Las salidas al campo de Ignacio Galaz, además de darle vida y proporcionarle salud, le permiten tener una excusa para hacer literatura a partir de una de sus grandes pasiones. Un día de pesca, una ruta en pleno otoño o una salida para hacer fotografías a aves desde los hides, esos escondites pensados para no asustar a los pájaros, consiguen en la pluma del escritor burgalés dar cuenta de lo que observan unos ojos acostumbrados a leer en los pliegos de la naturaleza. Y a transmitirlo de manera sencilla y divulgativa, hablando también -como hacía Delibes- de sus problemas.
En Apuntes del natural (Editorial Sonora) es evidente que Galaz está en su hábitat haciendo de escribano de la naturaleza (o de ave, surcando el cielo). Más aún si lo relaciona con determinadas lecturas o autores, con curiosidades de sus escapadas, anotaciones sobre los acompañantes, recuerdos personales y reflexiones de todo tipo: «Cuando hago una salida al campo, al volver a casa es un placer coger el portátil y empezar a teclear.Y es muy curioso porque es un tipo de literatura que me sale fácil y de forma muy natural».
Esa forma de sentirse en casa hace que no pueda evitar hablar de todo lo que afecta a los entornos naturales como el cambio climático, el glifosato, la sobre explotación, el exceso de plástico o la sequía, sobre todo la sequía. «Como estoy muy ligado a los cursos de los ríos y los arroyos de media y alta montaña, en principio de aguas muy puras con truchas en el cauce y un ecosistema muy rico y complejo, cuando veo un río pequeño me echo a temblar. Me pasó en el Ubierna, donde he pescado truchas. Pero el año pasado se secó a la altura de Vivar del Cid hacia Sotragero. Y cuando hablas con la gente de los pueblos te dicen que ahora las fuentes se secan antes, los ríos no llevan tanta agua y llueve muchísimo menos. Y lo he comprobado. Muchas cuencas hidrográficas, como la del Rudrón o el Pedroso, han experimentado una merma en el caudal», detalla apesadumbrado.
Aún así y aunque se considera un pesimista radical, lo que dejan entrever sus relatos es la pasión y el sentido de la vida que encuentra en los parajes naturales, al aire libre y junto a flores y pájaros, los árboles y los sonidos del bosque, bajo una tormenta (cuando la hay), la calima o una plaga de langosta, que de todo tiene la naturaleza.
De su afición a la fotografía también da cuenta, como hace en sus redes sociales hablando del románico o de algún ser vivo. Por ejemplo, en la portada del libro aparece un roquero solitario (Monticola solitarius) de un azul intenso que eligió por su belleza y por ese talante anacoreta que comparten: «Está tomada en Castuera, un pueblo de Badajoz, en un hide desde el que Manuel Calderón le daba gusanos para desayunar y pude tenerlo a medio metro. El ave había vencido el miedo al ser humano porque le compensaba el alimento». En la parte trasera son unos pardillos jóvenes en la misma rama los que comparten protagonismo con las letras de Galaz, escritas durante los últimos 3 años, con una pandemia de por medio.