José María Peña ya era el burgalés que más años había estado al frente de la Alcaldía en toda la historia municipal. Era su momento más delicado, inmerso en los procesos y acusaciones que acabaron provocando su inhabilitación un año después, el regidor veía tambalearse por primera vez sus posibilidades electorales. Las encuestas señalaban que mantendría la mayoría absoluta, pero la popularidad del alcalde nunca había sufrido tanto. Enfrente tenía a otro histórico: Pedro Díez Labín volvía a intentar ser el primer alcalde socialista de la historia de Burgos, y cerca estuvo. El otro actor en una escena muy reducida fue José Moral, al frente de IU.
Ganó Peña por la mínima, entendido como tal que, a pesar de sacar tres ediles a la segunda fuerza, mantuvo la mayoría absoluta por un escaño. Díez Labín logró el que todavía hoy es el mejor resultado a la historia de los socialistas (11 concejales), pero su tren ya era de largo recorrido y acabaría siendo su última aventura municipal. IU se quedó los otros dos asientos. Para Peña, que no salió a hablar con los medios hasta que se recontó el último de los votos, «ganar de esta forma, con todo en contra» fue «un éxito arrollador». La abstención también hizo lo suyo porque tocó máximos.
El golpe fue muy duro para la izquierda, que comenzó a refugiarse en el mantra de que Burgos era una ciudad de derechas y nada se podía hacer para cambiarlo. En esa capital que todavía lloraba el reciente asesinato de Laura Domingo, que inauguraba las piscinas de San Amaro y que veía cómo Martínez Laredo renovaba a Novoa al frente del Real Burgos, las cosas se iban a mantener inmutables durante los primeros doce meses de legislatura. La posterior salida forzosa de Peña de la Alcaldía convirtió a Valentín Niño en alcalde, algo que tres años después, como pudieron leer ayer en esta misma sección, se transformaría en una aplastante victoria en urnas para las siglas del PP. La noche del 26 de mayo de 1991 sería otro capítulo más en la historia de la ciudad, pero quienes la vivieron desde dentro no olvidan un recuento en el que hasta que se escrutó más del 50% de los votos no estaba claro quién gobernaría la ciudad.
1991. Peña aguanta en las urnas
NO CABEMOS AQUÍ
Uno de los principales debates de la campaña estaba relacionado con las estrecheces físicas del Ayuntamiento. Peña presumía de tener superávit y dinero en caja, pero la prestación de servicios locales crecía y el uno de la Plaza Mayor era una lata de sardinas. El regidor quería convertir el Teatro Principal en la nueva sede del Ayuntamiento, mientras que opciones como Acción Popular Burgalesa (no confundir con el posterior experimento de APBI), en la que militaban ‘rebotados’ del PP como José María Arribas o Vicente Mateos, querían erigir una nueva sede en Caballería. Por entonces sí se hablaba de un auditorio, pero nadie planteaba convertir Caballería en lo que es hoy, entre otras cosas porque el proyecto Atapuerca era todavía incipiente.
Díez Labín prometió nada menos que 4.000 viviendas, casi tres diarias, promovidas a través de la adquisición de suelo público y, llegado el caso, la expropiación de suelo residencial consagrado a la especulación. E IU hurgaba en las sospechas sobre Peña desde su lema de campaña: «Los más ecológico, cambiar de alcalde».
La gran promesa del histórico regidor era soterrar el ferrocarril, a cuya obra llegó a ponerle fecha: 1992. Como es sabido, el ferrocarril se desvió definitivamente a finales de 2008. El Consejo de la Juventud irrumpía en los plenos exigiendo una Concejalía de Juventud (se crearía unos años después de la mano de Valentín Niño y la ocupó un tal Javier Lacalle) y había cierto acuerdo en que iba siendo tiempo de crear otra de Medio Ambiente. Incluso, una de Asuntos Sociales. Hoy sería impensable un Ayuntamiento sin esas áreas entre las prioridades de la gestión local.
La creación de Protección Civil (PSOE) y de más instalaciones deportivas (todos); la ampliación de la Depuradora y de la red de aparcamientos subterráneos (PP) y el apoyo al desarrollo del campus universitario para exigir una universidad propia también cotizaron alto. Paralelamente, se estrenaba el «barrio más moderno de Burgos». Costó más de 1.000 millones de pesetas urbanizarlo. Fue el G-3.