Cuando María Peralta (Almendralejo, Badajoz, 1988) se planteó hacer su tesis doctoral no tuvo dudas. Llevada por su pasión por la fotografía y por la fascinación que siente por quienes la ejercen en conflictos armados y en las situaciones sociales y políticas más complejas, eligió estudiar a las personas que estaban detrás de esos objetivos que han retratado la violencia o la injusticia. «Tampoco dudé cuando decidí que esas fotoperiodistas iban a ser mujeres porque ni siquiera a mí misma me salía un nombre femenino cuando me puse a pensar: todas eran figuras masculinas en torno a esta profesión», explica. Y arrancó una labor compleja, en primer lugar, porque no había nada escrito anteriormente y, después, porque las fotógrafas son invisibles y en algunos casos, casi inencontrables: «La tesis le debe mucho al boca a boca, yo iba preguntando a unas personas que sabían que me podían informar y así fui tejiendo una red que ha sido la base de la investigación».
Ocho son las protagonistas de En tierra hostil: mujeres fotoperiodistas en España ante el terrorismo y el conflicto armado, que así se titula su tesis, dirigida por la catedrática Isabel Menéndez y leída el pasado mes de septiembre. Consta de dos partes: una de ellas se centra en las cuatro fotógrafas nacidas en el País Vasco que fueron las únicas mujeres que cubrieron el conflicto terrorista: Maite Bartolomé, Marisol Ramírez, Isabel Knorr, y Josune Martínez de Albéniz. Las otras cuatro se han dedicado o se dedican aún a los conflictos bélicos internacionales, y en el momento en el que se produjo la investigación eran algunas de las que más reconocimiento tenían: Natalia Sancha, Maysun Abu-Khdeir, Judit Prat y Sandra Balsells.
En esencia, el trabajo de mujeres y hombres en este campo es idéntico pero hay un matiz a favor de ellas, según ha descubierto María Peralta. «De la misma manera que no hay una mirada femenina y una mirada masculina hacia las cosas -realmente no se sabe ante una foto si la autora es una mujer o un hombre-, sí es verdad que ellas ponen más que ellos el foco en otras mujeres. Esto ha permitido que conozcamos aspectos muy ocultos de los conflictos. Natalia Sancha, que ha estado en Beirut muchos años, primero como freelance y el último año para El País, me contaba que en los países árabes las mujeres fotógrafas son 'híbridas' porque se van al frente pero también acceden a los espacios de mujeres, cosa que en aquella cultura les está vetada a los varones, por lo tanto la información que aportan es mucho más completa y global: retratan mujeres en el frente, mujeres igual de radicalizadas que los hombres -porque no hay cerebros masculinos ni cerebros femeninos- pero también mujeres en sus espacios domésticos». En el caso de las profesionales vascas, Peralta, que es una orgullosa fotógrafa de bodas de profesión con su empresa Antiwedding y profesora asociada en la Universidad de Burgos (UBU), cuenta que, por ejemplo, Marisol Ramírez le compartió que prefería retratar a mujeres en una manifestación o en una rueda de prensa «en la que esperaba a que ellas tomaran la palabra».
El trato recibido también ha sido, en ocasiones, algo diferente: en los conflictos internacionales ellas suelen generar menos desconfianza en según qué contextos, «lo que han sabido aprovechar», pero también han recibido toneladas de paternalismo de esos perfiles «a veces tan agresivos, tipo Rambo, que tienen los varones en esa profesión», dice, entre risas. En el País Vasco, además, encontró diferencias generacionales clarísimas entre Isabel Knorr y Maite Bartolomé -más mayores- y Marisol Ramírez y Josune Martínez de Albéniz, aún en activo: «Las primeras sufrieron muchísimo más machismo mientras que las segundas, más jóvenes, tuvieron y tienen una relación igualitaria con sus compañeros».
Otras circunstancias que las diferencian de los hombres es que -como en tantos otros campos- han tenido más dificultades que ellos para conciliar un trabajo tan complejo con sus vidas personales, que se han visto sometidas a un acoso que los varones desconocen y que, en muchos casos, por la condición tan precaria que supone ser freelance -y esto es algo compartido con los hombres- han visto que sus archivos han desaparecido repartidos por diferentes medios de comunicación. De las ocho estudiadas solo Sancha trabajó para El País y no todo el tiempo, y Maite Ramírez lo hizo para El Correo. El resto han compaginado -y lo siguen haciendo- las fotos con otro empleo. A pesar de todo, Peralta asegura que es auténtica pasión lo que todas ellas sienten y han sentido por el fotoperiodismo «y por contar lo que está sucediendo en espacios en los que el resto de personas ni pueden ni probablemente quieren acceder; su papel es el de ser voceras, el de que contarnos lo que está pasando y el de ser testigos directos de la historia».
La recopilación de datos de María Peralta para su tesis tuvo un punto de investigación casi detectivesca: «Como no encontraba información decidí irme a Urueña, en Valladolid, donde una de sus muchísimas librerías está dedicada al fotoperiodismo y a los viajes, por si allí encontraba algo descatalogado o alguna pista. Y resultó que la gestiona Fidel Raso, fotoperiodista que estuvo en el País Vasco durante los años más duros y que luego durante una década contó desde Ceuta las crisis migratorias y el yihadismo. Le explico mi idea y me contesta que él empezó su tesis sobre los fotógrafos que cubrieron el terrorismo en el País Vasco, entre los que había tres mujeres, y así contacté primero con una y después con las demás. La que más me costó encontrar fue a Isabel Knorr porque parecía que se la había tragado la tierra. Al final, a través del Instagram de su hija, di con ella».
El hecho de que esta joven profesora se interesara por las historias de vida y de trabajo de las reporteras fue recibido por todas con los brazos abiertos: «Desde el primer momento se mostraron muy colaboradoras y creo que contentas de que se tuviera en cuenta su trabajo. Yo solo tengo palabras de agradecimiento para todas ellas».