Diego Marín Aguilera, pionero de la aviación

Máximo López Vilaboa / Aranda
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Este vecino de Coruña del Conde marcó un hito al conseguir recorrer 431 varas castellanas (unos 360 metros) con lo que en la época se denominó un «recurso volátil». El periodista Eduardo de Ontañón recuperó su gesta

Descendientes de Diego Marín y de Joaquín Barbero, conversando en 1932 con el periodista De Ontañón. - Foto: Archivo Máximo López

Mañana, 10 de diciembre, se celebra la fiesta de la Virgen de Loreto, patrona de la Aviación. Desde 1970 existe en la capital de la Ribera una cofradía muy activa, acogida a esta advocación mariana y que agrupa a aquellos arandinos que han realizado el servicio militar en el Ejército del Aire. Entre sus objetivos está difundir todo lo relacionado con la Aviación gracias a la gran cercanía que tiene con el Ejército del Aire. Desde sus orígenes la cofradía ha hecho una importante labor para dar a conocer la figura de un ribereño que es el pionero de la Aviación, Diego Marín Aguilera. En colaboración con el ayuntamiento de Coruña del Conde, su pueblo natal, erigió un monolito que fue inaugurado el 20 de junio de 1973.

Diego Marín Aguilera nació en la localidad ribereña de Coruña del Conde en 1757. Sus padres eran dos agricultores llamados Narciso y Catalina. Desde muy joven demostró que tenía importantes dotes como inventor pese a estar dedicado a las tareas cotidianas del campo y del pastoreo. Ideó pequeñas innovaciones para mejorar el rendimiento del molino que había en Coruña del Conde a las orillas del río Arandilla y perfeccionó el sistema de serrar los bloques de mármol de las canteras de la cercana localidad de Espejón. Sus grandes dotes de observación y las largas horas con el rebaño de ovejas en el campo le permitieron admirar y estudiar el vuelo de las aves. Observó detenidamente el movimiento de las alas y cola de las aves, especialmente de las águilas y de los buitres. Con cadáveres de aves, que cazaba con cepos, estudió sus articulaciones, sus movimientos, el peso y la simetría de las alas, la función de las plumas… Según un documento de la época se ocupó largo tiempo de «recoger águilas, que acarreaba reuniendo carnes muertas en un sitio donde construyó una tapia, y apenas cogía una la hacía morir por asfixia, la desplumaba, pesaba el cadáver con los húmedos y aparte la cantidad de pluma». Después de seis años de conjeturas recuperó el viejo sueño del hombre por volar y tomó la iniciativa de convertirse en un nuevo Ícaro pero no en tierras de la Grecia clásica sino en la llanura castellana. Para lograr volar ideó un artefacto volador que fabricó con ayuda del herrero del pueblo, lo que en la documentación de la época denominan «recurso volátil». Según este documento se dice que «su forma era la de un gran pájaro, con alas de dos varas cada una, susceptibles de los flemones y movimientos articulares, compuestas de ligeras costillas de hierro vestidas de plumas de águila, colocadas en la misma forma y en la misma ala a que habían pertenecido, sujetas al armazón entre sí por medio de alambres y una cola también con las plumas tétricas sacadas de las águilas. Así, éstas como las alas, eran agitadas por medio de una manivela que movía a su voluntad el jinete, quien en unos casquillos de hierro elevados en los del pájaro, e iba vestido de plumas».

La hazaña de Diego Marín Aguilera estaba programada para la noche de 11 de mayo de 1793. Subió al cerro del castillo de Coruña del Conde, acompañado por su amigo Joaquín Barbero y por una hermana de éste. Allí se colocó el artefacto volador, con la ayuda de sus dos acompañantes. Desde lo alto del castillo de Coruña hay unas impresionantes vistas y se divisa todo el contorno. Antes de arrojarse al vacío dijo «alegre y sereno» a sus dos acompañantes: «Voy al Burgo de Osma, y desde allí a Soria, y no volveré hasta pasados ocho días». Se arrojó al vacío y fue planeando hasta las eras, al otro del río Arandilla, donde cayó al suelo. Recorrió la nada despreciable distancia de 431 varas castellanas (unos 360 metros). Sus dos acompañantes bajaron precipitadamente, temiéndose lo peor. Pero Diego Marín no estaba preocupado por sus magulladuras sino maldiciendo al herrero que, según él, no había soldado bien uno de los engranajes y por eso se había roto. En ese momento no era consciente del logro alcanzado ya que, aunque fue un vuelo más breve de lo deseado, sobrevivió para contarlo y tuvo testigos de su proeza. A la mañana siguiente muchos se mofaron del deseo de volar de su vecino y le trataron de loco. Esta incomprensión general del pueblo, unida a la lógica preocupación de sus familiares más cercanos, hicieron que Diego Marín Aguilera no pudiera persistir en su intento. Su «recurso volátil» fue arrojado al fuego para que desterrase para siempre su deseo de volar y no arriesgase más su vida. Triste y abatido por la incomprensión de sus paisanos y familiares falleció a los 43 años en Coruña del Conde el 11 de Octubre de 1800, probablemente sin ser consciente de que se había convertido en un pionero de la Aeronáutica. Diego Martín Aguilera no dejó ninguna documentación sobre su invento. Fue sepultado, tal como era costumbre en la época, en el interior de la iglesia parroquial.

En 1932 el periodista Eduardo de Ontañón (1904-1949) viaja hasta Coruña del Conde para hacer un reportaje sobre esta proeza aeronáutica. Este reportaje será publicado en la revista «Estampa» el 4 de junio de 1932. En él conversa con algunos que dicen ser los descendientes de Diego Marín y su compañero, Joaquín Barbero. También habla con el herrero de entonces a quien infructuosamente pregunta por el nombre de su predecesor. En 1993 se colocó un avión T-33 en el mismo lugar desde donde se arrojó al vacío. En 1996 se rodó un largometraje biográfico titulado «La fabulosa historia de Diego Marín». En 2009 se inauguró una placa conmemorativa en el aeropuerto de Burgos.