Ahora que parece que ha llegado el verano, por fin, es un buen momento para hablar de urbanismo. Y, más en concreto, de ese afán por crear calles, avenidas y plazas intransitables para el peatón en esta época y no por espacio, sino por diseño. A ver, por ejemplo, quién es el valiente que se atreve a caminar hoy, da igual si es por la mañana o por la tarde, por la avenida Príncipes de Asturias; del HUBUa la estación de trenes. O por cualquier calle de Villímar. O por la de Caleruega. Son algunos de los lugares de nueva creación de esta ciudad en los que el pobre viandante no encontrará ni un solo árbol bajo el que protegerse del sol, pero la lista es larga.
Hay ya cantidad de estudios que evidencian los beneficios para la salud de tener árboles cerca. O expertos como el holandés Cecil Konijnendijk, quien popularizó la regla 3-30-300 : poder ver tres ejemplares desde casa, vivir en un barrio con un 30% de superficie verde y tener un parque frondoso a menos de 300 metros. Y aunque es cierto que numerosas zonas de Burgos cumplen uno o varios de estos tres criterios, creo que deberíamos aspirar a que toda la capital entrara dentro de la ya famosa norma.
Así que desde aquí animo a nuestro equipo de gobierno, al bipartito todavía conformado por PP y Vox, a que rompan la tendencia de este Ayuntamiento y que, por una vez, no den protagonismo a los árboles para hablar de podas o talas, sino para lo contrario. Es decir, que aparte de plantear la colocación de lonas en determinadas calles para hacerlas más frescas -que está bien-, que den un paso más y se atrevan a proyectar reformas de vías en las que el único objetivo sea reverdecerlas. Y, así, volverlas más saludables, humanas y transitables. Porque no se trata solo de ganar sombra, sino calidad de vida. Y eso sí es pensar en clave de ciudad.