Hoy he hecho realidad el eslogan de mi columna, sobrevivo como puedo, y no sé ni cómo he llegado a estar sentada delante del ordenador para escribir estas líneas. La vida no deja de llevarme de un WhatsApp a otro sin parar. Como no llegue rápido eso que llaman inteligencia artificial, la poca natural que me queda se va a ir de vacaciones a Honolulu.
Lo bueno de este estado de estrés continuo es que ya ni siento ni padezco, estoy como anestesiada contra tanta comedura de coco. Esta semana solamente, la noticia de los guardias civiles arrollados por una narcolancha ha dado de nuevo un doloroso pellizco a mi agotado corazón. El resto son noticias extrañas.
La primera es que por una simple cancioncilla se arme la de San Quintín, ello en un país en el que hemos escuchado durante las últimas décadas millones de letras de lo más singulares sin inmutarnos. A mí la canción me gusta, básicamente porque en cuanto empieza a sonar me anima y me entran unas ganas locas de ponerme a bailar y eso, a estas alturas de mi vida, ya no tiene precio.
Y la segunda noticia es lo de los chivatazos de patio de colegio de nuestros políticos; que si se han reunido, que si han hablado, que si lo cuento, que lo cuente el otro, pues yo más… Todo ello me ha hecho recordar el colegio y lo que se hacía con los chivatos o, mejor dicho, con quien no respetaba la palabra dada entre caballeros o damas. En mi cole esto era algo sagrado y aunque alguien no fuera de tu rollo, si se daba palabra de algo o se decía algo en confianza, eso era más que ley. Este tipo de valor y actitud nos diferenciaba hasta la fecha de los animales. Ahora parece existir un interés especial en que la palabra que se da no tenga valor alguno, pretendiendo y consiguiendo que lo que todos sabemos que es blanco se torne del color que les interesa a unos pocos.
No puedo contar lo que se debe hacer con los chivatos, porque me acusarían de bullying, pero como mínimo deben de ganarse un suspenso y no tener posibilidad de repetir. Creo que ya no estamos ante simples chivatos, sino ante mala gente. Y ahora, sin cesar, me viene ese pensamiento de que si se hacen eso entre ellos, que no nos harán a los demás.