Ocurrió un mes de julio. Era el año 2008 y Burgos estaba entusiasmada porque consiguió un viejo anhelo que representaba la modernidad y la puerta de entrada de la ciudad al concierto internacional. Entonces llegó procedente de Palma de Mallorca el primer vuelo de pasajeros al recién ampliado aeropuerto. Villafría ya era un nuevo destino para los vuelos comerciales, el principio de una historia que pronto olvidó el entusiasmo inicial para transitar un pedregoso camino administrativo hasta firmar la rendición. Aunque aún no sea definitiva.
La capital desiste de atraer a las aerolíneas coincidiendo con el 15º aniversario de una instalación que nunca encontró la regularidad, la estabilidad y el desarrollo necesario para asentarse como destino interesante para compañías y viajeros. Y no será por los intentos protagonizados y las inversiones realizadas con el fin de potenciar un aeródromo que nunca dio con la tecla adecuada mientras veía cómo en otras ciudades la actividad era constante.
La administración local, con la colaboración decisiva de la autonómica, inyectó 30 millones de euros para dinamizar esta infraestructura a lo largo de sus tres lustros de actividad. Una apuesta que, en la práctica, apenas tuvo un impacto real y práctico en la vida de los burgaleses o en la actividad económica y turística.
Los fiascos protagonizados en los inicios por León Air y Good Fly no fueron, precisamente, la mejor carta de presentación para un destino que quería hacerse un hueco entre una feroz competencia. Valladolid, León, Vitoria, Bilbao... demasiada oferta para una capital conectada con la T4 de Madrid en poco más de dos horas por carretera.
En el momento en el que la pandemia sacudió al mundo, los números globales diseñados sobre el papel para Villafría estaban muy lejos de lo que ocurrió en realidad. El Plan Director de 2001 avanzó que para 2015 volarían 122.000 personas desde Burgos, cuando en 2019 no se llegó a las 18.000. El posterior Plan Director de 2021 redujo las expectativas máximas hasta los 56.000 pasajeros por año, pero esa cifra también resultó astronómica para las posibilidades del aeropuerto.
El canto del cisne. Mediado el año 2018 llegó el acuerdo alcanzado con Air Nostrum para incorporar una conexión regular a Barcelona gracias al contrato de patrocinio resumido en los 1,2 millones de euros aportados anualmente desde las arcas públicas. La apuesta, sin embargo, tampoco alcanzó los objetivos fijados.
Después de 3,6 millones aportados al paso por el tercer año, la línea sumó menos de 25.000 pasajeros. En plena crisis sanitaria aterrizó en la pista burgalesa un avión procedente de la Ciudad Condal con 7 pasajeros a bordo.
Finalizado el compromiso con Air Nostrum se iniciaron conversaciones con compañías como Binter, Volotea, la filial de Air France y la propia compañía de Iberia, la cual planteaba nuevas alternativas. Sin embargo, la gran apuesta fue atraer a Ryanair y este fiasco fue el epílogo de una lucha contra molinos de viento.