Una mujer rubia montada en una sardina fabricada con planchas de titanio y un trapecista haciendo de las suyas mientras atraviesan sobre un cable la ría dan un aire muy circense a la ilustración. Aunque Alberto Martínez, creador de la obra, considera que hay que «hilar un poco fino» para identificar el lugar, la composición no deja lugar a dudas. El jurado que eligió, entre otros muchos trabajos, el diseño de este oniense afincado en Bilbao desde hace tres décadas tampoco las tuvo a la hora de elegir su cartel para representar el Carnaval en la ciudad. Todo un orgullo para él y todas las personas que le quieren.
Un parón de fuerza mayor en el trabajo le permitió dedicarse en cuerpo y alma a diseñar Carnavaleando por la ría y a tomarse ese tiempo como la mejor de las terapias. La palabra cáncer suena fuerte, más lo es la lucha para superarlo, y en los momentos en los que la ilusión -y las fuerzas- le permitían levantar un lapicero, se agarró a su proyecto como «a un clavo ardiendo». Han sido unos meses duros y participar en el concurso le ha mantenido la cabeza ocupada. «El Carnaval es la antítesis a lo que estoy pasando, pero realmente tiene mucha unión porque trato de salir de una situación a través de algo que tiene mucha vida», comenta el autor.
Desde que afiló uno de sus lapiceros negros para esbozar las primeras líneas tuvo clara la ubicación de lo que quería transmitir. El puente del Arenal y la ría, uno de los puntos más neurálgicos, con la visión del Bilbao más viejo que poco a poco se moderniza. Defensor de las imperfecciones, superpuso -como realiza habitualmente- los dibujos hasta alcanzar lo deseado. Después, tocó el turno del escaneado y el proceso de composición de colores y textos con programas digitales. ¡Qué diferente a como empezó a dar sus primeras pinceladas cuando apenas era un niño!
La casa familiar de Oña custodiaba sus bienes más preciados: los rotuladores, acuarelas e infinidad de lapiceros de colores. Le llegó el turno de mudarse a la ciudad para continuar formándose y, aunque eligió una profesión que no guardaba demasiada relación con el arte, aguantó unos años en Burgos trabajando. Por situaciones familiares regresó al 'nido', en el que permaneció una temporada y aprovechó para montar un pequeño estudio y poner en práctica todo lo que no hizo durante su época estudiantil. En la villa conoció a la que ahora es su mujer, Susana, que con su pelo rizado y sus labios siempre bien pintados le engatusó hasta conseguir llevarle al 'Botxo'.
Durante su trayectoria, caracterizada por meterse en «muchos charcos» y no centrarse solo en una disciplina artística, ha participado en otros certámenes de carteles. Ha logrado premios en Briviesca, Oña o Santoña, además de formar parte en proyectos tan «interesantes» como el Jardín Secreto del Monasterio San Salvador o diseñar creaciones con su empresa expuestas en los estanques situados en el exterior del Museo Guggenheim o en la Torre Iberdrola.