En el último año del que el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha ofrecido cifras sobre esta realidad, el 2022, el 36,6% de las niñas y los niños que nacieron en Burgos fueron de madre extranjera, es decir, que quienes conforman lo que se ha dado en llamar la segunda generación de migrantes supera el tercio de los nacidos, un porcentaje que ha ido creciendo imparablemente en la última década. En 2009, por ejemplo, la cifra recogida fue el 27,19% y una década después, en 2019, se superó por primera vez el 30%, concretamente, fue el 31,65%. Esto significa un balón de oxígeno para la menguada natalidad de la provincia de Burgos, pero también una realidad que hay que abordar pues la literatura académica y científica que cada vez se está ocupando más de estas generaciones advierte de que tienen dificultades añadidas y algunos riesgos en su desarrollo. Estos niños y adolescentes españoles -burgaleses- que tienen a uno o ambos progenitores nacidos en otros países pueden enfrentarse, según explican fuentes expertas, a la discriminación por su aspecto racializado y tienden o a crear guetos en los que protegerse de un entorno que puede ser xenófobo y hostil o a 'desentenderse' sobre su origen y costumbres de sus mayores y adaptar un perfil bajo con respecto a la reivindicación de sus derechos.
La profesora de la Universidad de Burgos Mónica Ibáñez, miembro del grupo de investigación Ciumedia, que trabaja en asuntos de mediación para la convivencia con un especial interés en la integración de personas migrantes, explica que este colectivo tiene niveles de abandono escolar más elevados que los autóctonos y que su acceso a los estudios superiores es significativamente inferior. Habla, además, de «integración segmentada» porque a pesar de que, sobre el papel, la escolarización es un factor positivo «y no solo por los logros que cada persona obtenga individualmente sino porque la escuela es un lugar de socialización para los niños pero también para los adultos, ya que las familias se conocen y participan en actividades comunes», cree que la foto final que existe «no es tan idílica»: «Solo hay que ir a la puerta de un colegio para ver que no están todos juntos y que no hablan todos con todos».
En este sentido también se expresa Nuria Revilla, coordinadora de Burgos Acoge, que aunque cree que en la ciudad la aceptación al colectivo migrante, muchas de cuyas hijas e hijos son españoles, sigue siendo «buena», considera que es imprescindible seguir trabajando porque -y también acude a la foto de la puerta de un colegio- no es infrecuente que estén esperando «madres árabes y abuelas burgalesas que se siguen quejando de que solo se dan ayudas sociales a los migrantes cuando esto no es cierto, y ya se ha explicado muchas veces, que las subvenciones tienen que ver con el nivel de ingresos que se tiene y no con el origen».
Un tercio del alumnado está conformado por menores españoles de familias migrantes. - Foto: Alberto RodrigoEn cuanto a la socialización, Mónica Ibáñez apunta a que en algunos casos, como el de los jóvenes de origen musulmán, no existe tal cosa «porque en España la hacemos en los bares y ellos no los frecuentan, por lo que sienten una doble exclusión: por no poder acceder a estos espacios de ocio y por su fenotipo, que los racializa y los identifica como población más pobre y vulnerable». En este sentido, cree que incluso hablar de segunda generación también contribuye a reproducir el estigma: «Podemos utilizarlo como un concepto analítico para su estudio, pero no como identificación porque es una realidad que estos jóvenes sufren discriminación y tienen más problemas académicos y de integración laboral, sobre todo si hay rasgos fenotípicos».
En Accem utilizan el término «racializado/a» para referirse a las personas cuyo aspecto físico se identifica con otra cultura y sostienen que por su causa tienen un riesgo mayor de discriminación. María Tejada, responsable de Campañas y Comunicación de la entidad, añade otra dificultad para estas jóvenes generaciones nacidas en España y es que estas chicas y chicos se planteen ellos mismos «que no pueden llegar a logros académicos y laborales porque intuyen que su entorno da por hecho que solo pueden optar a puestos de trabajo de menor categoría». Por eso considera que tiene una importancia capital hacer todo lo posible para conseguir una integración cultural real. Dentro de la escuela, añade, no hay ningún problema y, de hecho, la coordinadora de Accem en Burgos, Olga Aguilar, destaca el activo papel de los colegios de la ciudad y la provincia a la hora de acoger a estos menores: «Desde aquí impulsamos planes de integración integrales que son individualizados porque damos las respuestas adecuadas según el entorno del menor y contamos con la colaboración de los colegios, que nos facilitan mucho las cosas y donde los menores tienen muy buena acogida». Aguilar añade que, no obstante, hay que seguir insistiendo en aspectos como «la convivencia intercultural».
Esta ONG tiene un proyecto denominado 'La brecha de los sueños' que pretende «el cambio en las actitudes sociales y los estereotipos que surgen a partir de la realidad que viven los y las jóvenes culturalmente diversas, quienes tienen que afrontar situaciones discriminatorias, condicionando, en muchas ocasiones, sus aspiraciones y sueños» y que busca que estas generaciones tengan referentes porque «la falta de ellos hace que piensen que no pueden lograr según qué objetivos».
Y este es un aspecto en el que también incide Burgos Acoge, donde lamentan que es más costoso contar con los jóvenes vinculados a la entidad para liderar actividades que les den visibilidad «porque a lo mejor quieren pasar desapercibidos y tener una vida más 'normalizada' o puede que incluso no quieran visibilizar su origen». La entidad ha apoyado a más de 700 niños y adolescentes de segunda generación en demandas que tienen que ver mayoritariamente con la formación: «Suelen ser menores que solicitan servicios de apoyo escolar o escuelas de verano, esto en los más pequeños, y en los mayores, ciclos de formación reglada», indica su coordinadora, que añade que el sello identificativo, sobre todo para los no hispanohablantes, es la lengua.
Precoces traductores. En este sentido, Revilla expone una preocupación que tiene Burgos Acoge como asociación de apoyo al colectivo y es que muchos menores nacidos en España y que dominan perfectamente el castellano hacen de traductores a sus madres y padres sin competencias lingüísticas: «Nos ocurre que muchos de estos niños hacen esta función que por su edad no es adecuada puesto que tienen informaciones a las que, si no existiera el problema del idioma, no tendrían acceso. Ellos traducen en el despacho de la trabajadora social o de la médica y luego se quedan con el problema de su madre o de su padre».
La falta de apoyos escolares estables en la familia es otro problema que preocupa en Burgos Acoge y al que hacen frente con sus propios recursos. Según su experiencia, además, «son pocos los que llegan a estudios superiores», una realidad que confirman los datos: en el conjunto del país, según explica la profesora Mónica Ibáñez, el 38% de jóvenes hijos de algún progenitor extranjero tiene estudios superiores frente al 50% de los hijos de españoles. Esta realidad tiene que ver en parte, como señala Nuria Revilla, con el hecho de que esas madres y esos padres que han llegado a España a trabajar para mejorar su vida «no tienen ni tiempo ni capacidades para ofrecer ayuda académica a sus hijos y no están tan encima del proceso educativo porque están a otras necesidades primarias».
Otra preocupación de Burgos Acoge es que estos niños y jóvenes reciban la hostilidad del racismo y la xenofobia sobrevenidos en los últimos años, que ha creado un caldo de cultivo muy negativo en la sociedad, y alguna historia cuentan a este respecto como la de Mohamed, nacido en España, a quien en un grupo para jugar al fútbol en el que todos los chavales iban diciendo sus nombres para organizarse, al llegar su turno y decir el suyo recibió esta contestación: «¡Tú eres moro!» a pesar de que él insistió en que había nacido en España. Como todos los demás.
Isabella Soto, burgalesa de 23 años
Isabella Soto.
«No tengo ninguna vinculación emocional con Colombia»
Cuando la madre de Isabella llegó a España desde Cali (Colombia) a buscar un mejor futuro laboral y decidió que Burgos era un buen sitio para hacerlo, no sabía que estaba embarazada. «Ella tenía ya 43 años y aquello no pasaba por sus planes, pero así son las cosas y en abril de 2001 nací yo», cuenta esta joven de 23 años, que dice sentirse absolutamente española y a quien no le interesa visitar el lugar de origen de su familia o le interesa visitarlo igual que cualquier otro destino turístico porque asegura que no tiene ningún vínculo emocional con aquel país. Sabe que su madre pasó circunstancias duras al llegar pero también, que conoció la mejor cara de la sociedad burgalesa al contactar con una familia que no solo le facilitó un empleo sino que se hizo cargo de Isabella para que pudiera compaginar su cuidado con su trabajo: «Ahora son mi segunda familia -mi padre llegó de Colombia cuando yo tenía 7 años- y gracias a ellos soy lo que soy y tengo lo que tengo».
Cuenta que nunca ha sufrido ningún gesto de racismo a pesar de que en su colegio, el del Círculo, era «la única morenita». A lo que sí se ha enfrentado algunas veces es a que cuando le preguntan de dónde es y contesta que de Burgos, le vuelvan a inquirir: «Me dicen, vale, sí, has nacido aquí, pero de dónde eres... Pero yo esta curiosidad la veo bien siempre que se plantee con respeto».
Entre su grupo de amistades dice que hay «un poco de todo», de hijos e hijas de gente nacida en España y en otros países, pero reconoce que su cultura y su crianza han sido completamente españolas y que los latinos «no son de su estilo»: «Son gente que ha vivido cosas que yo no o tienen situaciones complicadas en sus casas o son más maduros precisamente por ese sufrimiento y quizás esto me acerca más a los españoles».
Paula Guánchez, tinerfeña de 19 años
Paula Guanchez.
«En mi casa vivimos a la venezolana»
Hace 21 años que sus padres decidieron emprender el camino hacia España, como en todos los casos, para procurarse una vida mejor. Eligieron Canarias, donde Paula Guánchez, que estudia en Burgos segundo curso de Comunicación Audiovisual, ha nacido, en concreto en Tenerife, y crecido completamente integrada, pues las islas son una comunidad autónoma muy ligada culturalmente al país de origen de sus mayores, al que aún no ha viajado nunca, aunque le encantaría, y de cuyas informaciones siempre está muy pendiente. «Sobre todo estuvimos muy pendientes del resultado de las últimas elecciones y de todo lo que pasó después porque allí vive gente de nuestra familias y también amigos».
Además, ella siempre ha convivido con amigas y amigos o bien nacidos en España de origen extranjero o bien llegados de otras partes cuando eran bien pequeños, razón por la que, probablemente, no ha sentido jamás el zarpazo del racismo. Tampoco en Burgos donde vive desde hace ya casi dos años y se encuentra muy integrada: «No he notado nunca que me traten de forma diferente por tener distinto origen».
Paula reconoce que todo en su vida doméstica gira en torno al país de sus padres: «En mi casa se vive a la venezolana, con las costumbres, la comida y la música de allí. Los días previos a la Navidad del año pasado, por ejemplo, les enseñé a mis compañeras de piso las gaitas venezolanas, una música típica de allí que a mí me gusta mucho, pero también estoy cómoda aquí, creo que me siento medio española medio venezolana».
Said Embarek, valenciano de 21 años
Said Embarek.
«Soy ciudadano del mundo pero mi filosofía de vida es saharaui»
Se llama Said-Bachir Embarek-Ahmed Reguibi, uno de esos nombres que obliga a quienes los llevan a repetirlo varias veces e incluso a deletrearlo en muchas ocasiones, y nació en Valencia. Su padre, ingeniero informático, participó desde bien pequeño en los programas de vacaciones en España para menores saharauis, por lo que cuando formó una familia decidió hacerlo en España. «Él estudió aquí y estuvo yendo y viniendo a Tinduf hasta que se casó y con mi madre se vinieron a España. Para mí es difícil decir de dónde me siento porque nací aquí, en concreto en Valencia, y he vivido en Francia también pero me siento saharaui y vivo la vida con su filosofía, que es preocuparse muy poco por las cosas materiales y decir ¿estás vivo, verdad? pues vamos a tomar un té».
Nunca ha perdido el contacto con los campamentos de refugiados de Argelia donde hace décadas que viven los saharauis y, de hecho, vuelve allí de forma regular: «Es imposible que se entienda lo que es aquello si no se ha vivido allí: da pena pero sientes, a la vez mucha más felicidad y paz que viviendo aquí». Al contrario que Isabella y Paula, Said sí ha sufrido el racismo, en este caso institucional, pues en los alrededores de la UBU, donde estudia, ha sido ya identificado en varias ocasiones.