en la antológica obra ‘Vela Zanetti. 1913-1999’.