Cueva Palomera desvela sus tesoros

H. Jiménez/ Ojo Guareña
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La Junta ultima las obras de acondicionamiento para su apertura a las visitas turísticas de una de las principales cuevas del complejo kárstico de Ojo Guareña

Cueva Palomera Ojo Guareña - Foto: Ángel Ayala

 
 
Clonc. Clonc. Clonc. A cientos de metros de profundidad la oscuridad, el frío, la humedad y el silencio, solo roto por la caída de las gotas que con precisión relojera se desprenden de las rocas para seguir haciendo su trabajo milenario, reinan a partes iguales. Clonc. Clonc. Clonc. Molécula a molécula, durante siglos y siglos, van formando estalactitas y estalagmitas, banderas, coladas y decenas de formaciones distintas.
Las entrañas de la tierra funcionan como un organismo vivo por el que a veces discurren riadas y otras se secan, en el que hay desprendimientos y acumulaciones de sedimentos, y ese mundo subterráneo es una de las últimas fronteras para el ser humano, que tiene la superficie colonizada en cada rincón pero al que aún le falta por conocer el subsuelo que pisa. En el norte de la provincia de Burgos, en el complejo de Ojo Guareña, dos kilómetros y medio están cerca de abrirse a los ojos del turista. Son una pequeñez comparados con la inmensidad de más de 100 kilómetros de los que consta el karst, pero ayudarán a comprender mejor las dimensiones de nuestro mundo y el valor de este espacio único.
La Junta de Castilla yLeón está a punto de culminar el acondicionamiento turístico de Cueva Palomera, un proyecto perseguido durante muchos años y que por fin puede tocarse ya con la punta de los dedos. Apenas quedan dos semanas de trabajos. Gracias a una inversión de 55.000 euros pequeños grupos de visitantes podrán vivir una experiencia que no se limitará a un turismo de aventura sino que pretende una mayor profundización científico y cultural en un entorno extraordinario. Un equipo de Diario de Burgos ha podido conocer, días antes de la finalización de los trabajos, los tesoros que hasta ahora se ocultaban a los ojos de quien no fuera espeleólogo. Nos guían dos técnicos de Espacios Naturales y de la Fundación del Patrimonio Natural.
Hace millones de años, una sima que mucho tiempo después sería bautizada por los lugareños como «Palomera» se derrumbó hacia su interior. Tras la caída, el agua empezó a buscar su camino atraída por la gravedad y encontró su mejor aliada en la composición caliza del terreno que, permeable y con múltiples grietas, le permitió el paso. Millones de trillones de litros pasando por ese lugar acabaron convirtiendo a Ojo Guareña en una especie de ‘queso gruyer’  por una de cuyas entradas ahora podemos aventurarnos.
Desde el vergel del exterior, una suave bajada nos conduce hacia la oscuridad. Hay que superar un perímetro de seguridad y a partir de ahí un sendero marcado con piedras revela que el acondicionamiento recién ejecutado empieza en ese punto. Repentinamente la pendiente se vuelve mucho más pronunciada hasta alcanzar el 20% y llega el momento de doblar la espalda para poder entrar. El respeto escrupuloso a un importante yacimiento arqueológico oculto bajo los sedimentos obliga a circular por un lateral, pegados la roca, y la dificultad nos advierte de que esta no será una visita turística para tacones ni sedentarios recalcitrantes. Exige un mínimo de forma física, porque la naturaleza así lo ha querido.
Pocos metros después nos topamos con una última barrera de seguridad. Un cerramiento que desde los años 60 hasta hace un mes era de ladrillo y que ahora se ha convertido en una potente pero permeable estructura, con barrotes metálicos horizontales diseñados para permitir el paso de los murciélagos que hibernan en Palomera y para devolver a la cueva las corrientes de aire que necesita para su ventilación.
Seguimos bajando y ya no hay iluminación natural alguna. Linternas y focos frontales serán a partir de ahora nuestra única luz, que nos ayudará a superar los últimos escalones construidos por el hombre y a agarrarnos al pasamanos que nos deposita, ya sí, en la cavidad principal.
El terreno a partir de este punto es básicamente llano, con pequeñas variaciones. Y va recorriendo a veces grandes galerías abovedadas y otras estrechos pasos entre las rocas que obligan a ir en cuclillas. Vamos caminando siempre sobre el lecho de ríos ancestrales que ahora están secos aunque a veces, cuando llegan fuertes lluvias o el deshielo de la primavera, vuelven a fluir tímidamente. Bajo nuestros pies se suceden tramos resbaladizos y muy húmedos, otros con fragmentos de piedra que hacen sufrir a los tobillos y algunos más con arena tan fina como la de las mejores playas que acolcha los pasos y alivia el caminar.
La visita a Cueva Palomera no será la típica que resulte espectacular por su estética. No es una sucesión de fantasiosas formas que los guías imaginan y los turistas asumen. Será todavía mejor, porque el turista tendrá que esforzarse para llegar a los mejores rincones, los más alejados de la entrada. Entretanto, a ambos lados aparecen ‘macarrones’ pétreos, gours de calcita (pequeñas presas naturales), esculturas naturales producto de la precipitación química, bacterias en el techo cada una de las cuales sujeta una gota de agua y que dependiendo del tramo se asemejan a la plata, al oro o al carbón. 
Y al final, las guindas a ese pastel de espeleología adaptada a los aficionados que son las grandes cavidades. A una hora y media de la entrada está la Sima Dolencias, una gigantesca abertura vertical de 60 metros donde el ser humano es consciente de su minúscula dimensión. Por allí en época de lluvias desciende una cascada que quienes han visto describen como espectacular. Incluso sin ella el lugar lo es. Pese a estar vallada en su parte superior, allí siguen cayendo ramas de árboles, troncos enteros e incluso animales que encuentran su final medio centenar de metros más abajo. Durante siglos, también los hombres se precipitaron por allí. Caídas accidentales, ritos funerarios y hasta asesinatos se habrán sucedido en este punto.
 
dos tipos de ruta. Dolencias será el punto y final para quienes opten por el recorrido más corto. Empleando una hora adicional, los más atrevidos tendrán recompensas añadidas. La primera, en la Sala del Cacique, es donde mejor se comprende la labor del agua que en cualquier momento parece querer volver a fluir por nuestros pies y sirve para abrir boca con los espeleotemas. Y la segunda, bautizada como Museo de Cera, donde encontramos las mejores columnas y formas caprichosas ‘hijas’ del «clonc, clonc» milenario, aún en proceso de formación como deja entrever su goteo.
Estamos en el punto más alejado de la entrada, aunque en realidad muy cerca, a solo unas pocas decenas de metros, de la cueva de San Bernabé, la única habitable hasta el momento. La ermita que los lugareños veneran desde tiempos inmemoriales se encuentra prácticamente encima de nosotros, pues a lo largo del recorrido nos hemos movido por el nivel 4 de las 6 profundidades que tiene el karst de Ojo Guareña, y San Bernabé fluctúa entre el 1 y el 2. 
Los expertos nos advierten que hay ramificaciones a izquierda y derecha de nuestro recorrido, zonas por las que los visitantes no podrán pasar nunca para garantizar la conservación de yacimientos arqueológicos o pinturas rupestres de gran valor. Nos recuerdan también, mapa en mano, que hemos recorrido un centímetro del folio que ocupan todas las cuevas del complejo Ojo Guareña. Pero a nosotros, desorientados desde hace dos horas, nos parece que estamos en el centro de la tierra cuanto toca regresar.
En el camino de vuelta repasamos con la mirada las maravillas que el agua ha dejado a su paso. Imaginamos los torrentes que algún día circularon por donde ahora van unos homo sapiens insignificantes. Y nos guiamos, como ya hicimos durante el viaje de ida, por señales reflectantes en cuya colocación ha colaborado el Grupo Espeleológico Edelweiss, verdaderos ‘padres’ de la investigación del laberinto kárstico, que desde los años 60 han empleado decenas de horas de trabajo no remunerado para ayudarnos a todos a comprender el suelo que pisamos en este rincón de la provincia.
Nos acercamos a la salida y regresan los pasamanos (aún no están todos colocados), las pequeñas pasarelas metálicas que respetan el curso de los riachuelos y el empinado pavimento de camino hacia el exterior. En unos metros pasamos de los 11 grados de la cueva a los más de 30 que ese día nos regala la Merindad de Sotoscueva. 
Hay un componente de esfuerzo en el paseo, pero el sudor nos hace apreciar más todavía el privilegio que acabamos de vivir y que pronto podrán disfrutar muchos otros más. Conocer y apreciar este tesoro subterráneo.