«¿La Guardia Civil? Por aquí ni se la ve, salvo para poner multas de tráfico y recaudar dinero. Es una vergüenza. De unos pocos años a esta parte el bajón de guardias en estas comarcas ha sido bestial.Si hasta los cuarteles están cerrados o abren sólo un día. Qué más quieren los ladrones: no hay agentes y los pueblos están casi vacíos... Es un chollo para ellos. Hoy desvalijan varias casas y mañana una empresa». Ricardo apura el verdejo sobre la barra de un bar de la Merindad de Montija, donde la niebla no hace mucho que se ha evaporado. Este espinosiego tiene claro que a perro flaco todo son pulgas.Que al mal de la despoblación se le concatenan otros: los pueblos se vacían de personas, sí, pero también de servicios tan necesarios y básicos como los relacionados con la sanidad y, de un tiempo a esta parte, la seguridad. De otros, ni hablamos.
Existe unanimidad entre los habitantes de Las Merindades. Hablan de olvido, de desprecio, de inseguridad para con ellos; y hablan de impunidad para con los malhechores, que campan a sus anchas precisamente por la escasa, e incluso nula, presencia de las fuerzas del orden en este vasto y deshabitado territorio.Alfonso dirige Santa Gadea, una fábrica de lácteos enclavada en el hermosísimo pero rematadamente despoblado Valle de Manzanedo.El mismo día en que una banda desvalijó una quesería en Valdenoceda, otros dos delincuentes accedieron a su explotación y se llevaron algo de dinero. «Porque les sorprendí y les acabé echando.Si tardo más, a saber qué nos hubieran robado», explica.
(El reportaje completo y los testimonios, en la edición impresa o aquí)