Servir bebidas a miles y miles de festivaleros cada día. Esa es la labor del ejército de 425 hombres y mujeres que estarán detrás de las barras, grifos de cervezas y máquinas de hielo. Muchos vienen de Aranda. Otros de más lejos, como Valladolid o Madrid. Dicen que repiten cada año porque el festiva Sonorama Ribera «es diferente, se forma una gran familia».
Una de las capitanas de la tropa, Beatriz Hernando, explica: «En total, son 7 barras generales, 4 específicas de cerveza o calimocho, 3 para los artistas y otra para la zona VIP». Y todas con sus hielos, sus camareros y su género... «Una locura», confiesa.
Junto a ella está su hermano, Aarón Hernando, encargado de una de las barras principales. Lleva de camarero en el recinto desde 2015, aunque antes estuvo en el Café Central. «Ascender supone cobrar más porque tienes más responsabilidades y hay que estar a mil cosas, pero sin duda estoy feliz de ser camarero aquí año tras año», sentencia el encargado.
Desde la organización de la intendencia recalcan que, a pesar de la falta de mano de obra en el sector, el festival arandino se salva por tener fama gracias a su buen ambiente, tanto entre los que vienen a pasarlo bien como entre quienes trabajan. «Por eso, cada año traemos autobuses de Valladolid o Madrid», afirma Hernando.
Pero no solo tirarán cañas veteranos del sector, también hay primerizos que se enfrentarán a los sedientos sonorámicos desde que abre hasta que cierra el Picón. Chicas como Carla Roldán, arandina de 19 años que estudia Medicina y que inicia su segundo año: «Si repito será porque no está tan mal...», bromea. «Ahora de verdad, he sido camarera en otros festivales y esto no tiene nada que ver. El mejor ambiente que puedas imaginar», asegura.
A su lado, con una sonrisa, Paula Carpintero, también arandina de 18 años y en el Sonorama por segundo año consecutivo. «Aunque llevamos unos días montando barras y llenándolas a pleno sol, el ambiente entre nosotros es una gozada y eso se transmite también a los clientes», indica. «El ambiente de fiesta, concordia y diversión es total en este festival», defiende.
Y no podían faltar jóvenes debutantes en el oficio de la hostelería, como Ainhoa Calleja, nacida en Aranda hace 18 años. «Me engañó mi amiga Paula», apunta con tono jocoso. «Es broma. Me han hablado muy bien y si repiten, será que está bien ser camarera en Sonorama», argumenta. Con las barras llenas de botellas y refrescos, las neveras rebosantes de hielo y los grifos de cañas ya a pleno rendimiento, el recinto está listo para afrontar los días más duros de Sonorama. Y los camareros y camareras, bien dispuestos, para disfrutar del festival, aunque sea de otra forma.
«De todos modos, algunos no cubrimos todo el turno y sólo estamos hasta cierta hora, así que luego salimos a la fiesta», confiesan algunos camareros. Otros, los que permanecerán al pie del cañón hasta el cierre, se conforman con escucharlo desde la barra: «Al final, también vemos los conciertos», se consuelan «Los camareros de Sonorama conformamos una gran familia que año tras año repite porque es el mejor festival para trabajar», resume Hernando.