La noche del 19 de octubre quedará en el recuerdo de los vecinos de Pino de Bureba por una larga temporada. Y no precisamente por celebrar una fiesta. Más bien todo lo contrario. Un fuerte vendaval se encargó de aguar el bienestar de los habitantes, que se refugiaron en sus casas y en la 'peña' para evitar ser embestidos por todo aquello que el viento arrastraba a su paso. Un temerario ciudadano salió a pasear con su perro por las inmediaciones de la iglesia de San Martín del Obispo pasada la media noche y se topó con el muro de mayores dimensiones del cementerio derribado.
La caída de la pared hacia el exterior en vez de al interior evitó daños mayores. No obstante, varias lápidas quedaron afectadas -dos de ellas totalmente destrozadas- dejando al descubierto parte del material de construcción, aunque en ningún caso se vieron perjudicados los ataúdes. Desde el desagradable suceso ha transcurrido casi un mes y por el momento no se ha llevado a cabo ninguna actuación. La parte trasera de una de las losas de mármol ha sido reparada manualmente, pero el resto continúan en las mismas condiciones.
Anesto, uno de los pocos vecinos que reside en la pequeña localidad a diario, confirma que «la estampa actual apenas ha variado» desde que la pared se vino abajo y teme que el paso del tiempo «corra en contra» del resto de los muros. Unas imponentes grietas recorren de arriba a abajo las construcciones de ladrillo y cemento y la profundidad de algunas de ellas permite introducir una mano. Un árbol -no demasiado frondoso- sujeta el trozo de la tapia más damnificada que se salvó del temporal, aunque no garantiza que lo consiga durante un periodo excesivamente largo.
El derribo del muro principal del camposanto ha provocado daños en las lápidas pero no en los féretros. - Foto: Patricia«El recinto se ha movido completamente», asegura a este medio Javier, otro habitante, «tanto que hay que hacer bastante fuerza para abrir la puerta de metal y acceder al interior», añade. Se lamenta de que «todas las paredes presentan daños» y de que la «única solución» aparentemente aceptable es «derribarlas y construirlas de nuevo», una intervención «complicada de gestionar por una pedanía perteneciente al Ayuntamiento de Oña que dispone de un presupuesto muy bajo», comenta.
El vecindario aguarda con paciencia la ejecución de las actuaciones necesarias para devolver a su estado natural al camposanto y confía en que el Arzobispado «colabore y facilite la puesta en marcha», manifiesta Anesto. Mientras, el espacio continúa recibiendo visitas. A día de hoy luce más colorido de lo normal con las flores que decoran desde el 1 de noviembre las tumbas, aunque la falta de protección debida al suceso ha provocado que algunos ramos y macetas hayan sido arrastradas por las rachas de viento hasta las piedras acumuladas tras el derrumbe y al camino de acceso.
A diferencia de otros pueblos vecinos como Oña, Cornudilla o Los Barrios, el cementerio de Pino dispone de espacio libre para futuros enterramientos y no necesita ampliar sus dimensiones. La última obra de mejora se llevó a cabo «hace décadas, al igual que e en la iglesia», confirma uno de los vecinos, que recuerda que a su hermana la «bautizaron en las escuelas».