La casa de la dignidad

ANGÉLICA GONZÁLEZ
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Hoy se cumplen veinte años de la inauguración de La Encina, un hogar para las personas con sida víctimas de exclusión social. Se trata de un recurso municipal, que cuenta con apoyo económico de la Junta.

Alejandro González, el primer habitante de la casa, junto a la encina que da nombre al que fue su hogar durante seis años. - Foto: Patricia

Cuando Alejandro González, mejor conocido por todo el mundo como Jandro, llegó a la casa de acogida para personas con VIH/sida, el 2 de mayo de 2002, no hablaba, no podía moverse y necesitaba la ayuda de otras personas para comer y asearse. Hacía poco que había sufrido un ictus como consecuencia de una sobredosis de heroína y después del intento de las urgencias por reanimarle -«tengo el recuerdo de que me daban unas descargas eléctricas en el pecho»-, de una estancia de dos meses en la UCI y de comenzar su recuperación en el Hospital de San Juan de Dios llegó a La Encina. Durmió allí el mismo día en que por la tarde había sido inaugurada. Seis años estuvo y aún hoy, cuando hace 14 que se marchó, sigue muy unido a ella y a quienes le ponen el alma, que es el equipo de once personas y algunos voluntarios a cuya cabeza están Judit Beltrán de Otalora, la directora, y José Antonio Noguero, presidente del Comité Ciudadano Anti-Sida de Burgos.

«A mí la casa me salvó la vida», dice, y probablemente no sea una exageración ni una metáfora. Con mucho tiempo, cariño y cuidados, Jandro comenzó a avanzar y a ser cada vez más autónomo. Recuperó la salud, la relación con su familia que, como en casi todos los casos de las personas que tienen que vivir alguna temporada en La Encina, estaba rota, y ahora -que ya ni fuma- vive de una forma razonablemente feliz con su pareja y disfrutando de ser abuelo prematuro (solo tiene 53 años) después de una vida de mucho sufrimiento, dolor y pérdidas. Su primera mujer, por ejemplo, murió de sobredosis y dos de sus hijos fueron dados en adopción. «Aquí aprendí a dejarme querer, que es muy difícil», añade, bajo la atenta mirada de Judit, de la que asegura que es una de las mejores personas que ha conocido: «Es muy buena y cariñosa».

Ella le escucha atentamente, a veces sonríe y le deja hablar para reflexionar después sobre sus palabras y, en general, sobre todas las personas que han pasado por La Encina, 125 en estas dos décadas aunque altas tienen registradas 176 porque varias de ellas repitieron: «Recibimos mucho de ellos porque nos dejan entrar en sus vidas hasta la cocina y sabemos muy bien lo complicado que es ganar su confianza desde el mundo del que vienen, que está lleno de recelos».

(Más información en la edición en papel de hoy de Diario de Burgos)