El artista errante

R.PÉREZ BARREDO / Burgos
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Se llama José Luis de Pedro. Expone sus obras -collages de color y versos secos como disparos- en la calle, adonde sea que le lleve el instinto y el corazón. Lo hace sin esperar nada, como un acto liberador.

El artista errante - Foto: SARA IBÁÑEZ

En la ciudad barrida por la soledad y la intemperie siempre habrá corazones ávidos de una caricia, de un fogonazo de luz en la noche oscura de sus almas; de un chispazo, un disparo, un golpe directo a las entrañas que quizás les conmueva, que acaso remueva en ellos cuanto anida en el fondo de sí mismos; algo que puede llamarse soledad, que puede llamarse tristeza, que puede llamarse fracaso, dolor, melancolía. Pero que jamás se llamará olvido. Camina José Luis de Pedro con sus cartapacios atestados de obras de arte hechas en cartón y con rotulador, y tiene su manera de estar en el mundo como aquellos juglares que iban por los pueblos mostrando su arte, sus historias con la única intención de compartirlo todo sin esperar nada a cambio: acaso una sonrisa, quizás la limosna de un piropo; puede que, incluso, la observación profunda de quien se haya visto sorprendido y traspasado por el impacto de sus obras, que mezclan pop art y filosofía de la vida de la calle con tanto talento como verdad, hasta el punto de que termina por dejarnos a todos en pelotas, naúfragos de nosotros mismos. Porque lo que hace este superviviente de tantas cosas es interpelarnos. A todos. 

Lo que sucedes es que el espectador que se topa con las obras de este artista autodidacta, errante e itinerante -como él se autodenomina-, recibe algo parecido a un manotazo, un gancho directo a la mandíbula del alma; como una epifanía, una revelación. Versos y aforismos como disparos, como chispazos luminosos, se envuelven en colores y diseños que remiten a los Warhol, Lichtenstein o Haring. Y somos nosotros la musa que inspira al creador. Y es la calle su sala de exposiciones: va José Luis siempre con sus obras a cuestas, de acá para allá, y las tiende en una cuerda como ropa al viento y al sol. Y charla con quien quiera que se acerque, o saca su libreta y encadena un par de versos que terminan siendo una radiografía de esta sociedad enferma o de los oscuros laberintos del alma que luego estampará con un rotulador para engrosar su itinerante colección.

Ha dado muchos tumbos este artista urbano, y ha tardado casi 60 años en hacer aflorar cuanto siente dentro.Nacido y criado en Burgos, desde pequeño tuvo la pulsión de la escritura y del dibujo, pero la realidad le llevó por caminos más espinosos: anduvo siempre en el filo, en el abismo, con la muerte haciéndole cucamonas desde una jeringuilla. Vivió largo tiempo en Francia, adonde emigró su padre, y hay un deje en su hablar que delata sus años en el país vecino.«Cuando no estoy con mis obras en la calle estoy escribiendo. Necesito la soledad para escribir. Me nutro de la calle, de la esencia de mi existencia, que ha sido una suma de adversidades. Escribo para no sentirme solo y lo comparto para que nadie se sienta solo. He tenido una vida dura, sin misericordias». Sus creaciones le ayudan a exorcizar demonios, a ahuyentar fantasmas y a que las pérdidas no le torturen con más crueldad de la debida. «Me libera hacerlo».

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