Ningún letrero en el número 54 de la calle Mayor de Lerma indica que en ese local está la que en estos momentos es la única carpintería y ebanistería de la villa y una de las pocas que ya quedan en la comarca del Arlanza. Pero no hace falta, la puerta siempre está abierta y cuando pasas por la acera se respira el olor y hasta el polvillo que deja el pino soria, el roble, la haya, el iroco o la jatoba... esas maderas nobles, algunas tropicales, a las que mima Ampelio Barbadillo, el superviviente de un oficio que ha vestido y sigue haciéndolo cientos de viviendas de la zona. Su firma está en puertas, armarios, ventanas, escaleras y todo tipo de muebles a medida de inmuebles rurales.
Quien atraviesa esa puerta, bien para hacer un encargo o, simplemente por gusto, se encontrará a Ampelio cortando un tablón de madera en esa sierra de cinta, una máquina del año 1935, o en otras ya más modernas que su bisabuelo no conoció, o montando una puerta para un merendero como en la que trabaja en estos momentos, que va anclada con sistema de quicio. Pero sobre todo se topará con un taller que huele a antaño, a trabajo artesanal, con el suelo lleno de serrín y las paredes pobladas de tableros de todo tipo de madera.
Ampelio es un artesano que aún no ha sido devorado por Ikea o Bricomart, aunque él ya sabe que después no vendrá nadie a sustituirle y que Lerma perderá su último carpintero; tiene dos hijos, uno que ya trabaja en una empresa de la capital, y otro que está estudiando, pero que no parece inclinarse por la carpintería, reconoce el padre.
Pero hasta entonces, ahí sigue trabajando y recordando que siempre ha estado en ese oficio; que cuando salía de la escuela se metía allí a ayudar a su padre, de quien heredó no solo el negocio sino el nombre. La lógica decía que él seguiría manteniendo la carpintería y así fue, tomando las riendas prácticamente solo cuando a su padre le dio un ictus.
En Lerma estudió, a falta de módulo de carpintería, un grado de metal que para muchas cosas le servía igual, sobre todo para hacer planos y el manejo de las rectificadoras de soldar, reconoce Ampelio, que ahora roza los 60 años. Pero la mayor parte del trabajo es autodidacta, como lo fue el de sus antepasados. «Cuando se está en esto desde niño, se conoce el oficio y luego uno mismo va ampliando y desarrollando conocimientos y adaptando puertas, ventanas, armarios empotrados a lo que ves en las viviendas y el espacio que ocuparán esos muebles», explica.
Él se considera un afortunado, nunca le ha faltado trabajo, ni siquiera cuando la burbuja de la construcción llevó al sector a una profunda crisis, y afirma que cumple todos los plazos a los que se compromete con los clientes, lo que a veces le supone pasar muchas horas en el taller.
Ampelio trabaja solo en el negocio, pero no siempre fue así en la carpintería Barbadillo; en los tiempos prósperos, su abuelo y su padre llegaron a tener hasta tres trabajadores, y lo mismo el resto de carpinteros de la villa, que llegaron a ser hasta 8 Cuando él se hizo cargo de la carpintería quedaban dos en pleno casco urbano, uno en la misma calle Mayor y un segundo taller en el entorno de lo que entonces era la harinera, hoy convertida en hotel.
Una labor con futuro. La calle Mayor era entonces, dice Ampelio, la 'milla de oro' de Lerma, con negocios a una y otra acera, mientras que hoy la vía principal de la villa ducal languidece, con apenas una docena de tiendas y negocios abiertos. En otros muchos locales se van desluciendo los carteles que anuncian su venta o alquiler.
Ampelio no cierra y cree, además, que la carpintería y ebanistería tienen futuro, pero que estos oficios no se fomentan, ni se les da la importancia que debiera para que los chavales hagan sus ciclos formativos y se ganen con ellos la vida. Hace hincapié en que es más que un simple oficio; él se considera un artesano porque también juega un papel importante la creatividad y la buena mano. A lo largo del curso escolar, cuando los alumnos pequeños estudian las herramientas, suelen subir con el profesor a la carpintería y Ampelio les explica el uso de cada una de ellas y de las máquinas. Quizás alguno de ellos o ellas sean en el futuro unos buenos profesionales de este oficio.
Como anécdota, que le gusta siempre contar para revalorizar su trabajo y el de sus antepasados, explica que las puertas de la casa rural La Hacienda de mi señor de la villa, se hicieron todas diferentes copiando los modelos de un libro antiguo que tenía su abuelo. Así lo querían los propietarios y Ampelio bien se esmeró en ello, como los sigue haciendo con sus clientes, la mayoría particulares de la comarca que se encomienda a él para 'amueblar' sus viviendas y muchos merenderos.
La importancia de la carpintería era tal que la Feria de los Santos de Lerma, el 1 de noviembre, se dedicaba a ese sector. Ampelio dice que nunca ha expuesto en la plaza, porque estando al lado, sacaba a la acera sus puertas y ya la gente las veía al pasar y quien estaba interesado, pasaba al taller. En los últimos años, esa feria ha perdido expositores.