Peña Amaya se encuentra estratégicamente ubicada, por ello servía como vigía y puerta de acceso desde la meseta central a la cordillera cantábrica y ya estuvo poblada, como sitúan algunos historiadores, durante la Edad de Bronce. En ella se fueron asentado después, sucesivamente, las culturas celta, romana, visigoda y musulmana, dejando todas ellas innumerables restos de gran valor histórico. Un patrimonio arqueológico, escondido entre sus entrañas, que recientemente ha sido saqueado por un grupo de expoliadores, que con detectores de metales han peinado toda la superficie de la acrópolis de Peña Amaya, donde aún quedan restos de lo que fue su último castillo, y donde se pueden apreciar alrededor de un centenar de agujeros que han sido excavados en el suelo por estos furtivos en busca de algún objeto metálico de valor. «Todo el yacimiento de la acrópolis ha sido arrasado, cualquier objeto que hubiera en ella ha desaparecido porque han barrido todo», lamenta un arqueólogo, gran conocedor de la zona y que ha denunciado este hecho.
Entre las piezas que pueden descubrir estos cazadores ilegales de tesoros se encuentran monedas, puntas de flechas o broches, objetos que por sí solos tienen valor, pero que dejan de poder utilizarse para lo que realmente resultan más provechosos, ya que son testigos de la historia de este enclave y aportan muchos datos sobre fechas y la forma de vida de las culturas que la poblaron. «El daño que causa al patrimonio arqueológico este tipo de actos vandálicos es irreversible, no es que desaparezca la pieza en sí, sino todo su valor, porque con ella se pierde muchísima información y el yacimiento queda destrozado», lamenta el arqueólogo, que afirma que en el momento que se descontextualiza una pieza pierde interés.
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