El caso maldito de Laura

R. Pérez Barredo / Burgos
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La instrucción y la custodia de las pruebas fueron un desastre. Unas se perdieron y otras se destruyeron

Desapareció la víspera de su sexto cumpleaños. Veinte días más tarde fue encontrado en un paraje de San Medel su cuerpo sin vida. Laura Domingo hubiese cumplido 31 años este mes. Alguien la raptó y acabó con su corta existencia. Un cuarto de siglo después sigue sin saberse quién lo hizo.

Sólo el canto de los pájaros y el rumor del agua quiebra el silencio en el lugar en el que todo empezó a torcerse. Allí, 25 años después, permanecen dos cruces, una de ellas mutilada por el tiempo, y la fotografía ajada de la niña, que sigue sonriendo con expresión angelical, dulcemente eternizada al borde de los seis años, como si su muerte hubiese sido sólo una palabra y no la realidad con la que se toparon dos vecinos de San Medel veinte días después de la desaparición de la criatura. La maldición del caso de Laura Domingo, de cuya muerte se cumple este mes un cuarto de siglo sin que se haya encontrado culpable alguno, comenzó en ese húmedo paraje lamido por el río Arlanzón denominado La Majada.

Porque quienquiera que fuese el que se la llevara, depositó con mimo el cuerpo sobre la hierba, un gesto postrero cuya delicadeza desmentiría cualquier saña criminal y deshumanizada. Un cuerpo que no había sido ultrajado sexualmente y cuyas ropas se hallaban perfectamente limpias y como recién planchadas; un cuerpo que había sido bien alimentado hasta el final. Y como nadie, durante aquellos terribles días de ausencia de la niña, había reclamado dinero a cambio de ser devuelta con vida, los investigadores se sintieron estupefactos y perdidos: no había móvil. Y en el decálogo de un crimen, de cualquier crimen, siempre hay una motivación. Siempre.

Laura Domingo Alonso jugaba en la calle con otros niños de su barrio, Capiscol, la tarde del 8 de abril de 1991, víspera de su sexto cumpleaños, cuando alguien -un adulto, según el testimonio de los presentes- la tomó de la mano y se la llevó para siempre. Su desaparición provocó una reacción popular sin parangón hasta entonces. La conmoción de la sociedad burgalesa fue tal que se sucedieron las manifestaciones multitudinarias, concentraciones que se convirtieron en un clamor vehemente exigiendo justicia cuando el 28 de abril fue hallado el cadáver de la pequeña, cuya autopsia reveló una muerte por asfixia. Sin embargo, la investigación del caso estaba muy lejos de una posible y cercana resolución.

«No había ninguna pista. Porque no había móvil: ni el sexual, ni el del rescate encajaban en aquel caso. Así que se pensó en un posible perturbado, en alguien que se hubiera prendado espiritualmente, podríamos decir, de la niña, y que en un acto de enajenación se la hubiera llevado. Pero, por otro lado, se daba la circunstancia de que los padres siempre aseguraron que Laura no se hubiera ido jamás con nadie que no conociera. Aquello introducía matices, debía acotar el terreno», explica una fuente involucrada en aquella investigación. Pero no lo hizo.

De hecho, nadie del entorno familiar fue sometido a prueba alguna, algo que resultó sorprendente para muchos de quienes estuvieron inmersos en el caso. El propio fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia, José Luis García Ancos, siempre sostuvo -y así se pronunció públicamente en más de una ocasión- que la investigación policial debía haberse centrado en el entorno más inmediato de la niña, algo que le granjeó la animadversión de la familia. No tanto de los padres de la cría, que vivieron tan terribles acontecimientos con desarmante serenidad, según confiesan personas cercanas en aquellos días al matrimonio, como de miembros de la rama materna de Laura, que lo pasaron en permanente estado de exaltación. «Nunca se entendió por qué la jueza no hizo pruebas en el entorno familiar. Y fue un grave error. Hoy cualquier juez lo hubiera ordenado, aunque resultara violento», admite la misma fuente.

También la instrucción y la custodia de las pruebas resultaron un desastre. «Una verdadera chapuza», apostilla uno de los letrados personados en la causa. «Con el traslado de un juzgado a otro se perdieron algunas pruebas», señala. Un contratiempo al que hubo que añadir otro: la desaparición de varios elementos esenciales por la propia acción de las pruebas de ADN, cuya aplicación en pesquisas criminales se hallaba muy alejada de la eficacia que tiene en la actualidad. «No es como hoy. Entonces, en el primer análisis de un resto, éste quedaba destruido. Con respecto a aquella instrucción, es muy difícil hacerlo peor», subraya. Expertos consultados por este periódico aseguran que hoy este caso se hubiese resuelto gracias a las pruebas de ADN con toda seguridad.

Giro en la investigación. Años después, en 1999, uno de los responsables policiales de la época decidió dar un brusco giro a la investigación. Puesto que no parecía haber un móvil claro -lo que, por tanto, dificultaba la investigación deductiva-, determinó apostar por la inductiva.Si, según la hipótesis que sostenía que podía haber sido cosa de un maníaco, de alguien que no estaba en sus cabales, qué mejor que cribar entre quienes, en ese momento, encajaban dentro de aquel perfil. Cómo se hizo la Policía con una lista de personas con problemas mentales  y quién, dentro de ese ámbito, realizó unas revelaciones rayanas en la ilegalidad y desde luego alejadas de cualquier códido ético, tal vez no llegue a saberse nunca. Pero lo cierto es que a los investigadores se les dio una lista de nombres. Y, de entre todos, un perfil encajaba: poseía una chalet en San Medel, tenía un carácter y unos comportamientos extraños...

La Policía detuvo a esta persona, un hombre de 30 años, y después intentó encontrar las pruebas que lo incriminaran. Paralelamente, el que era entonces subdelegado del Gobierno en Burgos, Víctor Núñez, ofreció una aventurada rueda de prensa para informar de la detención. Un gesto para la galería. Y algo más que un paso en falso, porque los investigadores no encontraron prueba alguna que demostrara la participación del detenido en el rapto y fallecimiento de Laura. Pedro Torres, abogado de la familia, recuerda que llegaron a hacerse pruebas acústicas en el interior de la casa del detenido para comprobar si desde la calle podían escucharse gritos como los que podría haber proferido la niña de haber estado allí retenida. Además de que no se halló rastro alguno que lo relacionara con la víctima, tenía una coartada: en los días de la desaparición de la niña había viajado fuera de Burgos, algo que confirmaron en un alojamiento hostelero de Valencia.

«Fui de los primeros en pedir que se sobreseyera el caso sobre el detenido. Aquella acusación no había por dónde cogerla. No tenía ni pies ni cabeza», recuerda Torres. Así las cosas, el joven quedó en libertad. Eso sí, pagando un precio altísimo: ni para él ni para su familia la vida volvió a ser igual. El daño causado por aquella inopinada detención fue irreparable para esta familia burgalesa, que padeció la condena de la sociedad aun cuando se puso de manifiesto la absoluta inocencia del joven.

Hace diez años. El caso de Laura Domingo volvió a enmudecer durante unos años. Hasta 2006. Fue entonces cuando la investigación viró hacia el entorno familiar. Tanto tiempo después. Así, un tío materno de la niña, con severos problemas de alcohol y episodios depresivos y que ya había sido interrogado en el pasado, como tantos otros, fue citado para declarar sobre los hechos que rodearon la desaparición de su sobrina.

Los agentes se encontraron con un relato de tintes rocambolescos y, en cualquier caso, nuevo. Así, según recoge el acta de la declaración, realizada el 8 de junio del citado año, el interrogado cuenta su particular teoría sobre lo sucedido: dice a los agentes que quien pudo haberse llevado a la niña el día de autos fue la que entonces era su pareja sentimental, a la que llama Charo, quien lo habría hecho en compañía de una segunda persona, un varón, «para comprar un regalo a la niña para su cumpleaños», y que cree que el fallecimiento de ésta pudo producirse de manera accidental, sin que estas dos personas tuvieran ninguna intención de causarle mal alguno, «ya que Charo y la niña se llevaban muy bien».

En su relato, el hombre involucra a su excompañera y a una pareja amiga de ésta en la posterior ocultación de la niña, llegando a elucubrar sobre la posibilidad de que, tras una presunta muerte accidental, el trío hubiera conservado el cuerpo de la criatura en el congelador del piso que compartían en el Hondillo.En aquel súbito ejercicio de memoria, el interrogado cuenta también que la víspera de la aparición del cuerpo sin vida de Laura, la mujer llamada Charo y la citada pareja le pidieron prestado el coche con la excusa de viajar a Quintanar, desplazamiento que según él nunca hicieron. En su lugar, dijo a los policías, debieron emplear el vehículo en llevar a la cría a San Medel. Y, de paso, intentar incriminarle a él.

En su testimonio asegura estar convencido de que las bolsas con publicidad de cintas de vídeo y una toalla que se hallaron junto al cadáver (pruebas que le fueron mostradas en fotografías durante el momento de prestar declaración) pudieran ser suyas. Y que días antes de la aparición de la niña, la tal Charo le había cortado un mechón de pelos alegando que los quería guardar de recuerdo y que tal vez fueron utilizados para depositarlos en el cuerpo de la niña y así relacionarlo a él con lo sucedido. Preguntado por el motivo de estas revelaciones, el declarante admitió que no había reparado en estos extremos hasta fechas recientes.

«Ofreció un relato increíble. Y la policía no le dio crédito, pese a que hubo voces que consideraron que, dentro de la inverosimilitud del testimonio, había un fondo que encajaba a la perfección con lo que realmente había podido suceder. Además, incriminaba a personas que ya estaban fallecidas (Charo se había suicidado en un psiquátrico de Palencia)». En opinión de Aitor Curiel, uno de los criminólogos más prestigiosos del país -que, aunque no participó en la investigación, sí pudo conocer detalles de la misma años después-, la del entorno familiar debió ser la principal línea a seguir. Máxime después de la declaración, aunque fuese quince años después, del tío materno: «Reconoció conocer los hechos porque creía que pudiera haber pruebas contra él; vendió su coche a los tres meses; culpabilizó a dos fallecidos; era alcohólico y con posibles patologías psiquiátricas... La principal línea de investigación debería siempre haber sido el tío», señala en declaraciones a DB este criminólogo y forense.

Pasar página para seguir viviendo. Una persona cercana a los padres de Laura sostiene que, transcurridos muchos años del crimen, estos decidieron, por la viabilidad del matrimonio, pasar página. Cerrar -en la medida de lo posible, ya que una herida así es incurable- aquel capítulo negro de sus vidas por el bien de su existencia en común y por el bien del hijo que tuvieron después de todo aquello y cuya luz contribuyó a neutralizar algunas sombras de su existencia tras el terrible periplo por el que habían tenido que pasar. «Fue como un pacto de olvido para seguir manteniendo a flote su relación matrimonial. Quizás entendieron que, después de tanto tiempo, de nada servía hurgar en posibles tesis, menos aún en una que señalara al entorno familiar. No sé si alguno de ellos llegó a creer en esa hipótesis; en cualquier caso, antes de destrozarse mutuamente decidieron no seguir. También creo que, de haber tenido esa sospecha antes, no después de que pasaran tantos años, quizás el desarrollo hubiese sido diferente», señala este conocido.

Aquel año 2006 fue la última vez que se reabrió el caso. El juzgado de Instrucción número 4 lo cerró al siguiente. Sin embargo, la Asociación Clara Campoamor recurrió y la Audiencia Provincial de Burgos ordenó agotar la investigación.

Se amplió el informe forense, se hizo una evaluación psiquiátrica al tío materno de la niña y se llevó a cabo un careo entre éste y otras dos personas a las que citó en aquella extraña declaración.Pero no se hallaron pruebas para incriminar a ninguna persona. El caso de Laura Domingo seguirá abierto hasta el año 2029, ya que aunque este tipo de hechos prescriben a los 20 años (todos aquellos que pueden acarrear penas de cárcel de más de 15, en este caso se trata de un asesinato o cuando menos de un homicidio), hay que tomar como referencia no la fecha del suceso sino la del último archivo de la causa, que fue en 2009, cuando la Audiencia Provincial dictó el último auto de conclusión de sumario tras agotar sin pruebas la última línea de investigación. El familiar que fue investigado falleció el pasado mes de diciembre.

En cada aniversario, el lugar en el que fue encontrado el cuerpo de Laura es visitado por quienes todavía hoy reclaman justicia. Suelen depositarse flores junto a las cruces. Flores que aja el tiempo.Flores que marchita el silencio. Flores que se agostan como una metáfora cruel de un caso que parece estigmatizado por una maldición. Sin embargo, nadie ha podido olvidar. Todavía hoy se repite como un mantra una pregunta que no tiene respuesta: ¿quién mató a Laura?