Ya puede decir la Ley de Murphy lo que se le antoje, que hay cosas en esta vida que, sencillamente, nunca podrán salir mal. Una de ellas es la campaña de bonos al consumo de nuestro Ayuntamiento Excelentísimo, esclarecida iniciativa consistente en repartir un millón y medio de euros entre el vecindario para que, so pretexto de reactivar nuestros comercios tradicionales, los empadronados en nuestra muy noble ciudad se compren un abrigo de piel o se vayan a cenar con la persona que reina en sus pensamientos a costa del presupuesto municipal. El éxito, como cabe colegir, está más que asegurado: los bonos se agotan cada año en cuestión de horas y el equipo de gobierno alardea de un nuevo éxito sin precedentes, gracias a su determinación de regalar dinero público sin aplicar el más mínimo criterio diferenciador de renta entre los solicitantes, así vivan por sus manos que se trate de acaudalados rentistas.
Ocurre que este año la campaña se ha retrasado un pelín y se estrenará unas pocas semanas antes de las fiestas navideñas, es decir, que las ayudas se activarán en el momento del año en el que el consumo se desboca sin necesidad de empujón de ninguna clase. El Ayuntamiento, en definitiva, va a ponerse a regar el jardín cuando más está lloviendo, lo que lleva a preguntarse si, más que una medida en favor del comercio y la hostelería, los dichosos bonos no serán sino un simple ardid clientelista. Podrá aducirse que el personal le ha cobrado al apaño en cuestión un cariño entusiasta, sin reparar acaso en que sale de sus propias costillas y que no está pensado precisamente para amparar a quienes más lo necesitan, sean empresarios o compradores; pero también habríamos de preguntarnos si a este expediente se limita la imaginación municipal para contribuir a que nuestras tiendas de siempre resuelvan sus necesidades estructurales frente a la competencia de las grandes cadenas.
Sea como fuere, ya ha quedado dicho que la tropa se vuelve mochales cuando le llenan la mano de billetes, así que no es de extrañar que haya gente que ya esté poniendo el grito en el cielo por el retraso de la campaña de marras, como si, en lugar de hacerle esperar por unos vulgares descuentos, se estuviese atentando contra sus derechos civiles. Las cosas que hay que ver.