La incorporación de la mujer en los cuerpos de seguridad ha sido paulatina, aunque los plazos se dilatan más cuanto más cercano es el ámbito de actuación. Si el desembarco femenino empezó en 1979 en la Policía Nacional, en Aranda no se vio una mujer agente de la Local hasta el verano de 1995. La primera en romper el hielo fue Ana del Val, que logró el puesto con 27 años y que recuerda más lo positivo de aquellos días que las complicaciones que supuso, más para otros que para ella, que una mujer vistiera el uniforme.
«A la primera actuación a la que me mandaron fue a Carrequemada, porque ese día pasaba por aquí una vuelta ciclista y tenía que estar despejada de coches», recuerda Ana del Val, que compartió promoción con otros cuatro agentes. «La gente fue muy respetuosa, seguían mis indicaciones sin rechistar, pero sí que notaba que la gente me miraba con curiosidad», añade sobre aquella primera salida a la calle con el uniforme.
En sus 29 años ya de carrera profesional, la agente Del Val ha conocido las tres sedes por las que ha pasado ya la Policía Local arandina y es la más indicada para reconocer las carencias sobre todo de la primera. «Cuando estábamos en la entrada del Ayuntamiento, no había nada más que un vestuario, con una taquilla para cada dos agentes. Cuando entré yo, me dejaron una para mí sola y los compañeros se salían cuando me iba a cambiar yo», reconoce el detalle. El mayor problema llegó cuando se quedó embarazada. «Cuando se lo comuniqué al jefe me dijo '¿y ahora que hacemos contigo?'», recuerda casi como un chiste del pasado.
Las carencias de dotaciones y de material de aquellos años eran patentes, los agentes las suplían con entrega y profesionalidad, pero se daban circunstancias que, vistas ahora, eran más que curiosas. «Como no teníamos forma de comunicarnos entre nosotros, porque no había walkies ni nada, nos pasábamos por el puesto del Ayuntamiento cada cierto tiempo para ver si había llegado algún aviso», explica esta agente.
En lo que a parque móvil se refiere, el déficit de vehículos también condicionaba mucho las actuaciones. «Como sólo teníamos un coche, o íbamos andando a las intervenciones o, incluso, llegábamos a coger el autobús urbano para ir a los sitios que estaban más lejos, como Santa Catalina o el Polígono», reconoce como habitual esta forma de desplazarse.
Quizá por su carácter, quizá por su profesionalidad, o por una mezcla de ambas, Ana del Val no siente que haya tenido que actuar de forma distinta a sus compañeros agentes. Su llegada a la Policía Local sirvió para poder completar la labor en materia de seguridad ciudadana, «yo me encargaba de cachear a las mujeres, antes no se hacía» apunta como ejemplo.
Ahora, con el paso de casi tres décadas, ya cuenta con un puñado de compañeras, llegadas al cuerpo en distintas promociones, que han aprendido de ella cómo desempeñar su labor y ella a aprendido de las nuevas generaciones los avances que se han ido incorporando a la labor policial.