Como el fútbol moderno ha entregado las llaves al jugador moderno, el 'box to box' de despliegue físico colosal, el Real Madrid ha dejado claro que va a vivir (de momento) agarrado a Jude Bellingham y el Barça, definitivamente, hará lo propio con Frenkie De Jong. El neerlandés (Gorcum, 12 de mayo de 1997) es el líder de un mediocampo en un equipo donde esa parcela fue determinante para construir grandeza. Primero se fue Xavi, luego Iniesta, el pasado año Busquets… y sin los tres mayores estandartes de la época gloriosa, De Jong ha dado un paso adelante. Ahora sí parece el futbolista de los 85 millones de euros.
Este mismo verano, en una charla con El Periódico, reconoció que era consciente de las críticas recibidas en sus primeros años en el club y que, al mismo tiempo, estuvo a punto de salir del Camp Nou. Aparecieron cifras mareantes y los nombres de todos los 'sospechosos habituales': Manchester United, Bayern, Liverpool, City, Arsenal… pero el azulgrana fue tajante: «Quiero seguir jugando en el mejor club de la historia. Quiero ganar trofeos aquí. Barcelona es mi hogar». Una declaración de amor que ahora, después de mucho tiempo de dudas, cobra sentido.
El dilema nace del arranque, del llamado 'efecto turista': pruebas un producto local de vacaciones, te encanta y lo compras… pero al llegar a casa, extraña y lamentablemente no sabe igual. Frenkie, visto a distancia, parecía el tipo perfecto para sustituir a Xavi, a Iniesta y a Busquets al mismo tiempo. Era el líder imberbe (21 años) de un Ajax asombroso que echó al Madrid en octavos de la Champions 2019, marcando cuatro goles en el Bernabéu, y que estuvo a punto de meterse en la gran final de no ser por un gol milagroso de Lucas Moura (Tottenham) en el minuto 95 del partido de vuelta. El que movía a un bloque sobresaliente (Tadic, Ziyech, Van de Beek, Neres…), bajaba a sacar la pelota y subía a filtrar el último pase… pero al llegar a casa, no era lo mismo.
El Barça sentía que De Jong no encajaba y De Jong, a pesar de tener todo el fútbol en las botas, sentía que el Barça no le facilitaba el encaje. Ni Ernesto Valverde, ni Quique Setién, ni Koeman, ni Xavi inicialmente encontraron la tecla. Jugó en todas la posiciones posibles -incluso de 'falso central' con Koeman- y en todas ellas parecía incómodo. Combinó exhibiciones puntuales que evocaron al genio que venía con partidos decepcionantes en los que no asumía los galones que debía exhibir: de alguna manera, la presencia de Busquets, el último bastión de la 'vieja guardia', coartaba la libertad del chico. Cuestión de respeto o jerarquía. El adiós de 'Busi' ha sido el punto de inflexión después de tres años en los que el neerlandés siempre fue una apetecible moneda de cambio en los mercados de fichajes.
Xavi, el tipo que como futbolista movió el mediocampo como pocos en la historia del fútbol, ha ido trabajando poco a poco al nuevo Frenkie De Jong. Lo señaló públicamente en determinados partidos («Hay jugadores que deberían tomar responsabilidades, quedarse la pelota, y no lo hacen», afirmó en un partido en El Sadar que el Barça tenía ganado y terminó empatando) y lo mimó de puertas adentro, consciente de que es uno de los más dotados mediocampistas del planeta y poseer 'ADN Barça' sin haber pisado La Masía. El técnico olvidó los dibujos del pasado (Busquets como ancla única) y miró a aquel Ajax, donde De Jong siempre lució majestuoso en un doble pivote: él dotado de libertad y Schöne actuando como 'barrendero'. Ahora, con Oriol Romeu anclado, Frenkie ha vuelto a sentirse líder, a ser la pieza clave del inicio de curso azulgrana: se ha escorado hacia la izquierda, donde Balde y Gavi trillan la banda para que Frenkie, libre, marque la diferencia.