A la hora de la Cenicienta, cuando la mayoría de mortales están aún ante el televisor con un ojo abierto y otro cerrado decidiendo si se van a la cama ya, ella se baja de sus tacones de princesa, se quita la corona y el vestido de gasa y abre la puerta de la panadería a la que poco a poco van llegando los operarios Berta, Basilio, Mario y Adrián. Ella toma el mando cada jornada y el equipo se pone en marcha, hay que sacar la harina, el agua, la masa madre, poner en marcha la amasadora, hacer el pan -la chapata, la barra, la hogaza, las tortas, las magdalenas, los mantecados-, el corte tan minucioso sobre cada pieza de pan, que más parece de cirujano por la precisión, calentar el horno... Y así, en esa tarea que se repite una y otra vez cada hornada y que va inundando de olores el obrador, van pasando las horas hasta que hacia las siete y media de la mañana se termina de cocer la producción diaria. Mientras, el resto de los mortales sueña o se desvela a la espera del alba y quizás de ese desayuno en el que degusten algunos de los dulces que han preparado en el horno de Las Quintanillas o a la espera de esa barra con la hacer un bocata para llevar al cole o al trabajo.
Toda una noche de duendes con bata blanca como lo están sus manos embadurnadas de harina para satisfacer tantos estómagos. Ella, la Cenicienta, la que vive de noche es Maleni. Así la conocen en Las Quintanillas, en Burgos, en Tardajos y en los pueblos del entorno hasta el límite con Palencia.
Maleni es Magdalena Gutiérrez, la panadera de Las Quintanillas. Aunque ella diga que el panadero siempre será Agustín, su marido. Y así será por los siglos de los siglos, porque hay oficios que uno lleva siempre consigo, aunque ahora Agustín participa menos de las labores del obrador tras un accidente de quads hace unos años; pero el olfato de Agustín, sus enseñanzas siempre acompañarán a los que ahora están a pie de horno, como la propia Maleni, su hijo Adrián, su hija María Eugenia que mientras se saca el doctorado en Farmacia está al frente de una de las cuatro tiendas que Panadería Hermanos Rodríguez tiene en la capital burgalesa, concretamente, ahora en el Mercado Sur, y al resto de sus excelentes profesionales.
Cada uno en su puesto, cada uno a su trabajo. Pero ser panader@ no es solo hacer el pan; en ese entramado profesional, Maleni ejerce otra función esencial y que le da la vida. Es la que se encarga del reparto del pan por los pueblos del entorno. Así que a las 8 de la mañana coge la furgoneta bien cargada y carretera y manta, que si a la gasolinera de Villanueva de Argaño, a Cañizar de Argaño, a Palacios de Benaver, Tardajos, Villarmentero, Olmillos, Sasamón, Lodoso, Pedrosa del Príncipe, Santa María Tajadura... y así pueblo a pueblo hasta llegar a Santibáñez, Montorio y Quintanilla Sobresierra. Maleni hace sonar el claxon en cada calle, en cada puerta, y que salgan los vecinos, que le compren la barra, las magdalenas, que se entrecrucen saludos y se entretengan un rato a hablar. Eso a ella le quita todos los males, y vuelve a coger el volante y a otro pueblo. Le satisface especialmente entrar a los bares, casi todos de esa zonas son clientes suyos, y tomar con los dueños y los paisanos un café o un verdejo, uno de sus placeres favoritos, mientras hablan de una cosa y otra, de cotilleros, de política, de cualquier acontecimiento que haya roto la rutina de estos pueblos y sus vecinos, y mucho, muchos desde hace diez meses de la covid, de cómo está afectando a la gente, del cuidado que hay que tener, e incluso, de por qué hoy el pan ha salido más cocido... Maleni disfruta cada uno de esos momentos diarios, «me va esa marcha», reconoce gesticulando mucho, porque ella, la Cenicienta que a las doce de la noche se pone el gorro de panadera, es todo energía, vive como en un continuo vértigo, cuesta seguirle el ritmo hasta en la conversación, pero eso la pone, dice, «cuando más me gusta el reparto es cuando tengo que correr, cuando me llaman de un sitio, que aquí falta, que aquí hay que reponer, que a mi me sobra, esa movida me gusta, pero también investigar con el pan».
También es cierto que esa presión le ha pasado factura físicamente, pero enseguida se repone y vuelve a la carga. Y es que el trabajo de panadero y repartidor es muy sacrificado. Solo duerme de un tirón y eso es sagrado en la siesta, «de pijama y orinal», entre las 4:30 y las 9 de la noche si es posible. Ese es su horario de descansar, de recargar pilas y, como no haya algo de fuerza mayor, hay que respetarlo. En las instalaciones de la panadería -la casa está arriba- tienen una salita con televisor y cocina y en el sofá algunas noches cuando todo el proceso está en marcha, igual se echa un rato.
¿Pero cómo acaba una chica de Tardajos que ha estudiado Administrativo y está preparando oposiciones de panadera en Las Quintanillas? Pues porque todo fluye, como dice ella. A Agustín le conocía porque repartía pan en Tardajos y porque todos los jóvenes de la comarca se juntaban los fines de semana en la discoteca de Estépar. Lo uno llevó a lo otro y acabaron siendo novios. Un día Agustín, que ya con 20 años se había hecho cargo de la panadería familiar junto a una hermana, le propuso abrir un despacho en Burgos y que fuera ella, Maleni, quien la regentara. Y así fue, primero comenzó a acompañarle a los pueblos en el reparto y luego se instaló en el puesto de la calle Barcelona, en Gamonal desde donde pasó al Mercado Sur. Panadería Hermanos Rodríguez fue abriendo más despachos en la capital, regentados unos por familiares y otros por autónomos.
Entre tanto, Agustín y Maleni se casaron, como en los cuentos, y hasta en la boda aflora la Maleni más original. Se casaron un día de Nochevieja a las 6 de la tarde después de toda una jornada haciendo pan y vendiendo. «A las 5 de la tarde yo salía de la peluquería con mis vaqueros y camiseta debajo de la bata, peinada y con el velo puesto porque iba recogido con el moño», recuerda entre risas. «Empalmé el reparto con la peluquería». «La boda fue increíble, más de 300 personas que nos lo pasamos como nunca, salió el cocinero del hostal de Sotopalacios con una cacerola y un cucharón a dar las uva, y después corrió el champán y la queimada, así hasta las 7 de la mañana». Afortunadamente el día de Año Nuevo no se cocía, porque ese día y Navidad son los únicos que el sector cierra, «antes también en Reyes, pero con el boom de los roscos, finalmente se abre», explica.
Con el embarazo de su segundo hijo dejó el puesto y ya se quedó en la panadería de Las Quintanillas. De esto hace ya 20 años y aquí sigue, al pie del cañón, manteniendo en lo más alto el listo de la empresa familiar que fundaron los padres de Agustín, que continuaron éste y su hermana Francisca y que ahora tiene sucesor en Adrián.
¿Cómo ve Maleni el futuro del sector? Aunque le preguntamos a ella, se adelanta Agustín, que anda de aquí para allá. «Esto no es como antes, hay mucha competencia y, sobre todo, mucho intrusismo que hace daño a la panadería tradicional». Maleni echa por tierra también algunos mitos, como que el pan engorda, «casi nada» dice, «lo que pasa es que el pan se come acompañado y ahí es donde está el peligro». También se refiere a tantas y tantas clases de pan, que si integral, de centeno, de espelta, negro, sin sal..., pero Maleni dice que, al final, «pijoterías las justas», y que lo que más se demanda es la barra y la chapata, y los fines de semana la torta. Así de claro o como diría un castizo, al pan, pan.