El tesoro escondido de Rosario de Velasco

Angélica González / Burgos
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El altar que la artista pintó en la ermita de Las Machorras durante su estancia en el pueblo y que se creía borrado del mapa 'aparece' detrás de un retablo y en un extremadamente delicado estado de conservación

El tesoro escondido de Rosario de Velasco - Foto: Luis López Araico

Toya Viudes creía que las pinturas de gran tamaño que su tía-abuela Rosario de Velasco hizo durante su estancia en Las Machorras en los años de la Guerra Civil habían desaparecido. Moisés Gutiérrez Solana no tenía ni idea de que esos dibujos que durante 20 años presidieron el altar de la iglesia de su pueblo y que después del incendio de 1959 quedaron escondidos tras un retablo llegado del Monasterio de Rioseco tenían tantísima importancia. La recuperación del legado de la pintora de la Edad de Plata, parte de cuya obra se expone ahora en el Museo Thyssen, ha llevado a su descendiente a hacer un trabajo infatigable, una labor casi detectivesca para reunir el mayor número posible de sus cuadros, la mayoría desperdigados por colecciones particulares, y para ello se está ayudando de las redes sociales y los medios de comunicación convencionales, a través de los cuales lleva años pidiendo ayuda para sus pesquisas. En esas estaba, en concreto en la cadena Cope, cuando Moisés, que a sus 80 años tiene una memoria impecable, escuchó su historia y dio la voz de alarma al otro lado del receptor.

Viudes se dolía ante el micrófono, como ya lo había hecho antes en estas mismas páginas, de la desaparición de aquel retablo que su tía-abuela pintó en la ermita del pueblo con las figuras esbeltas, sencillas y de colores sólidos tan propias de la autora, algún jilguero, pájaro por los que sentía tanta predilección Rosario, y el inconfundible símbolo de sus iniciales con el que firmaba todas sus obras, una erre dentro de una gran uve. «Era el 3 de julio sobre las 5,40 de la tarde -rememora el anciano con precisión militar- iba a Espinosa en el coche y llevaba la radio de fondo pero no la estaba haciendo mucho caso hasta que oí que en varias ocasiones citaban a Las Machorras, así que presté más atención y ya escuché hablar de la pintora y decir que ese trabajo ya no existía. Al día siguiente fui a buscar a Lidia, que tiene la llave de la ermita, y le dije, alarmado, que contaban en la radio que habían desaparecido».

Lidia regenta con su hermano el bar de la localidad y recuerda que Moisés llegó preguntando si era verdad que esas pinturas ya no estaban. Así que ambos fueron a la iglesia, que está consagrada a Nuestra Señora de las Nieves, y abrieron una pequeña puerta ubicada en la zona inferior izquierda del retablo, constataron que seguían allí en el estrecho habitáculo que hay entre la pared y el retablo, coligieron que eran la obra de esa artista de la que ahora habla todo el mundo y buscaron más información en internet. Enseguida dieron con la dirección de correo electrónico de Toya y Lidia le escribió para darle la buena nueva. No solo aquellas pinturas al temple no se habían borrado del todo sino que el octogenario le podía dar a su descendiente un testimonio directo y distinto de la presencia de Rosario en el pueblo, ya que recordaba perfectamente cómo su madre, Carmen Martínez, hablaba de ella porque la conoció y fueron vecinas. «Siempre se preguntaba que qué habría sido de aquella pintora. Tenía muy buen recuerdo de ella. 'Cuánto gustaba escucharle', me decía», rememora.

Cuando Toya Viudes le oyó contar esto -el pasado miércoles, 24 de julio- no pudo evitar emocionarse, lo que le ocurrió a lo largo de toda la jornada. Era la primera vez que visitaba Las Machorras, donde vivió parte de su familia en 1938 y 1939 y que veía la obra que creía desaparecida y el paisaje que acompañó a Rosario en aquellos años de la Guerra Civil. Hasta encontró, prácticamente intacta, la casa ante la que en aquellos años la pintora posó con su hija María del Mar en brazos y en la que, probablemente, vivió. «Es impresionante saber que aquí estuvieron mis bisabuelos y las hermanas de mi abuelo, Rosario y Lola, con sus maridos y con sus hijos. Ojalá podamos hacer algo para que las pinturas no se deterioren más y para que el pueblo se entusiasme con la restauración de la obra».

Y es que las pinturas tienen un desgaste extraordinario. Fueron terminadas el 23 de marzo de 1939, tal y como la pintora dejó impreso en la pared. Durante 20 años los vecinos las pudieron contemplar a diario en misas y otras celebraciones y el propio Moisés, que fue durante algunos años monaguillo, se pasó horas frente a aquellas figuras, pues por entonces los concelebrantes se ponían de espaldas al público y, por tanto, frente a aquellos ángeles. Hasta que llegó el 8 de diciembre de 1959. Un violento fuego prendió y destrozó la figura de la Virgen María, el costoso manto que llevaba, de trece kilos de peso con incrustaciones de oro, y tiznó buena parte de la obra de Rosario. ¿La solución? Colocar delante un retablo traído del Monasterio de Río Seco, que cubrió la totalidad de los dibujos sin que nadie echara cuentas de que se tapaba con un relevante patrimonio otro no menos valioso al que, además, se dejaba completamente desprotegido.

«Ni siquiera cuando hace unos pocos años -recuerda el alcalde, Roberto Ortiz- vino una empresa a restaurar el retablo y sus profesionales vieron las pinturas que había detrás no dijeron absolutamente nada de que aquello podría tener algún valor». Es lo que ocurre con las mujeres artistas, invisibilizadas incluso para quienes se desenvuelve en ese ámbito. La doctora en Historia del Arte Esther López Sobrado lo sabe bien, lo lamenta -«es increíble el olvido al que estuvieron sometidas las mujeres del 27»- y por eso contactó con Toya Viudes y se ha puesto a su disposición para ayudar a conseguir que se restaure. El día 24 también estaba en Las Machorras. «Es algo magnífico el planteamiento que hace Rosario en estas pinturas presentándolas a modo de un tríptico que resulta muy interesante», añade López Sobrado, que encuadra a De Velasco dentro del estilo de la llamada 'nueva objetividad' o 'regreso al orden', dentro de las vanguardias del periodo de entreguerras.

La obra se hizo con pintura al temple que en la actualidad está profundamente desgastada: «Ahora mismo lo que urge, urge, urge es su consolidación para que no se sigan cayendo más trozos y posteriormente una limpieza», indica la experta, que ya se ha puesto en contacto con un restaurador al que le ha enviado algunas fotos. Además, señaló que sería conveniente que nadie volviera a entrar ya en el estrecho receptáculo en el que se encuentran los dibujos, empresa para la que es necesario prácticamente tumbarse en el suelo y reptar ya que, como se ha dicho, se encuentra en un lugar angosto detrás del retablo.

De esto tomó muy buena nota el alcalde, que se comprometió a no dejar entrar a nadie en tanto se  decide cómo actuar y se consiguen las ayudas pertinentes. «Estaría bien que la Junta o el Ministerio de Cultura o la Diputación, es decir, cualquier institución, se implicase en colaborar para recuperar una pieza única que aún se puede salvar». Es de la misma opinión el cura, Alejandro Ruiz, que sabe bien que todo son necesidades para el inmenso patrimonio que tiene la Iglesia Católica y que la propia ermita de la Virgen de las Nieves necesita un buen arreglo. «Ojalá nos puedan ayudar pero ya nos hemos quedado fuera del convenio de las goteras y yo no sé muy bien el porqué ya que no conozco los criterios del Arzobispado, la Junta y la Diputación. Aquí hay culto, tiene una gran relevancia cultural y hay un gran sentimiento popular a su alrededor, qué vengan si quieren el día de Todos los Santos, que hay más gente que en el cementerio de Burgos», añade el páter.  

Matilde Fernández, nacida en Las Machorras, donde pasa sus veranos, también se animó a acudir a la iglesia a conocer a Toya Viudes, a contarle que su madre hablaba de Rosario y que su tía Áurea fue una de las vecinas que al principio de la Guerra Civil ayudaron a esconder el manto de la Virgen, que estaba cuajado de oro y fue un regalo de Isabel II al pueblo de Las Machorras, pues cuentan que de allí procedía una de sus amas de cría. «Imagino -aventura Viudes, que cuando llegó Rosario al pueblo la iglesia no estaba en buen estado y ella, que era profundamente creyente, hizo piña con la gente del pueblo y quiso pintar allí para ayudar a recuperarla». Casi 90 años después, «urge», como dice López Sobrado, recuperar de nuevo el tesoro de esa iglesia, el tesoro de Rosario de Velasco.