Ya lo había advertido nada más aterrizar en el cámping del parque General Gutiérrez. "Todos los años renuevo la pistola de agua". Dicho y hecho. Juan, fiel a su palabra, aprovechó ayer a mediodía para hacerse con una nueva joyita. En un visto y no visto, este alicantino, que vive un Sonorama Ribera más junto a su pareja Paula y su cuadrilla de amigos de Alicante, apareció en plena calle Isilla con un 'arma' de proporciones considerables. A su lado, el resto de acompañantes, incluidos varios familiares de Paula, que viven en Aranda de Duero, no daban crédito. Dicho de otra manera: se temían lo peor... y no se equivocaban. En cuestión de segundos, Juan se puso a 'disparar' a diestro y siniestro. Paula y Rosa le acompañaban. Eso sí, con pistolas mucho más pequeñas. Todo el que pasaba por allí sufría los cañonazos de agua. Nadie se libró. Muy cerca, y sin conocerle de nada, la pequeña Iris demostró su carácter guerrero y le plantó cara. Juan, por fin, acabó empapado y bien empapado.
Sin tregua de por medio, un sinfín de sonorámicos que se dieron cita en el centro de Aranda, pero a bastantes metros del escenario de la plaza del Trigo, disfrutaron de lo lindo con la música de fondo y un ambiente sano y entretenido donde los haya a pesar del lenguaje bélico de las pistolas y las guerras de agua, más reconfortantes que nunca en plena nueva ola de calor.
Todo ello hasta prácticamente las tres de la tarde. Instantes después, Paula ya estaba llamando a Antonio, otro de los integrantes de esta cuadrilla de amigos alicantinos, a la que Diario de Burgos acompaña cada día en sus andanzas por la capital ribereña, para que se olvidara del ordenador y se uniera a la juerga. Y es que gracias a la posibilidad del teletrabajo, Antonio, de 32 años, disfruta del festival todos los días y no solamente el fin de semana. El año pasado fue su primera vez en Aranda. Le gustó tanto el ambiente que ha decidido repetir.
De juerga después de teletrabajar - Foto: ValdivielsoPaula, por su parte, suma 14 ediciones y Juan otras tres. Eso sí, esta vez le ha tocado trabajar. Y, aunque no todo es parranda para Antonio, lo tiene todo bien organizado de modo que puede compaginar sacrificio y diversión. Así las cosas, se ha instalado en el cámping de Costaján, ha montado su propia tienda, se ha traído hasta el tostador, y con una mesa y una silla de picnic tiene suficiente para seguir programando lo que le requiere su empresa. "Sólo necesito un ordenador, un enchufe y un móvil para compartir los datos. Con eso me sobra", resumía ayer en el ecuador de su jornada laboral Antonio, que vive en Madrid y trabaja a distancia de manera habitual, pero no lo había hecho desde un cámping y menos aún bajo la sombra que proporcionan las encinas. Ya ven, la dimensión de Sonorama Ribera traspasa fronteras hasta en los detalles más rutinarios. "Es una experiencia distinta", destacó el joven, que tiene a su disposición una piscina para darse un bañito si la inspiración no le pilla delante de la pantalla y necesita algo de desconexión. Vamos, que tampoco parece tan mal plan tener que trabajar en pleno festival.
Ya con el día superado en el plano laboral, llegó el momento de la juerga. En el centro de la ciudad, a Antonio le esperaban Juan y Paula, junto a una parte de su familia, sus tíos Luis e Isa, y sus primos Rodrigo y Rosa, que aprovecharon la mañana para disfrutar de un vermú más largo de lo habitual y sin que faltara algún que otro torrezno para empapar. Y, entre tanto, Juan seguía cual niño con zapatos nuevos con su pistolón. "No veas cómo pesa, me va a salir una tendinitis", bromeaba, mientras Paula recordaba que los primeros años que acudió al festival pedían a gritos a los vecinos que les tiraran cubos de agua. Ahora la 'batalla' no cesa.