Se produce un inevitable temblor al tomar el papel con las manos; no es un estremecimiento, más bien lo que se desata es un terremoto de emociones, porque en esas cuartillas de papel liviano, letras estilizadas, membretes solemnes y sellos oficiales, está encerrada una pequeña gran historia. Quizás una de las más grandes y trágicas de la reciente historia de España. Y, desde luego, una de las más simbólicas.
En las manos, como gorriones ateridos, laten los papeles que cuentan un relato dramático y terrible. Unos papeles que se habían dado por descontados, pero que nadie -salvo sus protagonistas y su custodio- habían visto nunca. Sobre ellos no había luz: todo eran conjeturas, hipótesis, supuestos... Pero existen. Y en sí mismos encierran toda la verdad de un dolor innombrable. Su aparición, su hallazgo inesperado, permiten subrayar lo intuido: Manuel Machado, atrapado en un Burgos levítico, marcial, belicoso, capital de la Cruzada, entregado por miedo, resignación, pura supervivencia a una causa que nunca fue la suya -su pluma al servicio de los rebeldes- se entera por la prensa extranjera que su hermano del alma ha muerto en un pueblecito de Francia cercano a la frontera. Y pese a que Antonio Machado era el referente intelectual de la España enemiga de los sublevados, consigue, echándole valor después de todo, que se le permita viajar hasta aquella localidad llamada Collioure para dar su último adiós al hermano querido.
Si todas las guerras son la máxima expresión de la tragedia, hay episodios que, por su carácter simbólico, resumen a la perfección el infortunio, la desdicha, la fatalidad que de ellas emana. En el caso de una contienda civil, esto es, fratricida, como lo fue la española, pocos capítulos son más significativos y tristes como el protagonizado por los hermanos Antonio y Manuel Machado, inseparables desde la cuna pero distanciados por el azar y la malhadada guerra.La historia es bien conocida: Manuel y su esposa, Eulalia Cáceres, se encontraban en Burgos a mediados de julio de 1936 visitando a una hermana de ella, Carmen, religiosa en un convento de la capital. No era la primera vez: el matrimonio tenía por costumbre felicitarla cada año en persona por su cumpleaños, el día 16. Aunque la intención de la pareja era regresar a Madrid al día siguiente, perdieron el tren (se dice que porque el poeta, coqueto, se entretuvo demasiado atusándose antes de salir hacia la estación). Así que el 18 les sorprendió la sublevación militar y ya no pudieron salir de Burgos. Manuel, confeso republicano (autor de la letra de 'Canto rural a España', uno de los himnos de la República), quedó atrapado en zona rebelde; su hermano del alma, en Madrid, rompeolas de todas las Españas, como escribiría un día, cuando ya España se desangraba con plomo en las entrañas.
Al susto del golpe de Estado, que Manuel en un principio consideró una carlistada tal y como confesó en una entrevista para una revista francesa, le siguió pronto la certeza del espanto. Aquello iba tan en serio que, mientras esperaba resignado acontecimientos, incluso fue detenido y encarcelado en septiembre después de que el corresponsal del ABC en París, Mariano Daranas, alertara a la cúpula de los rebeldes de las declaraciones de Manuel a la prensa gala. Gracias la intermediación de intelectuales del bando sublevado, como José María Pemán, hasta de la congregación de su cuñada, las Esclavas del Sagrado Corazón, apenas estuvo tres días en prisión. Fue puesto en libertad, pero ya estaba muerto: en adelante, para sobrevivir, pondría su pluma al servicio de la causa de los rebeldes mientras su hermano del alma hacía lo propio para los republicanos.
Durante tres años, quienes jamás habían concebido su vida por separado -tantas obras escritas al alimón, tantas horas de conversación, tanta complicidad vital- nada supieron el uno del otro. No resulta difícil imaginar la angustia, la pena, el dolor, la rabia, la impotencia. Manuel, convertido en poeta laudatorio de Franco y su régimen naciente; Antonio, en el referente intelectual de quienes acabarían perdiendo la guerra. Hasta que un día de febrero o marzo de 1939, de forma casual según algunos estudiosos de la vida y la obra de los sevillanos, revisando la escasa prensa extranjera que se recibía en la Oficina de Propaganda de Burgos Manuel leyó la noticia de la muerte de su hermano Antonio, acaecida en un pequeño pueblo de Francia cercano a la frontera con España.
Los historiadores siempre aseguraron que Manuel Machado consiguió unos salvoconductos para poder despedir a su hermano querido.Jamás hubiese podido cruzar la frontera y regresar a Burgos sin una documentación así. Pues ya se puede afirmar con rotundidad: en efecto, el poeta sevillano logró esa autorización: esa salvaguarda acaba de ser encontrada en el Fondo Zugazaga que atesora la Institución Fernán González desde hace unos años pero que custodiaba Cajacírculo y que la academia acaba de empezar a estudiar con detalle. «Ha sido una sorpresa enorme. Todo el fondo está lleno de sorpresas.Pero estos salvoconductos son inéditos.Nos parece un verdadero regalo.Estamos entusiasmados con todo lo que estamos encontrando en el Fondo Zugazaga», reconoce René Jesús Payo, director de la Institución Fernán González.
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