«¡Un momento, ahora salgo!», nos grita una voz desde dentro del edificio. En el silencio del mediodía de cualquier jornada laborable, la antigua terminal ferroviaria de Modúbar de la Emparedada tiene la calefacción puesta. Marcelino nos ha oído llegar a nuestra cita y, antes de que podamos llamar al timbre, sale ataviado con el traje del jefe de estación.
Abrigo de Renfe, chaqueta de Renfe, gorra de Renfe. Con la parte superior roja, por supuesto, para marcar la jerarquía. Recuperados de la sorpresa, entre risas, Marcelino Torca termina de disfrazarse y se coloca un bigote postizo a la moda de los años 60 antes de iniciar su recorrido guiado por un capricho del que está más que orgulloso y en el que, junto a su esposa, Pilar Busto, ha empleado cientos de horas.
Este matrimonio tiene alquilados por algo más de 200 euros al mes el edificio de viajeros y el almacén de la vieja estación de trenes vinculada a la línea Santander-Mediterráneo, en desuso desde 1985. Por aquella época tenían niños pequeños y buscaban una casa en un pueblo, cercana a Burgos. Se encapricharon de aquel lugar, que se encontraba muy deteriorado y al que empezaba a comer la maleza. Allí han creado un pequeño museo que es mitad ferroviario, mitad etnográfico, y que para verlo con detenimiento exige emplear más de una hora.
No lo tienen abierto al público, aunque durante un tiempo se lo mostraban a los niños participantes en los campamentos de Saldañuela. Solo pasan en la casa algunos fines de semana y alguna temporada en verano, así que principalmente sirve para su propio disfrute. Sobre todo de Marcelino, que la goza como un niño con zapatos nuevos y que heredó la afición a los trenes de su padre, guardagujas de Villodrigo.
La estación coincide con el punto kilométrico 240 de la línea, medido desde Calatayud. El exterior está rotulado con los azulejos originales. Hay faroles que Torca ha ido recogiendo a lo largo de la línea iluminando el jardín en las noches de verano. El vestíbulo de espera, aunque ligeramente modificado, incluye todavía una barra amarilla que servía para marcar las esperas ante la taquilla. Y a la entrada de la casa del jefe de estación da la bienvenida el teléfono que servían para comunicarse con el resto de nodos de la línea, incluyendo una centralita con el logo de la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles.
Poco a poco, gracias a regalos de amigos o comprando en mercadillos de objetos antiguos, Marcelino ha ido haciéndose con maquetas de trenes, placas de la legendaria fábrica CAF de Beasain, trompetillas, silbatos, gorras que identificaban a los distintos cuerpos de ferroviarios, relojes, faroles, ceniceros, más teléfonos, la carretilla con bocinas que llevaban los operarios de la línea cuando iban a repararla o mapas antiguos de cuando el directo Madrid-Burgos todavía estaba en obras (se inauguró en 1968).
Todo eso en el edificio de viajeros y en la vivienda, porque a muy pocos metros, dentro de su misma parcela, hay otro pequeño tesoro. En el edificio que en su momento sirvió de lamparería y para los servicios de personal, Marcelino y Pilar han habilitado un museo etnográfico que refleja cómo vivían los burgaleses del mundo rural hasta hace no tanto tiempo.
Los abuelos y abuelas que habitaban la provincia tenían alcoba en lugar de dormitorio, usaban orinal y no váter, oraban en el reclinatorio antes de ir a dormir, cocinaban en el puchero en lugar de la olla exprés, sus hijos tenían pizarrín y no ordenador portátil para escribir, transportaban mercancías en carros sin imaginar los camiones y usaban a diario aperos de labranza como el trillo, el arado o el yugo.
La vida cotidiana de las generaciones anteriores se fue sumando a la modernidad con objetos como el cinematógrafo (el que tiene Marcelino estaba en el seminario), el gramófono, las míticas motos Vespa y Guzzi o una máquina de peluquería para hacer los rulos. Y toda aquella época se puede evocar en un antiguo almacén ferroviario junto al que todavía se circula, pero ahora lo hacen peatones y bicicletas gracias a la recuperación como vía verde del Santander-Mediterráneo.