«Mozart esperaba que le aplaudiesen en medio del movimiento»

I.L.H. / Burgos
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Carlos Goikoetxea, que investiga para su tesis la interpretación histórica, refiere que los compositores clásicos buscaban la ovación entre movimientos y si no se daba, sentían fracaso. La convención de no aplaudir hasta el final es del siglo XX

Carlos Goikoetxea trabaja para acercar la música al público a través del piano y de su investigación. - Foto: Miguel Ángel Portilla

El aplauso es una reacción de entusiasmo y aprobación. Con el palmoteo de manos validamos un discurso, una acción o, en el mundo del espectáculo, lo que ocurre sobre el escenario. Y por lo general surge de manera espontánea tras unas palabras redondas, un solo de música, una interpretación ocurrente, un número difícil o al acabar una representación. Ocurre en casi todos los ámbitos, salvo en la música clásica, cuya norma más importante en los conciertos en la de no aplaudir hasta el final de una pieza. Pero esto no siempre fue así. De hecho es una convención relativamente reciente.

El pianista burgalés Carlos Goikoetxea, con varios conciertos en agosto y septiembre en la provincia, investiga para su tesis este tipo de comportamientos vinculados a la interpretación histórica. Y de su estudio se deduce que aquello en lo que nos han educado -el silencio estricto, salvo el carraspeo, entre movimientos- supondría un desaire para determinados compositores clásicos que creaban sus obras buscando, precisamente, el aplauso. «Leyendo cartas de compositores que forman parte del canon de la música clásica encontré una actitud que nada tiene que ver con la norma de etiqueta que conocemos. De las cartas se deduce que no solo les gustaba que aplaudieran al final de un movimiento, sino que si el público no lo hacía consideraban que no había gustado. Y en el caso de Mozart, incluso, esperaba que aplaudiesen en medio del movimiento. Porque había compuesto determinados pasajes pensando en ese aplauso y, como sabía que iba a gustar, lo repetía después». 

silencio igual a fracaso. Ocurre con Mozart, con Liszt o con Brahms. Del compositor alemán, por ejemplo, ha constatado que una de las veces que tocó su primer Concierto para piano y orquesta, le dijo a su amigo Joachim que fue un fracaso porque después del primer movimiento el público apenas aplaudió, y después del segundo hubo gente que lo intentó y otros le sisearon para que no aplaudieran. Esa acción de acallar al que aplaude, que hoy sería completamente normal, no fue para Brahms un signo de respeto, sino una reacción negativa hacia su obra.

Tras analizar más de 600 fuentes, Goikoetxea ha encontrado el cambio de actitud en los inicios del siglo XX. «El primer músico que he encontrado que pidió en el programa de mano que no se aplaudiera entre movimientos fue un director de orquesta alemán». 

Hasta entonces el aplauso era espontáneo tras, por ejemplo, el solo de un instrumento si era del agrado del público. «Es lo que pasa en el jazz, en el rock o en cualquier música. Y nadie piensa que estás interrumpiendo la actuación. Esa idea la tenemos vinculada a la clásica porque así nos hemos educado», añade el pianista insistiendo en que los compositores crearon sus obras teniendo en cuenta las posibles 'interrupciones' de los aplausos y buscándolas después de una cadencia, un solo o unas variaciones.

En su faceta de intérprete Goikoetxea no siente que el aplauso le distraiga e incluso, a pesar de que lleva dando conciertos desde los once años, en ocasiones le resulta «raro» ese silencio: «Sobre todo en finales de primeros movimientos de sonatas clásicas y de conciertos, que generalmente están compuestos de una manera que es muy clara para pedir el aplauso. Es raro, es verdad, porque como público tienes ganas de aplaudir y si el compositor lo ha creado así pensando en ese respaldo y tú te contienes... es normal que resulte raro, aunque lo tengamos asimilado». 

Por lo tanto, la idea que hoy tenemos de que «el aplauso 'interrumpe' es relativa: ni la obra es indivisible ni hay que entenderla como una unidad, salvo como concepto social. Y por otro lado, resume Goikoetxea, quien considere un ignorante a aquel que en un concierto aplaude entre movimientos porque no conoce esa regla, quizá esté respondiendo mejor a la música de Mozart o Brahms.