Le hubiera gustado hacer la presentación en torno a una hoguera, narrando en voz alta la historia de la novela, bajo las estrellas y divagando sobre lo humano y lo prehistórico adornado con plumas y tatuajes. Pero esa imagen romántica de nuestros antepasados, que es a la que Juan Luis Arsuaga alude en la novela Al otro lado de la niebla, no debe ser muy práctica cuando no se atrevió. Que sí, que igual estaba lloviendo fuera en ese momento y que lo de encender un fuego por percusión lleva su tiempo, pero la huella que hubiera dejado la presentación la analizarían los homínidos del futuro. «Esta novela se parece al mundo en el que vivimos pero no es exactamente igual», dijo para defenderse.
El escenario de noche cerrada, a la intemperie y al cobijo de la tribu lo evocó el periodista Rodrigo Pérez Barredo para contextualizar la charla. Y el paleoantropólogo -que salió a escena con una pelliza- le puso música: concretamente la de la película El último mohicano y la de Bruce Springsteen, al que acababa de ver en Madrid («nos ha demostrado que se puede ser muy grande a los 74 años», dijo el científico de casi su misma quinta). La elección de esa banda sonora, dijo, describe el tono de la novela: «Espero haber escrito un libro romántico y sentimental, pero no cursi. Se nutre de la nostalgia, el amor a la tierra y la emoción», añadió.
Ambientada en tiempos prehistóricos, la historia es la de Piojo, un joven que busca sentirse parte de una tribu mientras lucha por su existencia. Escrita hace veinte años y reeditada ahora por Destino, en su naturaleza y paisaje, en sus topónimos y en el uso de una lengua 'autóctona' tiene a Castilla como protagonista.
Arsuaga confesó que fue viendo en el cine una película de Félix Rodríguez de la Fuente, Alas y garras, cuando anheló descubrir los horizontes castellanos. «Tengo la suerte de que Castilla me sigue deslumbrado», reconoció al describir que los colores y contornos de la estepa coinciden con los que conocieron los nómadas protagonistas de su novela, de base científica.
«La Prehistoria no se puede escribir sentado en un cuarto. Cuando leo novelas ambientadas en esa época veo al autor moviendo los hilos de las marionetas porque no conocen el paisaje: o es irrelevante o hacen unas descripciones espantosas», apostilló sobre la importancia del rigor y el conocimiento.
De ahí que en su novela la naturaleza sea tan significativa como la historia, una «naturaleza trascendente a la que el ser humano ha añadido un nueva dimensión». «Es la naturaleza vista por un salvaje», añadió para implorar que ojalá lo fuéramos un poco todos, porque significaría sentir la conexión con lo natural.
A esa Castilla que menciona sin nombrarla se refirió también al aludir a la incorporación consciente de palabras y términos en desuso o directamente muertos. «Cuando vine a Castilla descubrí que había un idioma, una lengua en el mundo rural que desconocía y que se estaba perdiendo. Como si estuviera aprendiendo un idioma hice listas de vocabularios. Porque era una lengua autóctona y desconocida incluso por los hijos de los agricultores que la usaban. Yo la he escuchado y la he visto morir».
Durante algo más de una hora, el codirector de Atapuerca y director del Museo de la Evolución Humana afirmó no sentirse el autor de la novela, sino más bien alguien ajeno. Que esperaba que la historia de Piojo trascendiera a otras generaciones por medio de la tradición oral, que lo que quería era reunir leyendas de muchas tribus y que le han ofrecido hacer una segunda parte, pero no la hará precisamente por no sentirse el escritor.